Columna

Poniendo el contador

Lo que queda claro con la negociación presupuestaria es que el Gobierno se ata al bloque de la investidura y queda enterrada, al menos de momento, la transversalidad

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (en primer plano), junto al vicepresidente segundo, Pablo Casado.Ballesteros (EFE)

Cambio de ritmo. Con la segura aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (y a la espera de las catalanas) ponemos fin al largo ciclo electoral inaugurado en 2014. La legislatura podrá aguantar. Aunque nos hemos acostumbrado a los frenéticos tempos de la política mediatizada, los partidos tienen ahora la oportunidad de reposicionarse. Después de todo, si la pandemia y sus estragos no han sido suficiente para ver virajes de calado en sus estrategias, quizá el no tener a la vista un horizonte electoral pueda ayudarles.

De un lado, el Gobierno de coalición tiene todos los incentiv...

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Cambio de ritmo. Con la segura aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (y a la espera de las catalanas) ponemos fin al largo ciclo electoral inaugurado en 2014. La legislatura podrá aguantar. Aunque nos hemos acostumbrado a los frenéticos tempos de la política mediatizada, los partidos tienen ahora la oportunidad de reposicionarse. Después de todo, si la pandemia y sus estragos no han sido suficiente para ver virajes de calado en sus estrategias, quizá el no tener a la vista un horizonte electoral pueda ayudarles.

De un lado, el Gobierno de coalición tiene todos los incentivos para durar. Su fortuna depende en gran medida de que la severidad de la crisis y sus cicatrices no se lo lleve por delante. Por eso la vocación de resistencia: a medida que avance la legislatura la economía podrá remontar algo y, aferrado a las inversiones europeas como un clavo ardiendo, el Gobierno podría ir a las urnas en mejores condiciones. Ahora bien, habrá que ver si tener un horizonte de medio plazo minimiza sus roces internos. Que en los gobiernos de coalición los socios marquen agenda y se distancien es lo propio del periodo electoral; estar toda la legislatura así corre riesgo de erosionar a ambos. Después de todo, si algo nos enseñó el 10-N es que perfectamente pueden perder votos y escaños los dos partidos del Ejecutivo.

Del otro lado, la oposición también puede manejar un calendario de medio plazo. Esto interpela muy especialmente al Partido Popular, la alternativa de gobierno. Sabiendo que la contienda electoral no será inminente, los de Casado tienen la oportunidad para apostar por temas en los que puedan diferenciarse de Vox (como su perfil gestor) e intentar morder en el electorado de Ciudadanos. Además, también tienen margen para jugar la baraja de partido de Estado llegando a acuerdos puntuales con el Gobierno que, en cuestiones de mínimos, puedan incomodar a sus aliados parlamentarios. Por su parte, sin elecciones a la vista, Ciudadanos también dispone de un plazo suficiente para ver si su estrategia de oposición constructiva le da resultados.

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En cualquier caso, lo que queda claro con la negociación presupuestaria es que el Gobierno se ata al bloque de la investidura y queda enterrada, al menos de momento, la transversalidad. Este hecho es lo más relevante de cuanto se ha discutido en la tramitación de las cuentas públicas; no es sólo que haya legislatura, es que la coalición ya tiene los socios parlamentarios que necesitaba para sacar adelante sus propuestas en el Congreso. Ya no hay excusas ni urgencias tácticas; toca contrastar la agenda del Gobierno para ver si, en este contexto de emergencia sanitaria y social, marca la diferencia amortiguando el golpe y sanando las cicatrices.

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