El feminicidio de Debanhi Escobar es un crimen, no es un espectáculo
Su perpetrador la violentó de forma directa. El Estado a través de su impunidad. Y los medios lo hicieron al convertir su asesinato en un producto de consumo
Debanhi Susana Escobar Bazaldúa. Tenía 18 años. Era hija única. Estudiaba en la Facultad de Derecho y Criminología de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su papá la describe como una “niña muy sentimental”, que quería comerse el mundo. Habría que recordarla así, como una joven llena de sentimientos y potencial. Sin embargo, estas semanas coberturas sexistas y sin ética han pretendido aniquilar su humanidad y reducirla a un cadáver en una cisterna. Peor aún, han insinuado que la culp...
Debanhi Susana Escobar Bazaldúa. Tenía 18 años. Era hija única. Estudiaba en la Facultad de Derecho y Criminología de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su papá la describe como una “niña muy sentimental”, que quería comerse el mundo. Habría que recordarla así, como una joven llena de sentimientos y potencial. Sin embargo, estas semanas coberturas sexistas y sin ética han pretendido aniquilar su humanidad y reducirla a un cadáver en una cisterna. Peor aún, han insinuado que la culpa por terminar en esa cisterna es de ella. La han culpado por tener conocidas con mal juicio, por salir de noche, por tener 18 años y querer divertirse tras dos años de encierro pandémico.
A Debanhi ―como a muchas otras mujeres víctimas de desaparición y feminicidio― la ha violentado su perpetrador (o perpetradores), el Estado y los medios de comunicación. Su perpetrador la violentó de forma directa. El Estado a través de su impunidad. Y los medios lo hicieron al convertir su asesinato en un producto de consumo.
Medios locales y nacionales, que a veces son inseparables como es el caso de El Norte y Grupo Reforma, han sido autores o reproductores de violencia. Sus prácticas dizque informativas son condenables. Encuestas de opinión sobre la causa de su muerte, como publicó El Norte-Grupo Reforma. Insinuaciones revictimizantes sobre su feminicidio, culpándola por salir de fiesta, como hizo la presentadora María Julia Lafuente, en Multimedios Televisión. Filtraciones ―posiblemente ilegales― sugiriendo posesión de narcóticos, como señaló la conductora Azucena Uresti, en Milenio. Infodemia alrededor de cinco adolescentes localizadas con vida, a las cinco las convirtieron en víctimas de asesinato, también en Milenio. Citas a una vidente y a videos de TikTok como fuentes autorizadas para hablar de la crisis de desapariciones y feminicidios, en Excélsior y El Heraldo. Confusión entre una ONG local con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el caso de La Jornada. Y me falta espacio para enumerar las restantes.
Estas notas no son errores: son negligencia periodística. Porque frente a los errores editoriales, los medios y periodistas rigurosos piden disculpas públicas. Ningún medio lo ha hecho. No se han disculpado con la familia Escobar Bazaldúa ni con sus audiencias.
No son errores, son estrategias de publicación perversas para ganar clics. Clics que se traducen en ingresos. Frente a una crisis de sostenibilidad financiera y de pérdida de audiencia, la estrategia de los medios tradicionales parece ser monetizar los asesinatos de las mujeres. Esta dinámica se agudiza en el caso de los tabloides llamados periódicos de nota roja. Se agudiza a tal grado que, en 2020, estos tabloides expusieron el cadáver de Ingrid Escamilla, evento que derivó en una ley que castiga con hasta 10 años de prisión a quien difundan fotos o videos de hechos delictivos.
El periodismo sexista es un problema grave. Al adjudicarle la responsabilidad a las víctimas, los medios le quitan la responsabilidad a los perpetradores y al Estado. Estos contenidos, además, reducen la empatía del lector. Cada persona que consume por morbo una mala cobertura deja de ver a las víctimas como humanas y las ve como un espectáculo a consumir. La académica argentina, Rita Segato, lo explica así: “El sufrimiento y la agresión impuestos al cuerpo de las mujeres, así como la espectacularización, banalización y naturalización de esa violencia constituyen la medida del deterioro de la empatía”.
A diferencia de un feminicidio, estas coberturas no son letales, ni irreparables. Pueden y deben cambiar. Y este cambio solo será posible capacitando a todos los medios y en todos los niveles en un periodismo con perspectiva de género. ONU Mujeres ha invitado a la prensa mexicana a repensar sus coberturas y a asumir su responsabilidad central en la erradicación de la violencia. Esta responsabilidad implica vigilar a las autoridades, denunciar la impunidad, acompañar a las víctimas y contextualizar la violencia.
Las mujeres mexicanas necesitamos una prensa aliada, ética y comprometida. Necesitamos medios que asuman su rol en esta crisis porque una cobertura responsable no solo informa o marca una agenda política, sino que se vuelve un instrumento de memoria y resistencia para Debanhi Escobar y todas las víctimas. Ojalá los medios pidan disculpas, reflexionen, se capaciten y se conviertan en aliados. Su compromiso es posible, imprescindible y urgente.
Nota de la autora: Nombro el caso de Debanhi Escobar como feminicidio desde una postura feminista. La Fiscalía Especializada en Feminicidios y Delitos contra las Mujeres de Nuevo León está investigando como feminicidio este crimen.
Mariana Limón es periodista, feminista y consultora en temas de comunicación con perspectiva de género.