Una propuesta para Trump: relocalización 2.0
La única manera de que Estados Unidos pueda suspender muchas de las importaciones de China, Vietnam, Indonesia o Bangladesh es a través de México
¿Cómo pasamos del futuro dorado al que nos conduciría el nearshoring y el inminente arribo de cientos de empresas dispuestas a instalarse en nuestro suelo, a un aparente callejón sin salida en el que ahora el desafío es impedir que salgan de México las que ya están instaladas? Habrá que asumir que esto último es uno de los objetivos que esconde la estrategia tarifaria de Donald Trump: regresar a Estados Unidos las plantas que fabrican en nuestro país productos de...
¿Cómo pasamos del futuro dorado al que nos conduciría el nearshoring y el inminente arribo de cientos de empresas dispuestas a instalarse en nuestro suelo, a un aparente callejón sin salida en el que ahora el desafío es impedir que salgan de México las que ya están instaladas? Habrá que asumir que esto último es uno de los objetivos que esconde la estrategia tarifaria de Donald Trump: regresar a Estados Unidos las plantas que fabrican en nuestro país productos destinados al mercado norteamericano.
Hay una estrategia para evitarlo, pero ella pasa por entender los motivos que tiene Trump para recurrir a las tarifas.
En su perspectiva, todos se están aprovechando de Estados Unidos: su país pone el mercado de consumo, el dinero, y otros se lo llevan, quedándose además con los empleos, la ganancia, los impuestos que generan fábricas y plantaciones que en realidad existen gracias al consumidor norteamericano. Todos esos beneficios se lo quedan otros, “a costa” del pueblo norteamericano. Trump está convencido de que el déficit comercial de su país con otras naciones constituye una transferencia, un subsidio, que debe ser revertido o neutralizado. ¿Cómo? Por un lado, mediante su propia versión de nearshoring que asegure que las plantas destinadas a producir para el mercado de Estados Unidos estén instaladas en ese país. Por otro, aquellas que por condiciones peculiares (clima, mano de obra, etc.) no puedan hacerlo, paguen un costo adicional para compensar así el acceso al dinero de sus ciudadanos.
Las tarifas se convierten de esta manera en la varita mágica que hace posible los dos objetivos. Sea porque al encarecer las importaciones de Canadá, México, China o Europa, provoca que resulte más costeable producirlas en Estados Unidos. En tal caso aumentará el empleo y las cadenas de producción internas. O, en su defecto, si se siguen importando del exterior, el gravamen o castigo que se les impone irá a parar al Tesoro de Estados Unidos. Trump sueña con la posibilidad de hacer una reducción sustancial en los impuestos de los electores, gracias a los recursos que obtendrá de todos aquellos países que, vía tarifaria, quieran hacer negocios con el dinero de los consumidores de su país.
Pero hay un problema con estas fórmulas de Trump. El costo de la mano de obra en Estados Unidos es mucho más alto que en China o en el sudeste asiático. Con respecto a México la proporción es 5 a 1. Las tarifas tendrían que aumentar mucho más que 25% para que una fábrica decida instalarse en Detroit en lugar de El Bajío, ya no digamos Tailandia, particularmente si es una mercancía intensiva en el uso de mano de obra. Aplicar tarifas de 50% o 100% o de plano fabricar mercancías más caras en el propio Estados Unidos encarecerían muchos productos a precios insostenibles para el consumidor norteamericano. Recordemos que el gran talón de Aquiles para quien ocupa la Casa Blanca es la inflación. Si aumentan los precios tienen que aumentar las tasas de interés de los créditos al consumo y a la vivienda. Esto pega en las hipotecas de los hogares y en la economía de los negocios de manera políticamente insostenible.
Aquí es donde entra México. La única manera de que Estados Unidos pueda suspender muchas de las importaciones de China, Vietnam, Indonesia o Bangladesh es a través de nuestro país. En muchas ramas y productos México puede hacer competitivo a Estados Unidos, al menos para efectos de su mercado interno (textiles y ropa, calzado, muebles, plásticos, juguetes y productos de consumo final).
Lo que resulta obvio para muchos, no lo es para Trump. Pero habría que apostar a que, en última instancia, es un hombre de negocios. El presidente sería receptivo a una propuesta que se ilustre con un gran número de ejemplos reales. Para tal efecto sería muy conveniente que equipos de la secretaría de Comercio, apoyadas por Relaciones Exteriores, elaboraran una treintena de proyectos específicos de sustitución de artículos procedentes de Asia y que puedan ser elaborados por empresarios norteamericanos en suelo mexicano. Contactar a empresas ya existentes en Texas o Illinois, y mostrarles las corridas financieras para establecer una nueva planta en corredores industriales mexicanos, los subsidios y apoyos que recibirán, cuotas de mercado en Estados Unidos, retorno de inversiones. Parte del empleo se quedaría en México, pero otra parte en la matriz, la derrama sería en ambos países.
Lo importante es mostrar que México puede ser parte de la solución, no del problema. Esto exigiría modificar el tono de la estrategia de relocalización que veníamos manejando hasta hace unos meses. En lugar de promover la instalación indiferenciada de fábricas de cualquier país del mundo interesadas en el mercado estadounidense, favorecer claramente a los de ese país. De alguna manera alinear la agenda de relocalización de Trump, con la nuestra. Habría que hacer el ejercicio puntual, con pesos y centavos, en cada uno de los casos o proyectos, de la manera en que las cadenas de producción, el reparto de utilidades, los empleados creados, arrojarían beneficios para ambos países, aun cuando la fabricación o una parte de ella se haga en México.
Y no se trata solo de un tema de sustitución de artículos asiáticos que hoy se venden en Estados Unidos. La producción de mercancías en México, por parte de empresas estadounidenses, permitiría una oferta de “Norteamérica” a mercados centroamericanos, latinoamericanos y europeos que hoy han sido conquistados por Asia. Estados Unidos, por sí mismo, no tiene ninguna posibilidad de ser competitivo en ese terreno.
Ahora bien, esto no nos exime del uso que hace Trump de la amenaza de tarifas como “garrote” para intimidar a un país y conseguir mejores términos de negociación. Lo seguirá haciendo a diestra y siniestra y habrá que responder en cada coyuntura, cuando le toque a México. Pero lo verdaderamente peligroso, es lo otro: las tarifas como estrategia para hacer América Great Again. De esas no íbamos a escaparnos, porque somos el segundo país con mayor déficit comercial para Estados Unidos. La única manera de conjurar esa amenaza es hacerle ver a la Casa Blanca que México es más un medio para perseguir sus objetivos que como un obstáculo. Y eso solo lo conseguiremos con un plan de relocalización 2.0
@jorgezepedap