Columna

Ustedes ponen en peligro nuestra convivencia

¿Cómo va a querer un ciudadano sensible participar en la vida pública? Somos más útiles, como el doctor Bouza, mejorando el mundo a nuestra escala

Pleno del Congreso de los Diputados, el pasado 17 de diciembre.Andrea Comas

Fue en septiembre cuando el prestigioso doctor Bouza, exjefe del Servicio de Microbiología y Enfermedades Infecciosas del Gregorio Marañón, fue nombrado portavoz del Grupo Covid-19, órgano creado para que los Gobiernos de España y Madrid cooperaran de una maldita vez. Quienes lo conocemos respiramos aliviados: solo una persona de la calidad profesional y humana de Bouza podía poner sensatez en semejante guirigay. En La Ventana, el programa de Carles Francino, el doctor nos había contado una tarde de la época más dura del confinamiento cómo estaba sobrellevando la embestida un macrohospi...

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Fue en septiembre cuando el prestigioso doctor Bouza, exjefe del Servicio de Microbiología y Enfermedades Infecciosas del Gregorio Marañón, fue nombrado portavoz del Grupo Covid-19, órgano creado para que los Gobiernos de España y Madrid cooperaran de una maldita vez. Quienes lo conocemos respiramos aliviados: solo una persona de la calidad profesional y humana de Bouza podía poner sensatez en semejante guirigay. En La Ventana, el programa de Carles Francino, el doctor nos había contado una tarde de la época más dura del confinamiento cómo estaba sobrellevando la embestida un macrohospital como el Marañón donde él sigue colaborando tras la jubilación. Daos cuenta, dijo, que esto es como trabajar en un portaviones en estado de guerra. En su estilo cordial describió cómo los sanitarios habían aparcado diferencias, viejas rencillas, para remar en la misma dirección, flexibilizando además su actividad hasta el punto de dejar a un lado las especialidades que les prestigian para salvar vidas arrolladas por la covid. Pero la alegría de su nombramiento duró poco. A los dos días el doctor Bouza había dimitido. ¿Las razones? Sintió que era más útil en un hospital, donde la gravedad del momento se había impuesto al conflicto, que entre políticos adiestrados en la confrontación. Cuando observó que los dos Gobiernos se contraprogramaban ruedas de prensa, dijo, aquí os quedáis.

Los ciudadanos particulares, como se dice en castizo, hemos acabado convencidos de que para dedicarse a la vida política hay que tener piel de crustáceo. En el universo cotidiano cada persona habita una comunidad, sea en un edificio, barrio, pueblo, urbanización. Somos tan diferentes los unos de los otros que es milagroso que en líneas generales sepamos mantener el equilibrio. Nos cuidamos de no ofender para no desencadenar un mal mayor.

Estas leyes no escritas que facilitan la convivencia y que tan necesarias están siendo en este año de mierda que ahora se cierra no han traspasado los muros del Congreso de los Diputados. En primavera pensamos, pecando de ingenuos, que el número de muertos, el sacrificio de los sanitarios, la paciencia tensa de los ciudadanos, la paciencia infinita de los que han perdido todo, rebajaría el exabrupto, la tendencia al espectáculo vulgar, a la gracieta irreprimida que maldita la gracia que tiene, a la frivolidad. Tengo la certeza de que les falta caminar por la calle. ¿Por qué no salen a la intemperie y se mezclan con el pueblo que dicen representar? Percibirían una especie de tristeza colectiva, de hartazgo, verían las cabezas más gachas que de costumbre, los hombros encogidos, la pesadumbre. Si prestaran oído repararían en que han ido desapareciendo las risas —esas fiestas temerarias de las que dan cuenta los telediarios son minoritarias—, y si son perspicaces advertirían que la tensión contenida se va traduciendo en una ansiedad creciente de cada uno de los individuos que conformamos esta sociedad. Aquel “por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela” de Galdós cabría ser modifcado por “lleva consigo su neurosis”.

Está claro que no perciben esa angustia a punto de desbordarse y si es así poco o nada les importa. La burla se antepone a la crítica, la necesidad de derrumbe al espíritu colaborativo, de tal manera que a los representantes públicos les sale más a cuenta gozar de un buen caparazón y de un carácter gélido que de habilidades colaborativas. No todos los diputados son así, desde luego, pero el aire de la Cámara es pestilente y lo respira el hemiciclo. No hay que olvidar que en su funesta toxicidad interviene una prensa que aplaude el enfrentamiento, el escarnio, la mentira. La prensa se convierte a menudo en altavoz de ese ambiente putrefacto, no para denunciarlo sino para celebrarlo. ¿Cómo va a querer un ciudadano sensible participar en esa vida pública? Somos más útiles, como el doctor Bouza, mejorando el mundo a nuestra escala. Pero hay un peligro verdadero de que esa furia que les observamos con aprensión a diario invada esta convivencia nuestra, ahora significativamente vulnerable.

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