El presidente que se quejaba de los periodistas
Al final, López Obrador no se resigna, sino que reta: sigan publicando y cada semana me encargaré de juzgar quién miente y quién dice la verdad
“No saben más que chillar. No han enmudecido todavía. Siempre encuentran nuevas formas de secretar su maldito veneno. Sacan panfletos, pasquines, libelos, caricaturas. Soy una figura indispensable para la maledicencia”.
“Profetas del pasado, contarán en ellos sus inventadas patrañas, la historia de lo que no ha pasado. Lo que no sería del todo malo si su imaginación fuese pasablemente buena. Historiadores y novelistas encuadernarán sus embustes y los venderán a muy buen precio”.
Estos pasajes bien pudieran ser una composición poética de los reclamos que diariamente se escuchan en...
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“No saben más que chillar. No han enmudecido todavía. Siempre encuentran nuevas formas de secretar su maldito veneno. Sacan panfletos, pasquines, libelos, caricaturas. Soy una figura indispensable para la maledicencia”.
“Profetas del pasado, contarán en ellos sus inventadas patrañas, la historia de lo que no ha pasado. Lo que no sería del todo malo si su imaginación fuese pasablemente buena. Historiadores y novelistas encuadernarán sus embustes y los venderán a muy buen precio”.
Estos pasajes bien pudieran ser una composición poética de los reclamos que diariamente se escuchan en la conferencia mañanera de Palacio Nacional.
En realidad, son sacados de las primeras páginas de Yo, El Supremo, la gran novela de Augusto Roa Bastos sobre el Doctor Francia, dictador paraguayo en la primera mitad del siglo XIX.
Pero el personaje novelesco no se resigna a sus críticos sino que los reta: “¡Impriman sus pasquines en el Monte Sinaí, si se les frunce la realísima gana, folicularios letrinarios!”
Los pasajes, tanto el lamento como el desafío, resonaron cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador inauguró la sección “Quién es quién en las mentiras de la semana”, un apartado que su conferencia de prensa tendrá una vez a la semana para exhibir a periodistas que, a su juicio, publican información falsa, pero que en realidad publican datos que le quitan el velo mítico a su “cuarta transformación”.
López Obrador se ha lamentado en innumerables ocasiones de la cobertura que recibe y se victimiza como el presidente más atacado de la historia. Acusa que periodistas son críticos porque no reciben dinero de este Gobierno después de años de complicidad con regímenes anteriores. Quiere que se le mida con un rasero diferente del que se usó para revelar la misma negligencia, corrupción o abuso de poder que practicaban gobiernos de otros partidos.
Pero al final el presidente no se resigna, sino que reta: sigan publicando y cada semana me encargaré de juzgar quién miente y quién dice la verdad.
Erigido en verificador de noticias, el Gobierno de López Obrador cayó en su propia trampa, como si fuera un recurso novelesco: tuvo que recurrir a la mentira para justificarse, trató de combatir información legítima con ataques falsos y hasta pasó por ataque a López Obrador un reportaje sobre el Gobierno de Enrique Peña Nieto.
A veces ha sido el mismo Gobierno el que se desmiente solo. Luego de que el subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, dijo que era una mentira el desabasto de medicamentos para niños con cáncer, López Obrador admitió que, efectivamente, no hay medicinas suficientes. Cuestionado porque el ritmo de vacunación contra Covid-19 bajó después de las elecciones, el presidente dijo que esto se debía a que no habían llegado más dosis, aunque su canciller, Marcelo Ebrard, llena su cuenta de Twitter de embarques aterrizando en el aeropuerto de la Ciudad de México.
López Obrador dice que el objetivo del tribunal que acaba de erigir es terminar con la manipulación del público y que este tenga información verdadera. Si esto es lo que quiere, él mismo puede hacer su parte de una manera más profunda que una sección de su conferencia.
Puede ordenar una mayor transparencia de parte de su Gobierno. Muchas investigaciones periodísticas se hacen porque gobiernos no rinden cuentas. Los voceros oficiales podrían enriquecer un reportaje con la información de sus oficinas.
¿Que el Gobierno no le compró una vacuna no probada a una empresa fantasma? Simple, que hagan públicos los contratos de compra con las farmacéuticas y el procedimiento para la aprobación del fármaco.
¿Que el Gobierno no espía a periodistas con software comprado por la anterior administración? Lo único que deben hacer es publicar los registros de uso del programa por parte de funcionarios del sexenio pasado y mostrar evidencia de su desactivación.
En ocasiones también los funcionarios se parapetan en una paranoia cuando son confrontados por información generada por el propio Gobierno y acusan una campaña de desinformación. Muchos medios reprodujeron un reportaje de EL PAÍS sobre los peligros en la central nuclear de Laguna Verde porque está sustentado en datos de la propia Comisión Federal de Electricidad que ahora desmienten en lugar de explicar.
Enlistar enemigos nunca es bueno. No por algún deseo idealista de que haya tolerancia y respeto o por señalar los peligros de atacar a los críticos desde el poder, sino porque quien mantiene una lista así solo va a acrecentar su inseguridad y desconfianza.
Hace unas semanas se cumplieron 50 años de la publicación de los Papeles del Pentágono, el estudio sobre las decisiones que metieron a Estados Unidos en la guerra de Vietnam. La reacción del entonces presidente Richard Nixon fue acudir a tribunales para que impidieran que el New York Times y el Washington Post publicaran el informe. Nixon estaba convencido de que sus adversarios querían destruirlo y empezó a elaborar una lista de enemigos. Después ordenó que fueran espiados. Uno de esos espionajes fue descubierto en el edificio Watergate.
Todo empezó porque el presidente se quejaba de lo que periodistas publicaban.
Javier Garza Ramos es periodista en Torreón, Coahuila.