Misioneros de la cultura
El proyecto pedagógico de la II República fue probablemente el más hermoso de la historia de España, que vio truncada su andadura con la Guerra Civil
Viajaban a la España olvidada. Una España rural que aún seguía perdida en los viejos mapas de los caminos de herradura. Cuando la carretera se terminaba los misioneros tenían que abandonar los camiones y seguir en mulos. Llevaban gramófonos, proyectores de cine, bibliotecas ambulantes, copias de cuadros del Prado y telones para el retablo de fantoches y para representar a Lope y Calderón. Atravesando campos desiertos y desfiladeros, enfangados de ilusión y barro, llegaban a aldeas y pueblos adonde no había llegado la luz eléctrica ni el automóvil. Y, naturalmente, tampoco la cultura.
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Viajaban a la España olvidada. Una España rural que aún seguía perdida en los viejos mapas de los caminos de herradura. Cuando la carretera se terminaba los misioneros tenían que abandonar los camiones y seguir en mulos. Llevaban gramófonos, proyectores de cine, bibliotecas ambulantes, copias de cuadros del Prado y telones para el retablo de fantoches y para representar a Lope y Calderón. Atravesando campos desiertos y desfiladeros, enfangados de ilusión y barro, llegaban a aldeas y pueblos adonde no había llegado la luz eléctrica ni el automóvil. Y, naturalmente, tampoco la cultura.
Probablemente las Misiones Pedagógicas fueron uno de los proyectos más hermosos de la historia de España. Un intento por cambiar el país a través de la educación y la cultura, llevando el arte, el teatro, la música, el cine y la literatura a lugares condenados a una vida de pura subsistencia. Aquel proyecto impulsado por la Segunda República -y del que ahora se cumplen noventa años- fue una verdadera revolución social, un intento limpio y decente de cambiar las diferencias sociales, de permitir un acceso verdaderamente democrático a la educación y a la cultura. Algo que en este presente de ruido y sobreinformación parece lejano. Ahora, incluso desde una aldea perdida, cualquiera tiene acceso a las bibliotecas y museos del mundo, a filmotecas y repositorios virtuales de teatro. Y, sin embargo, el consumo cultural a través de internet representa un mínimo porcentaje frente al uso para fines frívolos y vacíos. La cultura nunca ha sido tan accesible como ninguneada. Tristes paradojas de la Historia.
Las Misiones Pedagógicas se crearon en mayo de 1931 y su existencia va unida al impulso educativo realizado por la Segunda República para acabar con los altos índices de analfabetismo y modernizar el sistema educativo, aún controlado por la Iglesia. Las Misiones son hijas de las corrientes culturales europeas de finales del siglo XIX, del espíritu del krausismo y la Institución Libre de Enseñanza.
A comienzos de siglo se produce un cambio en la brújula de la cultura española que daría como resultado la Edad de Plata. Se crea la Residencia de Estudiantes, la Junta de Ampliación de Estudios o el Centro de Estudios Históricos para las élites ilustradas. Sin embargo, el gobierno de la Segunda República no olvidó a los sectores desfavorecidos llevando la cultura a los rincones perdidos de la geografía.
Los misioneros eran precisamente los jóvenes maestros y artistas educados en aquellas modernas instituciones culturales. Participaron en esta aventura algunos de los creadores de la Generación del 27 como María Zambrano, Luis Cernuda, Alejandro Casona, José Val del Omar, Ramón Gaya, Rafael Dieste, Maruja Mallo, Eduardo Martínez Torner o María Moliner. La Barraca, dirigida por García Lorca y Eduardo Ugarte, formó parte también de este programa cultural.
En las memorias de algunos de aquellos jóvenes se cuenta la reacción de los campesinos cuando llegaban cargados de artilugios extraños. El cineasta granadino Val del Omar contaba que en una aldea de Castilla proyectó una imagen que había grabado en la playa de Almuñécar. El Mediterráneo llegó hasta aquel lugar de la Castilla profunda ante los ojos sorprendidos de un público que nunca había visto el cine, pero tampoco el mar.
Otra de las experiencias más emocionantes era la que provocaba el Museo Circulante con las copias de lienzos del Prado que hacían jóvenes pintores como Ramón Gaya, Juan Bonafé o Ismael González de la Serna. Los misioneros decían que los niños se acercaban a tocar los lienzos creyendo que la carne pintada era de verdad. Tampoco habían visto nunca un cuadro.
Otras reacciones se producían al ver en las veladas cinematográficas escenas de la gran ciudad porque se asustaban de los automóviles, de la gente andando apresurada por las aceras, de los trenes que se dirigían hacia ellos. Al terminar la película, miraban dentro del proyector para ver dónde estaban aquellas personas que habían surgido de la pared. Creían que, en efecto, aquellos misioneros hacían milagros.
Pero llegó la guerra y aquel proyecto desapareció. En el frente hubo versiones politizadas para los soldados del bando republicano y en la dictadura se impulsó el programa folklorista de los Coros y Danzas de España. Ya nada tenía que ver con el espíritu original de las Misiones Pedagógicas. Durante mucho tiempo, algunos aldeanos guardaron con temor por su vida libros de las Bibliotecas Ambulantes que llevaban el sello de las Misiones. Sabían que escondían objetos peligrosos. Pero refugiados en la memoria quedaron para siempre aquellos recitales del romancero viejo y la flor de leyendas, las risas con el retablo de fantoches, Charlot en las veladas cinematográficas, las voces mágicas en los gramófonos, la carne de ángeles de Murillo entre pucheros y alcuzas de aceite. Y todo en aquel paisaje de pueblos dormidos, fango de arroyuelos, vientos de estiércol y perros que ladraban en las noches de verano. Antes de aquel verano en el que llegó la guerra y todas sus pesadillas.
Eva Díaz Pérez es escritora y periodista.