Desde dónde resurgirá el PRI
El PRI le mostrará a México si sucumbirá ante un antiguo alumno devenido en maestro de la grilla, o si encontrará su propio espacio
El PRI tiene en sus manos la gobernabilidad de los próximos tres años. La condición de lo anterior es que el Revolucionario Institucional logre la cohesión interna suficiente para elegir la jugada correcta ante cada embate o convite, según ocurra, del presidente Andrés Manuel López Obrador. En ello les va, además, su supervivencia.
Alguien que ha acompañado por décadas a López Obrador dice que este es mejor cuando se ve forzado a negociar. Eso, dicho en positivo. Otra fuente lo pone de esta forma: si la oposición quiere evitar ser avasallada, debe hacer enojar un día sí y otro también a Andrés Manuel, sacarlo de sus casillas para que pierda la disciplina. Sea cual sea el camino que elijan los opositores, la contención del tabasqueño solo ocurrirá si los priistas gravitan y conducen esa estrategia.
Porque a pesar de no haber ganado más que los panistas en las elecciones intermedias, los priistas se juegan en el futuro inmediato mucho —la supervivencia de su discurso de partido con vocación de justicia social, por ejemplo—, y tienen en sus bancadas personalidades de mayor calibre que el PAN o cualquier otra fuerza opositora.
Y si faltara otro incentivo para que los priistas entiendan el grave momento que viven, están llamados a dar la pelea de sus vidas porque desde el momento mismo en que Morena perdió peso en la Cámara de Diputados el 6 de junio, Andrés Manuel les ha hecho el flaco favor de mencionarlos como su opción para acordar las tres iniciativas constitucionales que el mandatario quiere privilegiar.
Así que con sus más de 90 primaveras encima, el PRI le mostrará a México si sucumbirá ante un antiguo alumno devenido en maestro de la grilla, o si encontrará su propio espacio en una realidad política donde lo fácil es señalar que los priistas serán el partido bisagra, figura que da por descontado, con harta ligereza, que Morena será capaz de sobrevivir a sus demasiados apetitos internos, desatados por éxitos electorales que, sin embargo, solo tienen un autor: ese mismo que entregará la presidencia en 2024.
El PRI tiene las cicatrices necesarias para no olvidar que en la ruta sexenal siempre hay que descontar que los planes originales son lo primero que se sacrifica. Morena no ha aprendido aún a hacer su primera sucesión, y los priistas saben cuán azarosas pueden resultar las coronaciones. Y más las que se quieren contar de forma prematura.
¿Serán los priistas los copilotos del presidente López Obrador en el aterrizaje de su administración? ¿O apostarán a esperar pacientemente a que la nave, sobrecargada de ambiciones adelantadas, desnivele en su prisa por consolidar lo que aún no ha madurado?
Mira mami, sin virreyes
El Revolucionario Institucional perdió el 6 de junio las gubernaturas de Campeche, Colima, Guerrero, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas. Y en las elecciones del año entrante podría perder Oaxaca, apreciado particularmente por López Obrador, e incluso Hidalgo. De ser así, entraría al 2023 con solo dos gubernaturas, pocas pero importantes desde siempre para el PRI: Coahuila y Estado de México, gubernaturas donde nunca ha habido alternancia.
En el flanco legislativo, en el Congreso de la Unión los priistas son la tercera fuerza en la Cámara de Diputados, con 71 de 500 curules, y tienen uno de cada 10 senadores para sumar 13.
De forma que los números del PRI son los peores de su historia. Y acelerando. Pero siempre ha sido un mal negocio apostar a la muerte del partido que definió el siglo XX mexicano, incluida la actual cultura política del país.
Así, en el umbral de la segunda parte del Gobierno de López Obrador la gran incógnita es qué va hacer el PRI: cumplir la promesa electoral de actuar en coalición opositora para detener al presidente… o acordar con él en cada coyuntura a fin de salvar el poco pellejo que les queda para tratar de reconstruirse cuando deje el Palacio Nacional.
La respuesta la tienen unos priístas que enfrentan una situación inédita en su añosa vida como instituto político.
