Volver al desarme
A los 75 años de Hiroshima es de máxima urgencia reducir los arsenales nucleares
Hace hoy 75 años que la humanidad cruzó el umbral de un siniestro camino, el que podría conducir a la aniquilación de la vida sobre la tierra por la utilización del arma nuclear. El bombardeo atómico sobre Hiroshima en la madrugada del 6 de agosto y Nagasaki el 9 de agosto de 1945 no cuenta tan solo por el durísimo balance de muerte, dolor y enfermedades producido por los dos artefactos lanzados sobre las ciudades japonesas, todavía hoy presente entre los 130.000 supervivientes, sino por sus consecuencias de orden geopolítico y militar en todo el mundo. Aquella madrugada empezó una nueva era, ...
Hace hoy 75 años que la humanidad cruzó el umbral de un siniestro camino, el que podría conducir a la aniquilación de la vida sobre la tierra por la utilización del arma nuclear. El bombardeo atómico sobre Hiroshima en la madrugada del 6 de agosto y Nagasaki el 9 de agosto de 1945 no cuenta tan solo por el durísimo balance de muerte, dolor y enfermedades producido por los dos artefactos lanzados sobre las ciudades japonesas, todavía hoy presente entre los 130.000 supervivientes, sino por sus consecuencias de orden geopolítico y militar en todo el mundo. Aquella madrugada empezó una nueva era, primero con una escalada por la obtención del arma nuclear por parte de todas las grandes potencias, y después por su exhibición amenazadora como instrumento de disuasión. Se abrió camino la idea de una guerra nuclear intercontinental, con capacidad de destruir países enteros y devorar la vida de millones de personas solo en sus primeros compases, en la que iban a competir las dos superpotencias enfrentadas en la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética.
El equilibrio del terror, gracias a la amenaza de la destrucción mutua asegurada, fue el primer concepto que aportó una magra consolación a tan desenfrenada competencia, pero fueron necesarios enormes esfuerzos para iniciar el camino inverso, el del desarme y la limitación de la proliferación. El aspecto más lúgubre del arma nuclear es su asociación a la idea de soberanía, de forma que hubieran sido muchos los países que se habrían añadido a la carrera armamentística de no ser por la firma del Tratado de No Proliferación (TNP) en 1968, que prohibía su construcción a los firmantes que no la poseyeran y obligaba a los otros a reducir sus arsenales.
El TNP ofrece un balance ambivalente y preocupante por el deterioro que ha ido sufriendo desde que terminó la Guerra Fría. Las superpotencias nucleares, Estados Unidos y Rusia, a las que hay que añadir China, no solo no los han reducido, sino que ahora pretenden aumentarlos. Los tratados bilaterales de reducción armamentística entre Washington y Moscú han ido decayendo o han sido denunciados, sin que la China ascendente se haya sumado a ellos. Han aparecido nuevas potencias nucleares, no firmantes o retiradas del TNP, como Pakistán, India, Israel o Corea del Norte. Solo las potencias europeas han ido atendiendo a los compromisos de contención nuclear, con el grave añadido de la retirada de Estados Unidos del tratado multilateral que prohibía a Irán el desarrollo del arma atómica.
La destrucción del orden internacional promovida sistemáticamente por la Administración Trump es la mejor oportunidad para las iniciativas militaristas que pretenden reanudar la carrera armamentística, esta vez con China como principal antagonista. El éxito de la disuasión durante la confrontación bipolar entre soviéticos y estadounidenses, cifrado en el mantenimiento de la paz entre ambas potencias, no es garantía alguna para que la mera amenaza funcione en el futuro. Al contrario, el incremento de los arsenales y la aparición de nuevas potencias nucleares dibujan un mundo lleno de riesgos, en el que se puede difuminar la memoria del apocalipsis de Hiroshima y Nagasaki.
El 75º aniversario de aquel terrible bombardeo debe ser una apelación a un nuevo impulso multilateralista de desarme que conduzca a una vigorosa revisión del TNP.