Trampas y tropiezos

Los ciudadanos que se oponen a los indultos tienen derecho a manifestar su desacuerdo y los partidos también, como han hecho otras formaciones en otras ocasiones. Otra cosa es su eficacia

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Los políticos catalanes durante el juicio del 'procés' en el Tribunal Supremo.Emilio Naranjo (Getty Images)

Uno gana por los errores que comete el adversario, y el mayor acierto es no cometer demasiados. Entre los fallos comunes está caer en las trampas: las que nos tienden y las que nos ponemos a nosotros mismos.

Los ciudadanos que se oponen a los indultos tienen derecho a manifestar su desacuerdo y los partidos también, como han hecho otras formaciones en otras ocasiones. Otra cosa es su eficacia. Los más favorables a las protestas son adversarios de Pablo Cas...

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Uno gana por los errores que comete el adversario, y el mayor acierto es no cometer demasiados. Entre los fallos comunes está caer en las trampas: las que nos tienden y las que nos ponemos a nosotros mismos.

Los ciudadanos que se oponen a los indultos tienen derecho a manifestar su desacuerdo y los partidos también, como han hecho otras formaciones en otras ocasiones. Otra cosa es su eficacia. Los más favorables a las protestas son adversarios de Pablo Casado, dentro y fuera de su partido. Los indultos parece que se harán, y el esfuerzo inútil conduce a la melancolía y quizá a nuevas concentraciones. El PP estaría atrapado entre quienes lo acusarían de acomplejado y quienes le reprocharían una actitud bronca y poco institucional.

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Otra trampa de la política española es el cordón sanitario a Vox. Así, el PSOE podría pactar o recibir apoyos de UP, ERC o Bildu; al mismo tiempo el PSOE nunca apoyaría o dejaría gobernar al PP: el cordón sanitario a Vox es en realidad un cordón sanitario al PP. Vox es un partido desagradable pero también un McGuffin.

Los independentistas y el Gobierno también quieren engañarse. Recibimos como una buena señal que Oriol Junqueras diga que la vía unilateral fracasó y que no repetirá si no le obligamos, como en 2017. Está dispuesto a que les pidamos perdón por lo que hicieron. Demanda un referéndum de autodeterminación. Como escribieron Jordi Juan y Jorge San Miguel, el referéndum es otro McGuffin: cuando hablamos de ese referéndum hablamos de independencia. Una votación consultiva acabaría siendo vinculante; el plebiscito se repetiría hasta que saliera bien. Celebrarlo es fragmentar la soberanía.

Salvador Illa ha hablado de votar un nuevo marco de convivencia. Entre las distorsiones del debate está decir que Cataluña es la única autonomía que no tiene el Estatuto que aprobó: con una premisa falsa, alcanzas conclusiones falsas; empiezas diciendo que dos y dos son cinco y llegas a que Bertrand Russell es el papa de Roma. Es posible que tras una negociación convenga votar para refrendar un consenso. Pero la negociación no puede partir de la idea de que solo va a ceder una parte, de que unos nunca van a perder nada o de que tenemos que agradecerle a alguien que cumpla la ley. No se sabe si el Gobierno tiene un plan o un objetivo claro; los secesionistas tienen al menos un fin. De momento el Gobierno ha adoptado por razones tácticas parte de su discurso: esperemos que no caiga en otra trampa cuando intenta tender una. @gascondaniel

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