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Fernanda Trías, escribir como quien escarba la tierra

La uruguaya se alza por segunda vez con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, la única en lograrlo junto con la mexicana Cristina Rivera Garza: “Me gusta trabajar con lo que no se dice, el silencio está cargado de sentidos”

La escritura de Fernanda Trías (Montevideo, 46 años) se mueve con la cadencia de la azada y el rastrillo. Las palabras se disponen como hierba en la superficie, pero ella las remueve, escarba en la tierra hasta dar con la raíz. “Cuidar las palabras consiste en saber todo lo que una palabra trae colgando”, dice la protagonista de su última novela, El monte de las furias (Random House), y resuena en la voz de la uruguaya. La reflexión sobre el lenguaje le “fascina” y le “obsesiona”: se ha convertido en gran parte de su vida, reconoce, especialmente ahora que viene de terminar un libro de ensayos sobre su propia escritura. “Más allá de la historia que se cuenta, tiene que haber una experiencia estética, y esa experiencia parte del lenguaje”, defiende la autora, recién aterrizada en Bogotá, donde reside desde hace 10 años, tras seis semanas en una residencia creativa en Italia. Su propio movimiento la ha marcado tanto como a su escritura.

Trías se acaba de hacer, por segunda vez, con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, un galardón que ensalza la literatura en español escrita por mujeres y que solo ha tenido otra doble ganadora entre sus filas, la mexicana Cristina Rivera Garza, con la que se siente “muy orgullosa de compartir estadística”. Lo ha ganado con el libro que escribió inmediatamente después del primero que le valió esta distinción, Mugre rosa (Random House), cinco años atrás. El suyo es un camino empedrado de premios. Entre las cosas que destacó el jurado está “el ritmo del lenguaje poético” de su novela, un reconocimiento que le agrada especialmente porque conllevó un trabajo “muy, muy intenso”.

La escritora batalla con las palabras como lo hace su última protagonista, una mujer que cuida de la montaña y escribe en un cuaderno sus pensamientos, que chocan a menudo contra un lenguaje que se antoja insuficiente para capturar los matices de la realidad y de una naturaleza que se le escapa. “En relación a los otros seres vivos, nos faltan muchísimas palabras, hay un vacío del lenguaje humano que no nos permite escribir ese vínculo, y para mí la novela es eso”, plantea Trías. Las imágenes poéticas que la mujer proyecta sobre el papel, casi de forma involuntaria, son las que logran, con esfuerzo, apresar la idea. “Mi lucha constante es intentar ser aún más precisa, porque en esa precisión es donde realmente se llega al tuétano, al centro de la cosa”, reflexiona la autora, que considera fundamental “devolverle la poesía a la narrativa”. “En la precisión está el lirismo”, sintetiza.

La defensa de la poesía en prosa es algo más que una decisión estética, es su forma de rebelarse contra lo que denomina la “netflixización” de la literatura: una exigencia que obliga a los libros a comportarse como si fueran series o películas, a ir rápido y amoldarse a los códigos de un mercado siempre apresurado. “El neoliberalismo no soporta algo que no tenga utilidad. ¿Para qué sirve la poesía?”, lanza retórica. A ella, en cambio, la poesía le enseña a escribir, a cómo cifrar sentidos, cuál es el sonido de las palabras y dónde se esconde el ritmo. “También afina mi mirada”, completa.

No es la única cuestión ante la que se rebela su literatura, que “trae colgando”, como una raíz subterránea, “la palabra fuerza”. “Para mí escribir ha sido siempre escribir en contra de: al principio en contra de la familia y del entorno. Cuando empecé a publicar, en 2001, a nadie le importaba lo que una mujer estuviera escribiendo, a nadie”, rememora. Ahora sigue escribiendo en contra de un “establishment masculino que todavía se resiste” a la manera en la que escriben las mujeres. “Le ponen otro nombre a eso, le llaman corrección política o temas de moda, pero lo que hacemos es escribir sobre los temas que nos interpelan, y encontrar allí una poética”, argumenta Trías, que ve en la polémica generada por el Fondo de Cultura Económica —que incluyó solo a 7 autoras en una colección con 27 títulos— un ejemplo más de cómo ese establishment “sigue pulsando para el lado que siempre ha pulsado”.

