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MORENA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que Saúl Monreal no quiere ver

El senador de Morena insiste en llevar la contra a una ley impulsada por Sheinbaum, en mostrarse como el rostro de un desafío a la autoridad, sin advertir que corre riesgo de terminar en símbolo

Salvador Camarena

El tiempo mexicano demanda señales. La política atraviesa ondas de incertidumbre; es el patio intersexenios: lo viejo, diría el clásico, no termina de irse, lo nuevo busca afianzarse. En tal contexto hay quien opta por la quietud, otros maximizan sus riesgos, como Saúl Monreal.

Senador zacatecano y benjamín de un clan que en un cuarto de siglo ya clavó dos gobernadores en esa entidad, Saúl Monreal insiste en llevar la contra a una ley impulsada por Claudia Sheinbaum, en mostrarse como el rostro de un desafío a la autoridad presidencial.

Nepotismo es un término sin lado bueno. La vieja política mexicana tuvo sus propias aportaciones a tal acepción. Los hermanos incómodos, por ejemplo; un clásico de sexenios que prometieron modernidad y terminaron en el fango. La nueva política lo sabe.

Saúl cree que el tema es personal. Que la fortuna quiere probarlo a él, que el destino se entretiene poniéndole un nuevo obstáculo. Sin ambición no hay política, aunque demasiadas veces también es el impulso que descarrila a los que confían de más en su voz interna.

Como corcholata ganadora, Sheinbaum despejó el humo que intentó esparcir Marcelo Ebrard, quien sacó malas cuentas al creer que siendo el perdedor inmediato de la candidatura morenista podría nombrarse cabeza de “la segunda fuerza” dentro del obradorismo.

Claudia tenía otros números. Terminada la competencia de las corcholatas en 2023, el movimiento tenía que ser una sola fuerza. La unidad, más que etiqueta, es “detente” para conjurar los males que sepultaron el revoltoso sueño que una vez fue el PRD.

Morena no puede permitirse tribus. Es el designio de su fundador. Y si bien Marcelo entendió que con su segundo lugar no podría hacerse de una fracción del obradorismo, hay otros a quienes aplica el adagio de que no experimentan en cabeza ajena. Saúl, destacadamente.

La ley antinepotista de Claudia es una enmienda al proyecto original de AMLO. La presidenta sabe que el vertiginoso crecimiento guinda puede devenir problema de éxito. Los triunfos no suelen inculcar humildad. Las rachas ganadoras, menos. Sheinbaum sacó un freno.

Nada dice más “sí somos iguales que los otros” que la ambición de un gobernador por dejar a su esposa, de un papá por suceder a su hija, de un hermano por obviar las ventajas que ha disfrutado por el hecho de que dos hermanos mayores hayan tenido importantes puestos.

De permitir esa fractura del ideario, a más de la mofa porque la pretendida superioridad moral acabó reeditando un vicio medieval, lo que seguirá es aún más problemático: los empoderados querrán ser tribu o, peor aun, mafia. Por el bien de todos, equidad en las internas.

Los muchísimos espacios pronto serían pocos para los morenistas. Da igual si unos se dicen antidiluvianos, gente que viene desde los tiempos en que, según ellos, siempre padecieron fraudes, o si son oportunistas de ultimísima hora. Lo real es que no hay para todos.

Administrar egos será menos problemático al clausurar tentaciones como la de traspasar en familia el puesto de elección. No tiene dedicatoria a algún apellido en especial, sino a todos. Por eso puede funcionar, porque ella pone el ejemplo. No heredará a un familiar.

Toca a los clanes ceñirse a la nueva regla. Si en verdad quieren ser hegemónicos, más avenidas al poder tienen que abrirse, más igualitaria ha de ser la ruta y más congruentes los requisitos de una organización donde se supone que solo uno era distinto.

Las razones antinepotistas, y dicho sea de paso, antireeleccionistas, de Claudia son nítidas. Cuidar al partido desde el gobierno. Procurar la buena marcha de éste al mitigar crisis porque las candidaturas se empantanan en resentimientos donde el parentesco mata todo.

Por lo anterior, no se entiende la tozudez de Saúl, a quien van dos veces que la presidenta dice que dada su juventud, poco le debería importar que en 2027 no sea su tiempo de aspirar a la gubernatura. Él remolonea sin advertir que corre riesgo de terminar en símbolo.

Cuando la presidenta envió su iniciativa para que nadie pueda suceder a un familiar inmediatamente, aliados del obradorismo con éxito resistieron la fecha del 2027 como entrada en vigor del antinepotismo. Morena en cambio asumió de inmediato la nueva ordenanza.

Veremos si el PVEM se sale con la suya al ir en contra de lo que desea la presidenta en este renglón. Y si los verdes logran que en 2027 en San Luis Potosí el gallardismo se enquiste transexenalmente; no será sin eventualmente pagar por el desaire a Sheinbaum.

En cambio, en casa el margen para la rebeldía es nulo. La presidenta no puede permitirse que una cosa que cree buena para el movimiento se abolle porque un melindroso dice que quien respira aspira (o frases de similar marrullería).

La autoridad presidencial de Claudia Sheinbaum sigue en trayectoria ascendente. Mantener esa inercia pasa por demostrar que las cosas en las que cree ocurrirán como las previó o, excepcionalmente, porque algo fuera de su alcance las impidió. Algo lejano a un correligionario.

Saúl insiste en no ver que está a punto de convertirse en el ejemplo de cómo Claudia Sheinbaum no consiente que la unidad en Morena sea puesta en riesgo por la ambición de un nepotista. Es el tiempo de ella. Para nada el de él.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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