Trump no aprende
En su narcisismo, el presidente de Estados Unidos es incapaz de enmendar sus errores porque es incapaz de admitir que se equivocó
Después de votar por la exoneración en el juicio político que el Congreso de Estados Unidos le fincó a principios de año al presidente Donald Trump por haber condicionado la ayuda militar a Ucrania por razones electorales, la senadora republicana Susan Collins justificó su voto con el argumento de que Trump “había aprendido una lección que le llevará a ser más cuidadoso en el futuro”.
Las razones de Collins provocaron burlas de quienes señalaron que Trump nunca había dado muestras de aprender de sus errores ni cambiar su comportamiento ante un riesgo. Desde su candidatura fue evidente que, por el contrario, su tendencia era a reforzar sus actitudes prepotentes y autoritarias. Su triunfo en el juicio político, lejos de hacerlo más moderado, lo iba a empoderar.
En efecto, Trump tardó poco desmentir a Collins. A una semana de su exoneración, ordenó el despido de dos testigos que confirmaron que había pedido al presidente de Ucrania investigar a su rival demócrata Joe Biden a cambio de liberar la ayuda militar y ordenó al Departamento de Justicia una investigación sobre los negocios del hijo de Biden en ese país, así como remover a fiscales que estaban investigando a sus aliados. Es decir, siguió de frente con las mismas acciones que le habían provocado un juicio en el Congreso.
Algo similar ocurrió en días pasados con la visita del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a la Casa Blanca. Como candidato, Trump calificó a los mexicanos de “violadores” y “criminales” y dijo que México pagaría el muro fronterizo que quiere construir. Como presidente, avaló la política de separar a niños migrantes de sus padres y encerarlos en jaulas, amenazó con imponer aranceles si México no contenía las caravanas de migrantes y envió tropas a la frontera en la víspera de las elecciones legislativas para dar la imagen de dureza en la frontera.
Como candidato presidencial, López Obrador deploró este discurso y la tibieza con la que le respondía su antecesor, Enrique Peña Nieto. Pero como presidente, López Obrador enterró la beligerancia y nunca en los casi 20 meses de su presidencia se ha confrontado con Trump. Por el contrario, en la Casa Blanca, lo llamó su amigo y le agradeció el “respeto” con el que había tratado a México.
Los defensores del presidente mexicano, a su vez, celebraron que Trump no hubiera hecho comentarios negativos sobre México y atribuían este cambio de actitud a la reunión de ambos mandatarios, a que la diplomacia de López Obrador le hizo a Trump entender el valor de una relación cordial con México y la comunidad hispana.
El viernes 10 de julio, dos días después de su reunión con López Obrador, Trump firmó una orden ejecutiva para promover el bienestar económico de la población hispana de Estados Unidos y hubo quienes vieron una señal de cambio. “Trump da paso a mejorar discurso vs latinos… la visita sirvió”, tuiteó la diputada Tatiana Clouthier el viernes por la mañana.
Era un engaño. Al mediodía, Trump había vuelto a las andadas y sugirió que los contagios de Covid-19 en Estados Unidos, la mayor cantidad por país en el mundo, venían del sur. “Especialmente con el Covid, somos muy afortunados de tener el muro, si no estaríamos inundados”, dijo.
Hasta ahí llegó la moderación de su discurso y si alguien pensaba que Trump había aprendido algo de la visita de López Obrador, ahí estaba el desmentido. Como la senadora Collins, los simpatizantes del presidente mexicano se pasaron de ilusos. Nunca hubo cordialidad ni respeto, para la Casa Blanca, México seguía siendo una pieza de utilería electoral.
Días después, Trump reforzó su discurso insultante y en una conferencia dijo: “el muro fue oportuno porque detuvo gente que venía de áreas fuertemente infectadas de México”. Ni siquiera servía recordarle que son los estados fronterizos de Estados Unidos, particularmente Texas y Arizona, los que han visto los mayores aumentos de casos de covid-19 y que son los gobernadores de los estados mexicanos los que han pedido mantener la frontera cerrada.
Para López Obrador y sus simpatizantes, estos alardes de Trump pasaron desapercibidos pero no pueden decirse engañados porque las señales estaban a la vista de todos. Dos semanas antes de la reunión en la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos tenía el mismo discurso. El 25 de junio Trump fue a San Diego, California, y dijo que “todos” en esa ciudad le habían pedido el muro “para protegerse de una ciudad altamente infectada” al otro lado de la frontera. No mencionó a Tijuana pero no necesitaba hacerlo. De todas formas, López Obrador fue a Washington.
Como la senadora Susan Collins, que todavía tiene que hacer malabares retóricos ante cada nuevo caso de abuso de poder emanado de la Casa Blanca, así los simpatizantes de López Obrador ensalzaron la relación de los dos presidentes para justificar la reunión y desviaron la atención a la política migratoria de Barack Obama para no tener que hablar de la de Trump.
Hasta ahora López Obrador, quien hasta ahora no ha respondido a las insinuaciones de Trump de que México sería responsable de contagios en Estados Unidos, pero la expectativa de que el presidente de Estados Unidos cambiaría su actitud frente a México o la comunidad hispana sólo podía tenerla un iluso.
En su narcisismo, el presidente de Estados Unidos es incapaz de aprender de sus errores porque es incapaz de admitir que se equivocó. Todos los que en algún momento albergaron esperanza de que moderaría su discurso o actitudes se quedaron desilusionados y difícilmente van a admitir que fueron engañados.
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