Colateral

Siendo la Unión más grande y poderosa, otros países nos han aventajado en todo mientras nuestras autoridades daban vueltas y más vueltas a la seguridad de AstraZeneca o a la autorización de vacunas nuevas

Vacunación a personas de 65 años con la vacuna AstraZeneca en el estadio Wanda Metropolitano, Madrid.Olmo Calvo (EL PAÍS)

La covid-19 es un virus caprichoso. Más allá de las variantes, de las reinfecciones, de las polémicas surgidas alrededor de la eficacia de las vacunas, la pandemia se ha extendido con ferocidad en ámbitos distintos del sanitario. El primero, obviamente, es la economía pero en este continente tenemos, además, otro problema. La Unión Europea, aquel sueño común, inalcanzable durante décadas para generaciones de españoles que la miraban anhelantes, como el único horizonte posible de progreso y felicidad, se ha convertido en otra víctima colateral...

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La covid-19 es un virus caprichoso. Más allá de las variantes, de las reinfecciones, de las polémicas surgidas alrededor de la eficacia de las vacunas, la pandemia se ha extendido con ferocidad en ámbitos distintos del sanitario. El primero, obviamente, es la economía pero en este continente tenemos, además, otro problema. La Unión Europea, aquel sueño común, inalcanzable durante décadas para generaciones de españoles que la miraban anhelantes, como el único horizonte posible de progreso y felicidad, se ha convertido en otra víctima colateral de la covid. Para los europeos de cierta edad, lo que está pasando es incomprensible, incompatible con lo que habíamos aprendido, con lo que sabíamos y, lo que es peor, con lo que creíamos como un dogma de fe. El problema principal no es que la gestión comunitaria de las vacunas haya sido deficiente, que lo ha sido aunque sobre el papel no existiera una idea mejor. La compra centralizada de vacunas y el reparto proporcional garantizaba la equidad entre los países más grandes, más ricos, y los más pequeños, más pobres. Lo que no nos podíamos imaginar era que los laboratorios farmacéuticos se atrevieran a incumplir sus contratos tras recibir subvenciones millonarias de la UE. Tampoco que la burocracia comunitaria fuera incapaz de reaccionar ante esta crisis. Los europeos hemos visto cómo, siendo la Unión más grande y poderosa, otros países nos han aventajado en todo mientras nuestras autoridades daban vueltas y más vueltas a la seguridad de AstraZeneca o a la autorización de vacunas nuevas. Cuando termine la pandemia, deberemos afrontar el problema de nuestra propia decadencia, la pérdida de influencia y poder a nivel mundial de la antaño todopoderosa Unión Europea.

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