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Caso Rubiales
Columna
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La pintan calva

Lo de Rubiales basta para la suspensión inmediata por parte de FIFA y para la planetaria condena por parte del entero siglo XXI a la estulticia enajenada, al machismo trasnochado, al empoderamiento abusivo, a la carcajada siniestra

MEXICO - JORGE F HERNANDEZ - OPINION
Jorge F. Hernández

Alopécico Alfa o rapado y raspa, el otrora mandamás de la Federación Española de Fútbol creyó vivir la ocasión para tocarse los güevos en la grada (parado a tres metros de la reina Letizia y casi codo a codo con la infanta) y luego darle un levantón a la jugadora Jenni Hermoso, tomarla del cráneo y forzarle un beso en los labios que él mismo definió como “pico” inofensivo, argumentando además que el levantón fue al revés y sólo pidiendo perdón sin paliativos a la tocadera de criadillas sutilmente explicada como una eufórica expresión sinónima de “¡olé tus huevos!”.

La lenta lectura del párrafo anterior basta para condenar al sujeto de apellido Rubiales; suspensión inmediata por parte de FIFA y generalizada si no es que planetaria condena por parte del entero siglo XXI a la estulticia enajenada, al machismo trasnochado, al empoderamiento abusivo, a la carcajada siniestra, a la culturita del quemasdá o ai’seva… pero resulta que la zarzuela española está más vigente que nunca y el mal llamado género chico inunda titulares y tertulias con un vodevil explosivo: la madre de Rubiales se pone en huelga de hambre al interior del templo del pueblo, de donde sale por emergencia al hospital por crisis nerviosa; el tío del interfecto decide hacer pública una fiestecita del otrora dirigente con mujeres de edad de sus propias hijas y desenfreno; millonarias prebendas que ahora merecen auditoría y resurrección de posibles corruptelas acalladas en el pasado reciente.

Agreguemos que el vendaval se vuelve comidilla generalizada y los partidos políticos se lanzan al verborreaje, mientras el revoltijo se multiplica en confusión tras confusión: el vídeo de la propia jugadora afectada riéndose en shock, sus compañeras coreando Beso, Beso, Beso en el autobús que las transportaba a la gloria recién conseguida, el olvido absoluto del penalti fallado por la chica Hermoso, la caducidad del vídeo del gol con el que se gana el Campeonato del Mundo y la azarosa tristeza de que la anotadora desconocía en el momento del gol que su padre había fallecido aún antes del partido y así la suma de miles de microhistorias que lentamente se van opacando por la enrevesada y agria ocasión que se ha neblinizado sobre agosto hasta ya entrado septiembre, aunque haya insinuado ni ligeramente que el monarca bien podría pedir el arresto inmediato de todo aquel que ose tocarse sus partes delante de su reina y aunque nadie justifica del todo bien o condena debidamente la asombrosa lentitud con la que los remanentes de la Federación reaccionan ante los exabruptos (ya considerados posibles delitos) ni saben bien de qué tamaño deben aplicar castigo, suspensión o escarnio y por supuesto, poco o apenas se abre la ventana hacia el marasmo que queda en el aire: el absoluto desequilibrio y desigualdad laboral, deportiva, social, económica y demás entre labores, esfuerzos, empleos y actividades masculinas y femeninas.

A la diosa Ocasión la pintaban calva para enfatizar que no se debería perder la oportunidad de asirla en su curso imparable, aunque de frente se le ve siempre su fleco. Es común en España referir el apenas con “por los pelos”, precisamente a que el fleco sobre la frente à la Harry Potter o à la Puigdemont (ambos moptops por cicatriz) es efímero y se convierte en calva, media-calva como en la mitología grecorromana o pelona lisa como la de Rubiales que creyó ver la Ocasión ideal para celebrar y ufanarse precisamente sin leer ni percibir que el Tiempo ya no da Ocasión para chistes, chismes, actitudes, modales, formas, fórmulas y un largo etcétera del machismo, racismo, clasismo, vulgarismo, macarrismo y tantos ismos que oscilan ahora sobre el lienzo una vez destapada la frágil telaraña que envolvía tantos sectores y no sólo la Federación Española de Fútbol donde el equipo entero había renunciado con anterioridad como protesta por la enrevesada y marmoleada melcocha de sus dirigentes, donde las ahora campeonas del mundo habían insistido en un mejor trato y preparación de cara a la posibilidad de coronarse, donde a nadie en su sano juicio se le ocurre celebrar en siglo XXI una acción deportiva o un triunfo galáctico tocándose los güevos (ya en el palco de honor o en la tarima de las medallas como hiciera el portero de la campeona selección masculina Argentina con el trofeo de su guante de oro), donde a nadie en su sano juicio se le ocurre pegarle un beso sin aviso a una jugadora atrapada por el cráneo, euforia y estupidez incluidas en el instante vacío, y a nadie se le ocurre atrincherarse en el berrinche, repetir hasta la ignominia que no tienen por qué dimitir o arrepentirse, intentar victimizar su manchada persona, intentar culpar a la Otra y demás… intentar alargar el cuadro surrealista de la zarzuela de la interminable verbena de las confusiones, la cana al aire, la desmelenada Carmen con cuchillo, la antigua peluca de los disidentes, la cabellera del Profeta en vez de saborear con serenidad la jugada perfecta de un pase milimétrico desde el medio campo al extremo izquierdo por donde llega en carrera convencida una chica con el pelo al vuelo, apenas atado por una liga sobre la frente, y un tiro como vector que pasa rozando el guante extendido de una portera inglesa para que se anide el balón en la falsa hipotenusa de la red, en la base el poste, culminando perfecta Ocasión. Con razón la pintan calva.

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