Ecologismo y guerras culturales

La cuestión del cambio climático no es una cuestión ideológica, aunque muchos tratarán de reducirlo a eso, a una disputa entre ecologistas impecables y negacionistas implacables

Unos turistas se fotografían debajo de un termómetro de calle que marca 45 grados, este jueves en Córdoba.Salas (EFE)

Ya tenemos aquí el cambio climático. Lo afirma la inmensa evidencia científica acumulada a lo largo de los últimos lustros. Ahora esta certeza ha sido presentada a la opinión pública mundial a través del informe del Panel Internacional de Expertos de la ONU. Esto va en serio, no es un capricho de Greta...

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Ya tenemos aquí el cambio climático. Lo afirma la inmensa evidencia científica acumulada a lo largo de los últimos lustros. Ahora esta certeza ha sido presentada a la opinión pública mundial a través del informe del Panel Internacional de Expertos de la ONU. Esto va en serio, no es un capricho de Greta Thunberg o similares, ni una simple consecuencia que podamos extraer de unos años de catástrofes naturales más o menos intensas. Estamos avisados. Si no actuamos ¡ya!, si llegamos a ese famoso tipping-point, ese punto de no retorno a partir del cual ya no hay vuelta atrás, las consecuencias pueden ser devastadoras. También fuimos advertidos respecto a la posibilidad de sufrir epidemias con dimensión global y no hicimos gran cosa. La diferencia es que estas, por muy terribles que sean, pueden ser reversibles, lo otro no. Si traspasamos dicho punto de inflexión ya no hay vuelta atrás.

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Esta no es, pues, una cuestión de derechas o de izquierdas. Y, sin embargo, así es como se entiende por grandes sectores de la ciudadanía. Lo vimos con Trump, el negacionista en jefe, y lo volvimos a observar en algunos pintorescos tuits de personajes de la derecha al salir el Informe del Panel de Expertos. Al parecer ellos tienen acceso a información privilegiada que se escapa a los titulares del verdadero conocimiento sobre la materia. Aunque aquí lo preocupante no es ya solo que determinados datos científicos se perciban como mera opinión o que se guíen por falsos sesgos epistémicos, sino que encima se intente extraer rendimiento político de esta tragedia anunciada. Vamos a entrar en una fase en la que habrá que adoptar decisiones muy difíciles y, con toda seguridad, impopulares. ¿Resistirán los políticos que no tengan responsabilidad directa sobre ellas la tentación de beneficiarse de su potencial impopularidad?

A la vista de lo ocurrido en el debate sobre la carne, que fue un mero aperitivo de lo que se nos avecina, me temo que no. Tenemos además la experiencia de la pandemia. Recuerden, hasta que no se implicó en su gestión a las CC AA, muchas de ellas gobernadas por otros partidos, ¡qué fácil fue hacer oposición! Cuando uno es corresponsable la cosa cambia. Lo característico de la cuestión ecológica es que aquí todos somos corresponsables, desde la cima del poder hasta el último ciudadano, cuyos hábitos de consumo pueden provocar efectos indeseados. Es lógico que haya desavenencias respecto a cuáles deban de ser las decisiones adecuadas o el tempo que guíe la aplicación de según qué reformas, pero no respecto de la cuestión de fondo, que hemos de actuar ya de forma decidida. No estamos ante algo de naturaleza ideológica o ante una guerra cultural más de las que nos desgarran, aunque muchos tratarán de reducirlo a eso, a una disputa entre ecologistas impecables y negacionistas implacables.

Estamos ante un problema que es de todos y que debemos resolver entre todos. Y nuestra derecha haría bien en fijarse en los cambios habidos en el electorado de los Verdes alemanes, cada vez más transversal. Si en 1980 el 80 % de sus votantes eran menores de 35 años, ahora solo lo es el 12 %, y lo integran los sectores de mayor educación y profesionales urbanos de las nuevas clases medias. Así que, atentos, sumarse al giro ecológico no solo es una necesidad objetiva, es que también les beneficiaría electoralmente. Hasta Le Pen se presenta ya como ecologista. ¿O quieren quedarse fuera del nuevo consenso?

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