Desde los noventa los del tricolor se han acostumbrado a la orfandad presidencial. Luego de tener demasiado líder con Carlos Salinas (1988-1994) tuvieron a uno, primero impotente y luego renegado, como Ernesto Zedillo. Con éste se inauguró el reinado de los gobernadores del PRI: la rebelión de Roberto Madrazo —que tras cometer fraude en Tabasco al candidato López Obrador se negó a renunciar como le pidió el presidente— inició el empoderamiento de los llamados virreyes.
Lo que primero fue virtud maquiavélica de algunos liderazgos estatales frente al mandamás clásico luego sería necesidad, pues a poco el tricolor perdería dos veces la presidencia.
Así resistieron a Fox y Calderón, panistas que no pudieron con la piedra en el zapato que fue el PRI, sus gobernadores demandantes y sus caprichosas bancadas en el Congreso.
Y así tejieron la reconquista de Los Pinos al alinearse con Humberto Moreira (gobernador de Coahuila) en torno a Enrique Peña Nieto (del Estado de México) para regresar, con financiamiento estatal y publicidad televisiva, a Los Pinos en 2012.
Ese retorno que se quería imperial se frustró por la corrupción de esos mismos gobernadores priistas, que con sus escándalos impunes hundieron el sexenio de quien también fuera gobernador… y por ende de quien también abonó a título personal a ese gran desprestigio.
Más que la consiguiente derrota en el 2018, lo que al PRI le ha complicado la vida en estos tres años es que en Palacio Nacional está alguien que mientras los devalúa en lo mediático los desfonda en el territorio. Y, tema nada menor, los controla en lo presupuestal.
De ahí que los sucesivos reveses priistas en las entidades donde ha habido elecciones sean casi naturales: López Obrador ha tenido éxito al seguir etiquetando al PRI de corrupto y/o conservador, mientras seduce con ayudas económicas a los grupos clientelares favoritos del tricolor, que no puede operar pues las austeridad los ha golpeado, y a sus financiadores privados de antaño no tiene mucho qué ofrecerle pues los mandatarios estatales ya no operan presupuestos en San Lázaro.
Quizá por eso es que analistas dicen que la única ruta que le queda al PRI es convertirse en el nuevo Partido Verde, el desprestigiado partido que en cada elección se alinea con el que se perfila como ganador para transar canonjías antes que agendas. Sería un final fársico tremendo. Los padres de la cultura de la corrupción política, pero también de lo que hoy es un país, disputándose con los más carroñeros de la nación el lugar en la corte presidencial que corresponde a los que se puede comprar tan solo con dinero.
En todo caso, en la definición de ese derrotero en esta ocasión ya no contarán los virreyes, pues hoy el PRI acaso tenga dos: el mexiquense Alfredo del Mazo y el coahuilense Miguel Ángel Riquelme. El de Oaxaca no se sabe si operará para Morena y el de Hidalgo no pesa.
Además de los gobernadores, lo que hay son liderazgos sueltos, algunos de mata clásica —como Beatriz Paredes, senadora, exgobernadora, expresidenta del PRI; o Dulce María Sauri, también exmandataria, exlíder y varias veces legisladora—; algunos que recaen legisladores aún ligados al peñismo, y otros más que corresponden a expresiones revitalizadas —como Rubén Moreira y su esposa Carolina Viggiano, que tiene carrera propia.
Todo lo anterior al tiempo que se mantiene la incógnita sobre qué tan atinada resultará la dirigencia de Alejandro Moreno, líder nacional priista marcado por las derrotas y una presencia marginal, cuando no devaluada, en la opinión pública.
Nadie muere en la víspera
El sexenio de López Obrador ha estado marcado por una táctica donde expedientes judiciales son utilizados para amedrentar a opositores. La sincronía de pronunciamientos presidenciales sobre tal o cual personaje contrario al presidente, y la ejecución por parte de la Fiscalía General de la República de alguna diligencia en contra de ese mismo opositor, son todo menos una casualidad.