El silencio se extiende como una raíz paralela a la de la fuerza, y juntas anclan a la tierra la literatura de la uruguaya. “Me gusta mucho trabajar con lo que no se dice. Ese silencio está cargado de otros sentidos que trae colgando”, expone. Por eso sus novelas tienden a ser cortas. “Porque hay muchas cosas que tienen que permanecer cifradas y que no me interesa explicitar ni elaborar. Trabajo compactando muchos sentidos dentro de esos silencios”, enuncia finalmente después de meditar, envuelta en su propio silencio, una respuesta.

Armada de todo ello, Fernanda Trías hurga con su libros en las emociones que la atraviesan y la interpelan: primero el miedo, después la ira. ”Si nos ponemos a escarbar, descubrimos que casi todas nuestras decisiones parten de una reacción al miedo”, sugiere la escritora, que ve en esta emoción “conservadora” una posible inclinación hacia querer mantener el statu quo. La rabia, en cambio, “puede ser una emoción constructiva, porque a partir de ella podemos destruir una cosa que no está funcionando y construir otra”, valora.

Es en esa emoción en la que se ancla su último libro: una ira a veces imposible de nombrar, que primero se vuelve contra la propia protagonista pero que poco a poco va encontrando su cauce. “Cualquier cosa no se pueda nombrar de alguna manera no puede existir, por eso es tan importante la lucha por las palabras que hay hoy en la sociedad. No es una mera lucha lingüística sin sentido. Es una lucha para poder existir de distintas maneras”, enmarca Trías, y pone un ejemplo: “El feminismo tomó para sí la ira, una emoción históricamente mal vista en las mujeres y que sin embargo es tan humana”.

La furia humana se entremezcla con la propia hostilidad de un paisaje que, donde vive la uruguaya, “es particularmente exuberante y particularmente violento”, una fuente de inspiración para una novela que no se ambienta en ningún sitio pero que evoca a las montañas andinas. “Es tan exuberante que es muy agresiva hacia el ser humano y te pone rápidamente en tu lugar”, reconoce. Como ella, su literatura se ha desplazado y ha ascendido desde el Río de la Plata hasta la cordillera colombiana.

En esa exploración del territorio como un personaje más hay una tendencia que despierta especialmente el interés de las escritoras, y también la atención de los jurados. El premio Sor Juana reconoció en sus dos anteriores ediciones textos que otorgaban un lugar privilegiado a la naturaleza y sus seres: Las niñas del naranjel, de la argentina Gabriela Cabezón Cámara, y Solo un poco aquí, de la colombiana María Ospina. “Lo que está caracterizando una parte de la literatura latinoamericana que más me interesa a mí es esa reivindicación del territorio y de qué hacemos con la mezcla que somos”, dice Trías, que se rebela de nuevo contra “una forma de intelectualidad” que emula el canon europeo, considerado “más elevado y culto”, y que se escinde del cuerpo y de la tierra.

En su obra están ambos presentes y convergen en una pregunta: “¿Cuál es la relación entre la violencia de la naturaleza, la violencia del paisaje y la violencia humana, y cómo pueden interactuar?”. Su protagonista reflexiona también sobre ello, y se dice a sí misma: “Quiero creer que los cuerpos aparecen sin que traigan colgando ninguna otra palabra”. Pero los cuerpos, como las palabras, siempre transportan una carga, una historia. La mujer de su novela cuida de los que brotan, como setas, en su jardín, y “en ese cuidado de lo que ya no está vivo hay un cuidado de la memoria que simbólicamente está ahí”, pone en valor Fernanda Trías, que siempre vuelve sobre esa idea y que ya rumia su siguiente historia. “No sé todavía qué trae colgando ese material”, admite, “pero lo voy a descubrir”.

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