Columna

Políticos sorprendidos

Es difícil no caer en la crítica estructural y populista viendo las lágrimas de cocodrilo de los cargos públicos vacunados. El problema es que ese populismo desemboca en uno tóxico

El exconsejero de Salud de la Región de Murcia, Manuel Villegas.Iván Urquizar (Europa Press)

Ninguno de los líderes políticos y cargos públicos que han dimitido por vacunarse fuera del protocolo piensa que ha hecho algo malo. El consejero de salud de Murcia dijo que “está claro que no ha sido entendido por la sociedad”. La alcaldesa de Molina de Segura (Murcia) dijo “haber sufrido un linchamiento sin precedentes” y señaló que su único delito fue vacunarse: “No he robado, no he prevaricado, no he malversado”. ...

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Ninguno de los líderes políticos y cargos públicos que han dimitido por vacunarse fuera del protocolo piensa que ha hecho algo malo. El consejero de salud de Murcia dijo que “está claro que no ha sido entendido por la sociedad”. La alcaldesa de Molina de Segura (Murcia) dijo “haber sufrido un linchamiento sin precedentes” y señaló que su único delito fue vacunarse: “No he robado, no he prevaricado, no he malversado”. El jefe del Estado Mayor de la Defensa se fue “con la conciencia tranquila”. El consejero de Sanidad de Ceuta, en cambio, no ha dimitido y se ha defendido diciendo que realmente no quería vacunarse, pero que se lo pidieron: “Yo no me vacuno ni de la gripe, no me gustan las vacunas”. Todos han defendido su inocencia, pero ninguno se vacunó en público. ¿Por qué no lo hicieron delante de las cámaras para concienciar, o para obtener réditos políticos, como han hecho otros líderes? El secretismo desvela la negligencia.

Una reacción común ha sido la sorpresa. Esta a su vez desvela una concepción patrimonialista de la política. ¿Este privilegio no iba aparejado a mi cargo? ¿No soy un servidor público? El alcalde de Madrid ha dicho que “quienes dirigen la nación, quienes tienen esa responsabilidad de tomar decisiones a futuro, me parece muy lógico y muy razonable que se vacunen”. Pero ¿cómo determinamos quién es servidor público? Hemos estirado el concepto demasiado. ¿Debería un político cualquiera tener prioridad en la vacunación a pesar de que gran parte de su trabajo de calle (una cuestión clave, ya que el calendario de vacunación debe depender del grado de exposición al virus) es electoralista y de campaña? ¿Por qué un concejal antes que un conductor de autobús o alguien que trabaja en un supermercado? La idea de servicio público va más allá del cargo público.

Hace años, la corrupción era el gran tema de la política española. Tras el 15-M, politólogos y periodistas debatían sobre nepotismo, puertas giratorias, imputaciones. Hoy, a pesar de que el problema no ha desaparecido, no existe ese debate. Al PSOE de Pedro Sánchez no le ha interesado promover una agenda reformista. Ha sido nepotista y ha abusado de las puertas giratorias. Ante la inexistencia de una agenda seria anticorrupción, y con un Gobierno incompetente, ha crecido el populismo.

En cierto modo, es comprensible. En momentos de necesidad y frustración, como durante una pandemia, una dosis pequeña de populismo es sana. Cuando Fernando Simón dijo tras la Navidad que “quizá lo pasamos mejor de lo que deberíamos haberlo pasado”, muchos se acordaron del clásico “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” que justificó tantos recortes. Es difícil no caer en la crítica estructural y populista viendo las lágrimas de cocodrilo de los políticos vacunados fuera de protocolo. El problema es que ese populismo casual y comprensible desemboca en uno tóxico fácilmente. Del “todos son iguales” a la desconfianza en las instituciones y en la democracia hay un camino muy corto.

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