Columna

Padilla y Chaplin

Qué buena idea que en medio de las cautelas salga en los cines alguien que nos hará reír mientras lloramos

Charles Chaplin, en un fotograma de 'Luces de la ciudad'.AP

Qué buena idea que en medio de las cautelas salga en los cines, junto a los estrenos restringidos, alguien que nos hará reír mientras lloramos. El chico, un apogeo sublime en este valle de lágrimas, fue el primer largometraje de Chaplin, y la buena idea sería digna de continuación, pasada la pandemia, con los reestrenos de lujo de sus películas grandes, con y sin Charlot; hay diez de ellas, así que durante un largo periodo de tiempo se podría resucitar una cada año y hacer felices a quienes no las vie...

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Qué buena idea que en medio de las cautelas salga en los cines, junto a los estrenos restringidos, alguien que nos hará reír mientras lloramos. El chico, un apogeo sublime en este valle de lágrimas, fue el primer largometraje de Chaplin, y la buena idea sería digna de continuación, pasada la pandemia, con los reestrenos de lujo de sus películas grandes, con y sin Charlot; hay diez de ellas, así que durante un largo periodo de tiempo se podría resucitar una cada año y hacer felices a quienes no las vieron o no las recuerdan. Las diez son obras maestras del cine mudo (y sonoro): incunables de un arte que él popularizó sin vulgaridad. Pero hablemos ahora de José Padilla, otro gran popular, y de Almería. La vida de este magnífico compositor cuyas melodías casi todo el mundo ha tarareado, además de oído reiteradamente, era desconocida, al menos para mí, algo ya remediable gracias al documental Descubriendo a José Padilla, que está en Filmin y se verá el 19 de este mes dentro de los Imprescindibles de La 2. Chaplin vivió largamente, al contrario que Padilla, muerto en Madrid a los 62 años; ambos triunfaron en sus dominios, se hicieron ricos, perdieron sus riquezas, amaron con profusión, y un día de 1931 tuvieron en Londres una colisión involuntaria que acabó en los tribunales. Uno de esos incunables del cineasta, Luces de la ciudad, usaba sin permiso música robada de otra cuna, La violetera, que acompaña las apariciones de la florista ciega de quien se enamora el vagabundo. Padilla, autor asimismo de muchas otras canciones de enorme difusión (El relicario, Estudiantina portuguesa, Princesita, Valencia), ganó el pleito internacional y obligó a los productores a incluir su autoría en los títulos y en los derechos. Un caso de apropiación indebida por el que el músico, además de dinero, hizo su entrada en el noble registro de los antipiratas.

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