Pedro Sánchez juega su carta

En su evaluación de los problemas y lastres de España, el presidente pasa de largo por los nacionalismos, e ignora al independentismo catalán, que ahí sigue erre que erre

Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palacio de la Moncloa el pasado mes de junio.Juan Carlos Rojas (GTRES)

Lo clásico en los últimos días de julio o primeros de agosto —en lo más tórrido de la canícula antes de escaparse a hundir los pies descalzos en los guijarros de alguna orilla lejana o en la hierba húmeda de alguna montaña remota— es vaticinar un otoño caliente. Ese sí que es un deporte nacional, en el que nadie nos disputaría la medalla, al confluir el prestigio intelectual del pesimismo y la ira del español sentado, que decía Lope. El año por venir siempre es objeto de augurios más o menos funestos, como si en cada periodista hubiera un arúspice atrabiliario. ...

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Lo clásico en los últimos días de julio o primeros de agosto —en lo más tórrido de la canícula antes de escaparse a hundir los pies descalzos en los guijarros de alguna orilla lejana o en la hierba húmeda de alguna montaña remota— es vaticinar un otoño caliente. Ese sí que es un deporte nacional, en el que nadie nos disputaría la medalla, al confluir el prestigio intelectual del pesimismo y la ira del español sentado, que decía Lope. El año por venir siempre es objeto de augurios más o menos funestos, como si en cada periodista hubiera un arúspice atrabiliario. Sánchez, en cambio, insiste en vender optimismo. Después del balance entusiasta de la semana anterior, se ha dirigido por carta a la militancia para proclamar que España —y advierte que “servir a España” es la seña de identidad del PSOE— “no saldrá de este túnel oscuro por el mismo lugar por el que entró” mostrándose confiado en que “esta crisis excepcional nos dará la oportunidad de poner en pie un país mejor”.

Sánchez identifica, eso sí, un lastre amenazante: la derecha. El presidente arremete con dureza contra “la oposición más furibunda e irresponsable de Europa”. Es más, Sánchez eleva el grado a partir de las ayudas europeas o la renovación de los órganos constitucionales: “Contábamos con el ejercicio virulento e implacable de la oposición porque parece ser el estilo de la casa de la derecha española, pero nadie pudo imaginar que se llegaría tan lejos”. Y más: “Nada parece ser capaz de detener la ferocidad de la oposición de derechas y ultraderechas. Ni la Constitución, ni la recuperación de nuestra economía, ni la concordia entre españoles”. Es lógico que Sánchez trate de evidenciar descarnadamente el acoso de la derecha, para presentarse como víctima y abonar la polarización que moviliza a su electorado. La derecha no deja de darle buenas razones para ese discurso.

Hasta ahí, todo en orden. Sánchez exagera según los usos habituales, abusando de la retórica tremendista, pero en efecto la competición de las derechas provoca sistemáticamente excesos de una beligerancia hiperventilada y un bloqueo institucional creciente. Ahora bien, en su evaluación de los problemas y lastres de España, Sánchez pasa de largo por los nacionalismos, y en particular el independentismo catalán, que llevó en 2017 a España a la mayor crisis constitucional desde 1978 y ahí sigue erre que erre. En ese nacionalismo hay también una competición Junts-Esquerra, como en las derechas, que ha llevado sistemáticamente a la sobrepuja del desafío. Y ahí es donde se debilita el mensaje de Sánchez. El mayor problema de España para él no existe como problema, porque no le conviene. Sin embargo, la realidad, parafraseando a Philip K. Dick, es aquello que sigue existiendo aunque tú quieras ignorarlo. Y las patologías del nacionalismo, que golpean el equilibrio territorial del país, no desaparecen aunque Sánchez escriba en su carta sobre el éxito de la coalición y sus pactos con los socios nacionalistas. Claro que Sánchez juega su carta; pero esto convierte el texto en una prédica partidista sin un diagnóstico convincente de España.

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