Columna

Abortista

Feministas y allegadas no somos ‘lesboterroristas’ que roban huevos de nidos para cascarlos con picos de pájaras. Nosotras somos la alegría.

Activistas por el derecho al aborto celebran la aprobación de la ley frente al Congreso en Buenos Aires, Argentina, el pasado 30 de diciembre.Natacha Pisarenko (AP)

Abrazo a las mujeres argentinas que han conquistado su derecho a un aborto legal, seguro y gratuito. En Centro y Sudamérica solo Cuba, Guyana, Guayana Francesa y Uruguay contaban con este derecho. En Argentina la interrupción del embarazo será legal hasta la semana 14: que esta sea ...

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Abrazo a las mujeres argentinas que han conquistado su derecho a un aborto legal, seguro y gratuito. En Centro y Sudamérica solo Cuba, Guyana, Guayana Francesa y Uruguay contaban con este derecho. En Argentina la interrupción del embarazo será legal hasta la semana 14: que esta sea una ley de plazos y no una ley de supuestos habla de su carácter progresista. Caitlin Moran lo explica con vitriolo en Cómo ser mujer: no hay aborto bueno o malo, hay aborto como derecho a decidir si se quiere gestar, parir, cuidar. No hay nada que preguntarle a una mujer que no desea ser madre: miedo al parto, distopía, violación, soy pobra, estudio, estoy triste o muy feliz, no me apetece. No. No hay que dar explicaciones. “Lo que te estás perdiendo…”. Hay algo irrespetuoso en la superioridad de ciertas madres. También me consta que otras mujeres, frente a las alienaciones laborales del liberalismo, reivindican su maternidad como estrategia anticapitalista. No tengo nada en contra de mujeres que asumen libremente cuidar a tiempo completo siempre y cuando esa decisión no resulte de la inercia de una tradición subyugante: la del imaginario religioso que animaliza a la mujer que aborta y la de esa cultura patriarcal de las representaciones del aborto que, si bien a veces responden a la realidad de prácticas precarias por ilegales, otras son el dedo acusador del castigo que caerá sobre quienes se mueven por una racionalidad “antinatura”. Lo repito: es imprescindible la lectura crítica.

Convendría contemplar desde todas sus perspectivas los verbos querer y poder: las que quieren ser madres deben contar con ayuda estatal; las que no quieren, también. Las mujeres tienen derecho de ser madres en condiciones paupérrimas y, a la vez, cualquier mujer, de clase privilegiada o pobre, debería poder esgrimir su derecho al aborto. Abortar no es una obligación, pero forzar una gestación no deseada atenta contra los derechos humanos porque nuestro mandato (sic) biológico no es la maternidad; y porque, en sociedades donde violencia y depredación sexual contra las mujeres son patologías sistémicas, resulta delictiva la criminalización del aborto. Un columnista alentaba a no abortar a las mujeres violadas porque algo bueno quedaría junto a ti para siempre —Dios te ama raro—; antropólogos velludos, con argumentos pseudocientíficos, esencializan en la maternidad la naturaleza femenina y condenan a la amargura a mujeres no fértiles. Luego pienso en esas niñas, violadas por familiares, que se quedan embarazadas y son obligadas a sufrir partos que ponen en riesgo su vida en nombre de la vida. Madres que juegan o echan de menos a sus criaturas robadas. Futuros con cerrojo. La violencia contra nuestro cuerpo es una realidad económica, sexual, cultural, sanitaria, de modo que no se puede exigir la sumisión reproductiva del cuerpo femenino. En nombre de religión y economía las mujeres mueren. Especialmente las que tienen menos recursos. El derecho a la interrupción del embarazo es ejemplo de feminismo para el 99%. Un caso práctico de cómo la tan cacareada libertad no se entiende sin justicia ni igualdad. Enhorabuena a todas y nuestro apoyo a las mujeres polacas. Lo necesitan. Vivimos momentos reaccionarios. Feministas y allegadas no somos lesboterroristas que roban huevos de nidos para cascarlos con picos de pájaras. Nosotras somos la alegría.

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