Rap y RIP

Alguno de nosotros, los mayores, recordamos el tiempo de la verdadera falta de libertad expresiva en las artes

Manifestación en Barcelona el pasado día 22 en apoyo a Pablo Hasél.LLUIS GENE (AFP)

Me sentí emparejado a Pablo Hasél, aunque no estoy en la cárcel, solo preso. La cosa comenzó el pasado septiembre, cuando unos nuevos vecinos llegaron al piso situado encima del que habito y pusieron música, creo que incluso antes de poner las camas. El concierto no se ha interrumpido desde entonces, ni de día ni de noche, siendo su repertorio algo similar al rap, modalidad sonora de la que me confieso indocumentado, pero en la que voy adentrándome a mi pesar. Un domingo, después de cinco meses altisonantes, con pata...

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Me sentí emparejado a Pablo Hasél, aunque no estoy en la cárcel, solo preso. La cosa comenzó el pasado septiembre, cuando unos nuevos vecinos llegaron al piso situado encima del que habito y pusieron música, creo que incluso antes de poner las camas. El concierto no se ha interrumpido desde entonces, ni de día ni de noche, siendo su repertorio algo similar al rap, modalidad sonora de la que me confieso indocumentado, pero en la que voy adentrándome a mi pesar. Un domingo, después de cinco meses altisonantes, con pataleos y gritos (pues parece que el rap no amansa, como otras músicas, a las fieras, ni apacigua a los hombres), uno de esos jóvenes vecinos rapistas dijo, ante mis protestas, la fórmula mágica: “Tengo mi libertad de escuchar música”. ¿Escuchar? Yo la oigo, sin captar los matices de sus letras, que me suenan como el rezo de un rosario. A todas estas apareció Hasél, apoyado por un amplio espectro (social): acólitos vándalos y gobernantes celosos de proteger la libertad de expresión. A quienes vivimos mal que bien de la expresión escrita, dicha o cantada, esas protecciones nos resultan poco de fiar; alguno de nosotros, los mayores, recordamos el tiempo de la verdadera falta de libertad expresiva en las artes, muy bien reflejada en la reciente novela de Gutiérrez Aragón Rodaje. ¿Y se acuerdan ustedes de la tan pregonada “libertad de acceso a la cultura”? Ese era el lema de los piratas del disco y del libro, de quienes hoy se habla menos, quizá porque haya más o naveguen bajo estandartes de camuflaje. Mis vecinos no quieren mi muerte violenta “al modo Hasél”, ni yo a ellos les deseo la cárcel; voy en son de paz. Pero ayer, mientras escribía esta columna bajo el fragor de sus letanías, tuve un recuerdo: las voces estentóreas y el ruido de las armas, hace 40 años, en el lugar de la palabra.

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