Recalibrar, en vez de cortar

No suele haber rupturas en política exterior, ni siquiera cuando ha sido sometida al caos de una presidencia como la de Trump

Fotografía de archivo de noviembre de 2018 que muestra al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, mientras participa en la plenaria de la Cumbre del G20, en el centro de convenciones Costa Salguero de Buenos Aires (Argentina).Aitor Pereira (EFE)

No suele haber rupturas en política exterior, ni siquiera cuando ha sido sometida al caos de una presidencia como la de Trump. A veces ni siquiera las revoluciones consiguen torcer los imperativos que imponen la historia y la geografía. Menos iba a suceder con los cuatro años de caos, miseria estratégica y repliegue de la diplomacia que ha significado el trumpismo.

Ciertamente, ...

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No suele haber rupturas en política exterior, ni siquiera cuando ha sido sometida al caos de una presidencia como la de Trump. A veces ni siquiera las revoluciones consiguen torcer los imperativos que imponen la historia y la geografía. Menos iba a suceder con los cuatro años de caos, miseria estratégica y repliegue de la diplomacia que ha significado el trumpismo.

Ciertamente, la diplomacia ha recuperado su protagonismo, Washington ha regresado a las buenas costumbres del diálogo y de la consulta a socios y amigos, ha desaparecido la verborrea reactiva y mentirosa salida de la cuenta de Twitter presidencial, y sobre todo, no se ha dado ni un solo paso sin un debate serio y un cálculo racional por parte de los organismos del Gobierno, como era habitual antes de la irrupción del trumpismo. No es poco. Antony Blinken, el nuevo secretario de Estado, ha definido la nueva política al explicar el régimen de sanciones impuesto a Arabia Saudí por la desaparición y asesinato de Jamal Khashoggi. No se trata de cortar con el régimen despótico de Riad, sino de recalibrar unas relaciones de profundidad estratégica establecidas hace ya más de 75 años.

Recalibrar significa medir de nuevo lo que ya había sido medido anteriormente. Washington ha señalado con el dedo al príncipe heredero Mohamed Bin Salmán como responsable. También ha retirado su apoyo a la guerra librada por los saudíes en Yemen. No habrá suministros militares que no estén vinculados estrictamente a la defensa del territorio saudí. Pero ha reafirmado su compromiso con la seguridad saudí respecto a las amenazas exteriores y no ha dudado en lanzar un ataque aéreo contra una guerrilla proiraní en Siria, en clara advertencia a Teherán, el enemigo saudí.

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No basta la denuncia y el señalamiento de los autores de los crímenes de Estado, como es el asesinato de Jamal Khashoggi. Después de una presidencia complaciente con los dictadores, la reacción moral pide la punición de los máximos culpables. Esta es la crítica de Agnes Callamard, la relatora de Naciones Unidas sobre ejecuciones extrajudiciales, que considera “extremadamente peligroso” dejar sin castigo al autor acreditado del crimen de Estado. También habría que preguntarse si no entran en idéntico capítulo el genocidio de los uigures en Xinjiang o el envenenamiento y el encarcelamiento de Navalni.

Washington no va a romper con Moscú, Pekín y Riad. Se limitará a recalibrar. Es decir, reparar la política exterior estadounidense hasta encontrar un punto de equilibrio decente entre valores e intereses. El modelo es la prohibición de visados y viajes a los 76 saudíes implicados en el crimen, conocida ya como Khashoggi Ban, que se aplicará a partir de ahora a todos los regímenes que cometan crímenes contra periodistas y disidentes. Si resulta eficaz y sirve para disuadir a los déspotas, será un buen comienzo, a pesar de su modestia.

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