Madrid talla XXS

La ciudad está a medio hacer porque aún cualquier cosa es posible, aún espera lo inesperado

La Gran Vía de Madrid.Matej Kastelic (Getty Images/iStockphoto)

Madrid es esa ciudad que estará siempre a medio hacer. Sin acabar del todo, la promesa que hacemos en plena borrachera, un proyecto indefinido como esa chavala que acaba de cruzar el semáforo en rojo con pinta de saber a dónde va aunque no tenga ni idea, una quinceañera que ya no es una niña porque las de quince ya no son niñas ni mucho menos y mucho menos las de quince de Madrid.

Le gusta experimentar un poco a lo loco a Madrid, las teenagers no tienen filt...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Madrid es esa ciudad que estará siempre a medio hacer. Sin acabar del todo, la promesa que hacemos en plena borrachera, un proyecto indefinido como esa chavala que acaba de cruzar el semáforo en rojo con pinta de saber a dónde va aunque no tenga ni idea, una quinceañera que ya no es una niña porque las de quince ya no son niñas ni mucho menos y mucho menos las de quince de Madrid.

Le gusta experimentar un poco a lo loco a Madrid, las teenagers no tienen filtro y cuando se pone a inventar no hay quien la pare. Construye cosas muy raras y luego se las olvida donde menos te lo esperas: restos de Barbies y piezas de Lego descomunales en las rotondas absurdas de las carreteras, pirulís carísimos, ruinas de ciencia ficción, torres al bies en la Plaza de Castilla, ese trastero de Madrid donde acaban los regalos imposibles y la ropa de la talla equivocada. O a veces lo deja todo sin acabar, a posta, durante lustros: catedrales de peli de Wes Anderson, centros comerciales desiertos, con eco, descampados milenarios, hondísimos, precámbricos, lugares en siesta perpetua, de pereza elástica de adolescentes tirados en las praderas al sol de San Isidro.

Madrid está a medio hacer, sí, y a medio arreglar porque las teenagers ya sabemos lo que tardan. Zanjas, cimientos, excavadoras Caterpillar correteando por ahí, las mil grúas del futuro Bernabéu cruzando el firmamento con operarios caminando a cielo abierto a cincuenta metros del suelo. Y los túneles. Pero a dónde va toda esa tierra que sacan de los túneles, qué hacen con ella, a dónde habrán ido a parar los detritos del Vicente Calderón y de la Plaza de España, dónde demonios acaba todo eso que se le ha quedado pequeño a la niña y no sabe dónde tirar.

Madrid está a medio hacer, sí, pero como la chavala es más lista que nadie lo que tiene más bonito lo deja bien a la vista cada día, en los escaparates de tangas y de perfumerías y de vaqueros push-up y de zapaterías. Ay las zapaterías de Madrid, hay más que en Mallorca, que ya es decir.

Y lo que tiene sin decidir aún, lo que todavía está crudo o le da perezón, lo deja sin hacer, sin tocar, asilvestrado. Ahí están los cientos de solares enormes, desiertos, terrenos vírgenes donde crecen auténticas selvas cercadas con alambre feo, especies protegidas entre palacios renacentistas a punto del desplome, ahí están esas zonas enigmáticas como las isletas de vegetación en medio de la M·30 o en mitad de la Castellana, bosques espesos y edénicos a donde no podemos llegar de ninguna manera y que solo podemos mirar de paso y de prisa.

Aún no se parece a nadie, no quiere parecerse a nadie, y no tiene ni idea de qué quiere ser de mayor, Madrid. Todavía se cae a veces de los patines y se pone mercromina en las rodillas peladas del mismo rabioso amarillo que el poliuretano en las fachadas peladas por la Plaza del Carmen, por Bravo Murillo, por Carabanchel.

Todo el mundo la llama por su nombre a Madrid, la tía, cuando sale. Es simpática, habla a voces y le gusta pisar fuerte las duras aceras de la Gran Vía, se mete en el tráfico y en el jaleo y en medio del ruido pero por eso mismo es desordenada y lo deja todo por en medio como los miles de coches con los que no sabe qué hacer a las ocho de la mañana, ni a las cinco, ni a las diez.

Madrid a veces se pone melancólica, así son los adolescentes, crepuscular y algo tristona como el sol derrumbándose sin remedio al final de la calle Arenal, a esa hora en que se mira con horror en el espejo los rascacielos que crecieron donde menos se esperaba, marcas de acné que no se irán ni a tiros. Luego se le pasa con la bolsa de chuches del chino.

Así que está a medio hacer, la niña, en pleno estirón. Pero no la tomes por tonta porque no lo es, no le vendas la moto porque no te cree, no la engañes ni uses delante de ella palabras como Libertad porque se le va a atragantar la palmera de chocolate y se te va a reír en toda la cara.

Madrid está a medio hacer porque aún cualquier cosa es posible, aún espera lo inesperado, ¿no es maravilloso, eso? Aún te espera a ti. Llámala, no la dejes tirada. No le falles.

Esther García LLovet es escritora. Autora, entre otras obras, de Sánchez y Cómo dejé de escribir. Su última novela es Gordo de feria (Anagrama).


Más información

Archivado En