Columna

Griterío selectivo

Solo podemos alegrarnos de que, aunque sea por motivos interesados, no se estén arrojando los muertos en residencias a la cara

Una trabajadora de una residencia sujeta la mano de una anciana.Brais Lorenzo (EFE)

Hagamos un ejercicio. Imaginen que una terrible pandemia azota a un país. Que los muertos se cuentan por miles. Tantos como 25.000, oficialmente. E imaginen que más de un tercio de esos fallecidos murieron, oficialmente, en residencias de mayores. Y que, además, hay otros 9.000 fallecidos en residencias con síntomas compatibles con la terrible pandemia. Más de 16.000 en total.

Sigamos con el ejercicio. Esa pandemia y esas cifras corresponden a un país tan polarizado y con tanta penetraci...

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Hagamos un ejercicio. Imaginen que una terrible pandemia azota a un país. Que los muertos se cuentan por miles. Tantos como 25.000, oficialmente. E imaginen que más de un tercio de esos fallecidos murieron, oficialmente, en residencias de mayores. Y que, además, hay otros 9.000 fallecidos en residencias con síntomas compatibles con la terrible pandemia. Más de 16.000 en total.

Sigamos con el ejercicio. Esa pandemia y esas cifras corresponden a un país tan polarizado y con tanta penetración partidista en todos los ámbitos e instituciones públicas que hasta la vida y la muerte se mercantilizan electoralmente. Los muertos que provocan el terrorismo o las enfermedades se arrojan a la cara del adversario político, no solo en los medios y en las redes sociales. Desde la propia tribuna del Congreso.

Se instrumentalizaron los asesinados por ETA, por el yihadismo y, por supuesto, los fallecidos por la terrible pandemia. Pero ¡oh! milagro, no existe un griterío político a cara de perro sobre la responsabilidad de las muertes en un territorio tan acotado, sujeto a regulaciones, donde personas dependientes no tuvieron ninguna oportunidad. Una pensaría que averiguar qué ha pasado ahí sería el objeto central de los voceadores. Pero no.

No existe ese debate porque la responsabilidad está muy repartida —las residencias son competencia autonómica y ha ocurrido en prácticamente todas las comunidades—, y porque las cifras más dramáticas corresponden a comunidades gobernadas por el PP o por Junts per Catalunya y ERC, los dos extremos de la pinza política que hoy ejerce la oposición al Gobierno central.

Para ser rigurosos, sí hubo un conato de griterío. En un nuevo alarde de trumpismo, el secretario general del PP acusó al Gobierno central, que lleva tres meses en La Moncloa y no tenía competencias, de esas muertes en las residencias. No lo secundaron muchos de los suyos. Ese foco no conviene.

Solo podemos alegrarnos de que, aunque sea por motivos interesados, no se estén arrojando los muertos en residencias a la cara. La Fiscalía está actuando ya y se depurarán las responsabilidades, si las hay. Pero la prudencia política permite albergar alguna esperanza de que se analizará en serio y sin presiones lo ocurrido, atajando ya, ahora mismo, algunas grietas. Y que, para el futuro inmediato, se busquen alternativas a un modelo de residencias que, a la vista está, ha fallado estrepitosamente. @PepaBueno

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