No por nada el analista Sabino Bastidas dice que cuando a López Obrador le haga falta utilizará el “voto por voto, expediente por expediente” para doblar a los priistas a fin de lograr la aprobación de sus reformas constitucionales en materia electoral, de industria eléctrica y de seguridad pública.
Pero el truco de López Obrador no es infalible. Si bien el reloj corre en contra de Ricardo Anaya, excandidato presidencial que debe comparecer en unas semanas por una supuesta corrupción en el caso Odebrecht, ese caso muestra que las acusaciones de la Fiscalía además de burdas en sus motivaciones suelen estar malhechas.
Y si a lo anterior sumamos que tras los resultados de las elecciones intermedias algunos en el Poder Judicial parecen haber recordado que están llamados a la autonomía, no es seguro que ese tipo de extorsión le resulte siempre a López Obrador.
Los expedientes no hacen magia. El fiscal Alejandro Gertz solo acumula desprestigio y cada día que pasa es a favor de que al presidente se le enrede la estratagema de la persecución judicial.
Los priistas, que acabaron el sexenio en el desprestigio total, saben sin embargo que solo hay una garantía: si se doblan a la primera ante los arietes judiciales del gobierno habrán cancelado cualquier otra opción que no sea la de someterse y por tanto volverse irrelevantes.
Si alguien ha aprendido que el poder desgasta --que los imponderables son casi una garantía en un país con endeble infraestructura y múltiples acechanzas de fenómenos naturales, que enraizados problemas como la inseguridad terminan por pasar factura al gobernante en forma de masacres que eventualmente resultan insoportables para la opinión pública— esos son los priistas.
Así que nadie se muere en la víspera. Y menos que nadie los priístas, sabedores que en el PAN hay ausencia de discurso y liderazgo, y expertos como son en lograr acuerdos que ellos venderán en la prensa como actos de patriotismo.
De ahí que el escándalo de tránsfugas como Quirino Ordaz, gobernador saliente de Sinaloa que aceptó la invitación de López Obrador para ser su representante en España, son un ruidajal fuera del PRI y no tanto adentro, acostumbrados como están los tricolores a dar por sentado que los perdedores de una elección, y Quirino es sobre todo eso, un perdedor, por definición tienen que pasar al ostracismo. Quirino y tantos de los que perdieron el 6 de junio.
El futuro del PRI entonces pasa, por un lado, por lo que logren quienes no perdieron en las intermedias —Coahuila y Edomex, con dos gobernadores de alto perfil— y por figuras que pueden posicionarse en el debate y la negociación que se avecina, como Claudia Ruiz Massieu Salinas, Sylvana Beltrones, Miguel Osorio Chong, la ya mencionada Beatriz Paredes, Rubén Moreira y hasta Alejandro Moreno.
Con un desprestigio alimentado desde la mañanera, sin fuerza en gubernaturas, carente de un perfil ideológico claro, con liderazgo opaco… ¿desde dónde se reconstruirá el tricolor? ¿Siguen los obreros con el PRI? ¿Los campesinos? ¿Qué sostiene al priismo además de la historia y su presencia en el Congreso, donde pueden ser el gozne que marque debates y contenga los intentos lopezobradoristas de “no le cambien ni una coma”?
Partido bisagra con identidad y perspectiva en una nueva realidad política, más fragmentada, que haga valer su experiencia y con éxito establezca que negociar no es necesariamente claudicar… o reducto de votos legislativos con precio en un mercado en el que el Partido Verde ha hecho escuela: a más rastrero más cotizado el apoyo.
Si el PRI logra una cohesión, y acumula la indispensable valentía para defender la misma, quizá las turbulencias del segundo trienio de López Obrador sean pocas o menores. Salvarían algo de cara frente a la población. Y también confirmarían que el presidente, si algo, respeta a quienes le ganan haciendo política.
La alternativa —doblarse por miedo o conveniencia— marcaría un final triste, lamentable incluso para el partido que cuando debió hacerlo no renegó de los Duarte, los Borge, los Peña, los Yarrington, los Hernández, y un largo etcétera de la corrupción.
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