Secesionismo, aritmética y malabarismos
Durante diez años de ‘procés’, y sobre todo desde el referéndum ilegal del 1-O, ficcionaron con que les ligaba un victorioso mandato democrático para la ruptura, aunque ninguna de las diez convocatorias electorales con recuento formal les dieron la mayoría
Aspiran a emular a quien multiplicó panes y peces. Los propagandistas de la secesión son excelsos haciendo malabarismos con números. Durante diez años de procés, y sobre todo desde el referéndum ilegal del 1-O de 2017, ficcionaron con que les ligaba un victorioso mandato democrático para la ruptura, aunque ninguna de las diez convocatorias electorales con recuento formal les dieron la mayoría.
Ahora rizan el rizo de su presunto eterno ganar. Presentan la votación del Parlamento Eu...
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Aspiran a emular a quien multiplicó panes y peces. Los propagandistas de la secesión son excelsos haciendo malabarismos con números. Durante diez años de procés, y sobre todo desde el referéndum ilegal del 1-O de 2017, ficcionaron con que les ligaba un victorioso mandato democrático para la ruptura, aunque ninguna de las diez convocatorias electorales con recuento formal les dieron la mayoría.
Ahora rizan el rizo de su presunto eterno ganar. Presentan la votación del Parlamento Europeo retirando la inmunidad a Carles Puigdemont y sus adláteres como una victoria política propia, sumando los 45 abstencionistas a los 248 negativos (lo que haría un heteróclito 42%), frente a los 400 votos efectivos que impugnaron al líder de Waterloo (61,7%).
Y eligen la Mesa del Parlament —encabezada por la extremista Laura Borràs— trocando su exigua mayoría de escaños, algo más de mitad del hemiciclo (74 de 135: el 54,8%), en dos tercios del organismo (cinco miembros de siete). Por más funambulismos que se pretendan, no alcanzan el mínimo de los 90 diputados requeridos, dos tercios del total, para reformar el Estatut (artículo 222). Y obvio, menos aún para cualquier operación exorbitante.
Los interesados justifican ese abuso en la mayoría social del independentismo, que solo la ha alcanzado el 14-F de 2021 (50,77%), por una media del 43,8% a lo largo de un decenio. Cuando deberían haberse ceñido a la representación de los que han accedido al Parlament: Esquerra, Junts y la CUP, que han cosechado un 48,05% de voto popular.
¿Cómo leer todo eso? Subrayando que cabían otras alianzas, entre otras, de las izquierdas no antisistémicas. Que el independentismo no fragua un bloque, salvo de intereses y ensoñaciones, amalgama que le ha llevado al caos y la fractura interna. Que su resultado es una “victoria pírrica que no contribuirá a resolver” su “déficit de legitimidad”, como profetizó Albert Branchadell (Ara, 28/10/2020) puesto que en conjunto ha caído en más de 600.000 papeletas respecto a 2017. Que, dado el desplome de la participación al 51,29%, el secesionismo solo cuenta con el apoyo de una cuarta parte del censo, un 26%.
Y que convendría atenerse a los deseos de la mayoría social, ese 56,6% transversal que se declara partidario de priorizar la gestión de los servicios públicos por encima de centrarse en el litigio territorial (39,9%) según las encuestas de la propia Generalitat. Una esperanza de improbable satisfacción.