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Pensándolo bien...
Columna
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Una jugada maestra, López Obrador resuelve la sucesión

Si queda Sheinbaum en la presidencia, Ebrard sería un extraordinario operador político entre los legisladores; y de manera inversa, si es Ebrard el sucesor, Sheinbaum le daría legitimidad entre los obradoristas de las Cámaras

Andrés Manuel López Obrador (al centro), junto a los aspirantes presidenciales: Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Claudia Sheinbaum
Andrés Manuel López Obrador (al centro), junto a los aspirantes presidenciales: Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Claudia Sheinbaum.@lopezobrador_ (RR SS)
Jorge Zepeda Patterson

El planteamiento que Andrés Manuel López Obrador ahora hace sobre la sucesión no solo esclarece de cuajo el panorama y diluye nubarrones, también sienta las bases de lo que será el obradorismo en su segunda temporada. Y, de paso, confirma que el fenómeno que ha sido el tabasqueño en materia política no es solo producto de las circunstancias o de la suerte, sino de un talento singular. Veamos por qué.

¿Qué es lo destacado de estas instrucciones presidenciales y cuáles sus consecuencias? Los nuevos criterios, resumidos brevemente son: los precandidatos tendrán que renunciar a sus actuales responsabilidades (antes del 15 de junio) para participar en la precampaña; habrá una sola encuesta y los criterios y definición de la casa encuestadora deberán ser consensuados entre los cuatro principales contendientes; el ganador de la encuesta será el candidato presidencial de Morena, el segundo lugar será el coordinador de los senadores a partir de 2024, el tercero será el coordinador de los diputados y el cuarto formará parte del Gabinete del próximo Gobierno; la encuesta tendrá lugar en agosto y habrá resultados a más tardar a principios de septiembre.

Las implicaciones de este planteamiento modifican muchas cosas:

1.- Disminuye enormemente el riesgo de un cisma en el movimiento al establecer las bases de un piso mucho más parejo. Al solicitar la renuncia de todos los implicados para que compitan al margen de las instituciones, satisface una de las exigencias que había hecho Marcelo Ebrard; al pedir que la definición de casas encuestadoras (y probablemente preguntas) sean obtenidas por consenso entre los participantes, elimina las principales objeciones y suspicacias de los inevitables derrotados.

2.- Convierte la sucesión no en la entrega de la estafeta a una persona sino a un equipo. Hasta ahora se había entendido la lucha por la candidatura oficial de Morena como una batalla del tipo “ganador toma todo”, como suelen ser la contiendas por la gubernatura. Pero ahora la encuesta no solo estaría definiendo a la cabeza del poder ejecutivo, también a la del poder legislativo. Con eso, López Obrador está consiguiendo varias cosas de manera simultánea: impone la noción de que lo que sigue no es un asunto de personas sino de corriente política e ideológica; no hay que olvidar que los coordinadores del poder legislativo tradicionalmente resultaban de una decisión del presidente entrante; en esta ocasión, en cambio, habrán sido rivales de ese presidente (o presidenta) y estarían allí por designio del fundador del movimiento. De paso, eso ofrecería un elemento de contención en el hipotético caso de que el sucesor de Morena en Palacio Nacional resulte un fiasco por incapacidad o deslealtad; en tales circunstancias desde el poder legislativo el obradorismo podría matizar o neutralizar en parte al Ejecutivo (y no olvidar que estaría vigente la posibilidad de la revocación de mandato a mediados de sexenio).

3.- A la vez que resta protagonismo al siguiente presidente en favor del grupo, por lo menos al inicio, fortalece la capacidad del nuevo gobierno para dar continuidad a la Cuarta Transformación. ¿Por qué? Una de las preocupaciones principales de cara a la continuidad de la 4T es y seguirá siendo la debilidad del obradorismo una vez que no esté López Obrador en el timón. Para decirlo rápido, quien sustituya a López Obrador no tendrá el mismo carisma, la popularidad, el poder sobre las tribus de la izquierda o la ascendencia sobre otros poderes reales (militares, gobernadores, empresarios, líderes sindicales, etc.). Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, cada cual de distinta manera, se queda corto y no lo digo en desmedro de ellos, sino en reconocimiento de las peculiaridades irrepetibles del liderazgo de López Obrador. Pero unidos, el déficit resulta menor. Si queda Sheinbaum en la presidencia, Ebrard sería un extraordinario operador político entre los legisladores y los grupos de interés; y de manera inversa, si es Ebrard el sucesor en Palacio, Sheinbaum le daría legitimidad entre los obradoristas de las Cámaras.

Hace tres semanas expuse en este espacio justamente las bondades de contemplar el escenario de Ebrard como coordinador de los senadores, asumiendo que las tendencias se mantuviesen en favor de Claudia. “Me parece poco probable la posibilidad de un puesto en el Gabinete de su actual rival, una posición de subordinación que sería incómoda para ambos. Una tarea más útil podría ser la coordinación del Senado, a la manera en que lo hizo Ricardo Monreal en este sexenio. Sheinbaum sería una mandataria menos fuerte que López Obrador, sin duda, y necesitará una operación de enorme habilidad en el Poder Legislativo para sacar adelante presupuestos e iniciativas del próximo gobierno. La capacidad profesional, la experiencia y las relaciones de Ebrard con la oposición lo convertirían en la mejor carta de la 4T para esa tarea. Y mejor aún para él, lo pondrían en la plataforma para la competencia del 2030. Tampoco es un escenario natural, porque tendrían que limarse las aristas que han surgido entre Claudia y Marcelo, pero es una opción que López Obrador podría ver con buenos ojos. Él sabe que, gane quien gane, el próximo Presidente no tendrá su fuerza y, por consiguiente, el impulso de transformación y la gobernabilidad podrían debilitarse. Una mancuerna Claudia y Marcelo, Poder Ejecutivo y Poder Legislativo, podría constituir una fórmula interesante para afrontar los muchos retos para continuar el proyecto de cambio de la 4T”. No sé si el presidente haya leído mi columna o no, pero celebro la coincidencia. López Obrador trae en mente un proyecto mucho más trascendente y ambicioso.

4.- Al asegurar una definición para septiembre próximo y habiendo obligado a los cuatro contendientes a renunciar a sus puestos actuales, en la práctica el presidente consigue tener un año más a los cuatro unidos en el equipo de campaña. No solo eso. Tendrá un largo periodo de doce meses para tutorearlos y prepararlos para la sucesión. De esta manera, insisto, se asegura de pasar el relevo a un equipo, no a una persona exclusivamente (que a la postre lo consiga es otra cosa: el arraigo del presidencialismo no es menor).

5.- Al ofrecer condiciones de un piso más parejo y diseñar un esquema en el que el ganador no se lleva todo, el presidente está abriendo el abanico para la sucesión misma. Mucho más importante que asegurar que una “leal” reciba la estafeta es que el movimiento se mantenga unido. En cierta forma eso significa que el juego queda más abierto que simplemente apostar todo a una favorita. Si bien Sheinbaum es puntera en las encuestas de intención de voto, Ebrard tendría que leer esta redefinición de reglas como una oportunidad real para competir con mejores oportunidades. La contienda se pone buena; habrá algo para todos, la pregunta es qué se llevará cada uno.

@jorgezepedap

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