El mundo y la verdad de ese mundo
La mirada de la escritora Ali Smith enamora por su manera de entender y contar lo que ocurre
Hay un momento en Otoño, la primera entrega del cuarteto estacional que ha publicado la escritora escocesa Ali Smith, en el que la madre de Elisabeth, una niña de once años, tiene que acercarse a Londres y la deja a cargo de un vecino, el señor Gluck, que debe tener poco más de 80 y al que conocen desde hace un tiempo. “Hola”, le dice el anciano, ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Hay un momento en Otoño, la primera entrega del cuarteto estacional que ha publicado la escritora escocesa Ali Smith, en el que la madre de Elisabeth, una niña de once años, tiene que acercarse a Londres y la deja a cargo de un vecino, el señor Gluck, que debe tener poco más de 80 y al que conocen desde hace un tiempo. “Hola”, le dice el anciano, “¿qué estás leyendo?”. La muchacha le da el título del libro que acaba de terminar. “¿Y en qué te hizo pensar?”, le pregunta. Y así, poco a poco, se van enredando en una conversación. Elisabeth entiende que lo que quiere el vecino es que le cuente de qué iba el libro. “Como quieras”, acepta el señor Gluck, que más adelante le propone un juego y le da dos posibilidades. “Una. Toda imagen cuenta una historia. Dos. Toda historia cuenta una imagen”. Elisabeth elige la primera opción y el señor Gluck, Daniel, le describe un cuadro, un collage.
La novela de Ali Smith es en buena medida la historia de esa relación, la de la niña y el viejo, y es una historia de amor y también una historia de cómo aprendemos a mirar el mundo, y trata de ese extraño territorio donde se mezclan los afectos con el afán de comprender qué nos ocurre, y es que igual lo más importante es aprender a habitar en eso que ocurre, y que quizá para poder vivir necesitamos de alguna manera entender el mundo.
Elisabeth tiene trece años y esta vez juega con Daniel a la bagatela: uno cuenta la primera frase de una historia y el otro debe completarla. Van a construir una que hable sobre sobre la guerra y ella elige interpretar a un hombre con un arma y él, a una persona disfrazada de árbol. Las balas son más rápidas y potentes y destruyen todos los disfraces, apunta la muchacha. Daniel: “¿Es esa la clase de mundo que vas a inventar?”. Ella contesta: “Es inútil inventarse un mundo cuando ya existe el mundo real. Solo hay un mundo y la verdad de ese mundo”. Discrepan. David entiende que también “existe la versión inventada de la verdad que nos contamos del mundo”. “No. El mundo existe, dijo Elisabeth. Los cuentos son una invención”. Y él contestó: “Pero no por eso son menos verdad”.
Lo que todo el rato palpita detrás de Otoño es el referéndum en el que se les preguntó a los británicos si querían irse de la Unión Europea. Ese es el mundo, y la madre de Elisabeth le explica a su hija que está cansada de ese mundo: “Estoy cansada de las noticias. Estoy cansada de que convierten en espectaculares cosas que no lo son y traten de forma tan simplista lo que es realmente espantoso”. Lo espantoso podría ser esa valla que se ha levantado en su pueblo, o la actitud de unos lugareños ante unos inmigrantes: “Esto no es Europa, les gritaban. Volved a Europa”.
Ali Smith tiene una inmensa habilidad para explorar al mismo tiempo varios caminos y Otoño, como otras novelas suyas, rompe radicalmente las maneras convencionales de narrar. La obra y las intensas peripecias de la artista pop británica Pauline Boty en un mundo hecho para los hombres es otra de las ramas de la novela, como lo es el caso Profumo, en el que se vio involucrada Christine Keeler en ese mismo mundo hecho para los hombres. Y está el collage que Boty hizo de la historia de Keeler. La manera de contarlo. “Es posible enamorarse no de alguien sino de su mirada, dijo Daniel. De cómo unos ojos que no son los tuyos te permiten ver dónde estás y quién eres”. Pues eso.