Columna

Una mayoría para la reconstrucción

Son muchas las urgencias a atender y no se trata de priorizar a unas contra otras sino de anticipar los efectos de mayor calado de una peculiar crisis que ha encontrado en la pandemia el culpable perfecto

Un hombre con mascarilla pasa por una oficina de empleo de Madrid (España), el pasado 2 de septiembre de 2020.Marta Fernández Jara (Europa Press)

El Gobierno entra a corregir —que no a revocar— la ley de reforma laboral del PP de Mariano Rajoy. Me gustaría poder deducir de esta decisión dos cosas: que se van asumiendo las prioridades del futuro inmediato y que, en función de ellas, se empieza pensar que lo mejor que podría ocurrir sería la restauración de la mayoría de la investidura con alguna incorporación complementaria.

Son muchas las urgencias que se deben atender y no se trata de priorizar a unas contra otras sino de anticipar los efectos de mayor calado de una peculiar crisis que ha encontrado en la pandemia el culpable pe...

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El Gobierno entra a corregir —que no a revocar— la ley de reforma laboral del PP de Mariano Rajoy. Me gustaría poder deducir de esta decisión dos cosas: que se van asumiendo las prioridades del futuro inmediato y que, en función de ellas, se empieza pensar que lo mejor que podría ocurrir sería la restauración de la mayoría de la investidura con alguna incorporación complementaria.

Son muchas las urgencias que se deben atender y no se trata de priorizar a unas contra otras sino de anticipar los efectos de mayor calado de una peculiar crisis que ha encontrado en la pandemia el culpable perfecto, pero que en realidad sólo ha conseguido radicalizar fracturas y desajustes ya en curso. La crisis actual engarza con la de 2008, con efectos demoledores para las generaciones más jóvenes. Las que están iniciando el proceso de socialización y las que se están estrellando a la hora de la emancipación y de la construcción de un futuro autónomo. Dos datos que son señales de alerta que no permiten mirar a otro lado: el 39% de las personas sin estudios básicos que tiene este país —de las que el despliegue nihilista de los años del cambio de siglo tiene buena parte de culpa— y la edad de emancipación de los jóvenes españoles, récord mundial en retraso, por encima de los 30 años.

Si los políticos quieren realmente actuar sobre la brecha de las desigualdades, si se quiere evitar que la última fase de la resaca de la covid-19 sea el desempleo de masas con la correspondiente emergencia social, y si de verdad se aspira a una reconstrucción solvente y equilibrada del país, los jóvenes deberían ser la prioridad, con tres problemas en primera línea: la educación, el empleo y la vivienda. Los datos de marginación infantil y juvenil empiezan a ser escalofriantes como para no dilatar más las actuaciones. Una realidad que marcará sus destinos y que, a su vez, genera efectos de exclusión en cadena en las diferentes franjas de edad y aboca al precipicio a las familias que se habían sentido clase media. La izquierda siempre ha tenido dificultades para conectar con los ciudadanos que pierden pie y que vienen siendo —en toda Europa— terreno abonado para la extrema derecha. Ante la desesperación, cualquier promesa que señale con el dedo a los chivos expiatorios, los inmigrantes, por supuesto, y que alimente el camelo de la redención patriótica tiene cuerda.

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La pandemia ha abierto en canal el sistema educativo. Y hay que hacer todo lo necesario para que una generación no entre en retraso de difícil recuperación tanto de la socialización como de la formación y el aprendizaje. Trabajo y vivienda van juntos: sin ellos no hay emancipación posible. El abismo de la marginalidad asoma. La agenda de hoy pasa por garantizar el derecho a la vivienda y por no permitir el descontrol del empleo. Nos jugamos el futuro y probablemente la democracia.


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