Radical
Es una palabra muy desprestigiada, vinculada a pasiones oscuras y violentas, pero no siempre fue as
Es una palabra muy desprestigiada, vinculada a pasiones oscuras y violentas, pero no siempre fue así. En el otro extremo del termómetro de la corrección política aparece ahora tolerancia, de la que se podría decir lo mismo. Lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en Afganistán, es un buen pretexto para reflexionar sobre radicalismo y tolerancia. ¿Salvar a las mujeres y a las niñas afganas? Por supuesto, pero ¿sólo a l...
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Es una palabra muy desprestigiada, vinculada a pasiones oscuras y violentas, pero no siempre fue así. En el otro extremo del termómetro de la corrección política aparece ahora tolerancia, de la que se podría decir lo mismo. Lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en Afganistán, es un buen pretexto para reflexionar sobre radicalismo y tolerancia. ¿Salvar a las mujeres y a las niñas afganas? Por supuesto, pero ¿sólo a las de hoy? Durante los años de la intervención estadounidense nadie pensó mucho en ellas. Ahora que Occidente ha asumido la victoria de los talibanes, aún se pensará menos en las del futuro. Y cuando nos asalten noticias terribles, que nos asaltarán, siempre quedará el consuelo de la civilizada tolerancia con culturas distintas a la nuestra. Una mujer debe tener su primera menstruación en casa de su marido, dice un proverbio afgano. Pues bien, frente a eso, que no se puede tolerar de ninguna manera, reivindico mi radicalismo, una posición condenada al fracaso, lo sé, mientras la monarquía saudí y los Emiratos Árabes, los derechos de cuyas mujeres ni siquiera se comentan, sigan siendo los grandes aliados occidentales en la región. Pero entre las imágenes de la evacuación de Kabul que más me han impactado, recuerdo unas rodadas aquí mismo, en España, en el piso donde un intérprete de las fuerzas armadas había sido alojado con su familia. Él hablaba a la cámara. Sus hijos, todos varones ―¡hombre afortunado!―, se movían a su alrededor, pero al fondo, de espaldas, una figura femenina completamente cubierta, con velo y manga larga en pleno agosto, parecía formar parte de la decoración. Inmóvil, ajena, ausente, esa mujer sin rostro, sin edad, sin voz propia, me pareció la imagen más desalentadora de un fracaso.