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Dentro de la fábrica mexicana de sueños y pesadillas en ‘stop motion’ apadrinada por Guillermo del Toro

La película animada ‘Soy Frankelda’, de Arturo y Roy Ambriz, apadrinada por el cineasta Guillermo del Toro, llega a las salas con una historia sobre una escritora frustrada del siglo XIX que viaja a su subconsciente para enfrentar a sus monstruosas creaciones

Académicos de la Universidad de Griffith, en Australia, creen en la existencia de multiversos y, además, están convencidos de que interactúan entre ellos. Uno de esos universos se oculta, como en una película de ciencia ficción, en una bodega de la colonia Olivar de los Padres, en la alcaldía Álvaro Obregón, al sur de Ciudad de México. A pesar de sus 2.000 metros cuadrados de superficie, este espacio pasa desapercibido, pero no así una marioneta que se asemeja a un dragón de dos cabezas, de más de siete metros de altura, que da la bienvenida al ingresar al patio de juegos de los hermanos Arturo y Roy Ambriz. Una fábrica de sueños y pesadillas conocida como Cinema Fantasma, el estudio de animación a cargo de Soy Frankelda, la primera película con técnica de stop motion de México que entra a cartelera desde el 23 de octubre.

Aunque científicamente no cuenta en realidad como un mundo alterno, Arturo y Roy, nacidos en Ciudad de México, de 36 y 35 años, respectivamente, han creado un universo cinematográfico en constante movimiento, a su semejanza. Enamorados del stop motion, o la animación cuadro por cuadro, una técnica que permite crear la ilusión de movimiento a partir de elementos que están estáticos; e inspirados por sagas como El señor de los Anillos, Harry Potter y Juego de tronos, se inventaron el Topus Torrentus. Este plano imaginario pertenece a Frankelda, una decidida escritora mexicana del siglo XIX, al que viaja para enfrentarse a los monstruos sobre los que ha escrito. Donde, guiada por un príncipe atormentado, deberá restablecer el equilibrio entre ficción y realidad.

Sin embargo, detrás de esta fantasía, hay artistas de carne y hueso. Con motivo del próximo estreno de su ópera prima, los hermanos Ambriz han recibido a la prensa para dar a conocer a detalle cómo se ha forjado esta obra. La labor es histórica por los antecedentes con este tipo de trabajo en stop motion. El Taller del Chucho, un polígono en Guadalajara, es donde se trabajó durante casi dos años para animar seis minutos de la versión de Pinocho de Guillermo del Toro. Los poco más de 90 minutos que dura Soy Frankelda fueron realizados al 100% en Ciudad de México.

Esta titánica y ambiciosa empresa cinematográfica sedujo al cineasta tapatío Guillermo del Toro, quien se ha convertido en “un gran amigo” de los hermanos y los ha cuidado como un guardián mágico sacado de la literatura de J. R. R. Tolkien. “Ya le dijimos que es nuestro Gandalf [el mago], porque así es. Como en El señor de los anillos, aparece, nos da consejos y nos avienta a la aventura. Le comentamos eso y ya nos llaman los hobbits [seres ficticios de los libros del escritor británico]”, cuenta Roy.

Un proceso mágico que dio inicio en los talleres de diseño industrial, una especie de cocina fantástica donde se hornean las ideas del equipo de Cinema Fantasma. Un espacio artesano que crea esculturas, con esqueletos de acero, latón o alambre, que sirven para ser moldeados por plastilina tradicional. Se ven mesones con más de 300 pares de pequeñas manos de marioneta, hechas de silicona, o pequeñas quijadas de resina, moldeadas e impresas en 3D, que gesticulan cada milímetro que se necesita para animar los estados y conversaciones de cada personaje.

Un guiño a Porfirio Díaz

Roy, desde uno de los talleres, afirma que esta forma de trabajo es un “antídoto a la IA [inteligencia artificial]. Lo que celebra esta técnica [stop motion] es el proceso. Es un trabajo en equipo”. Y no es para menos, ya que, según explica, un segundo de animación equivale a 24 fotos. Cuadro a cuadro, el sueño de los hermanos Ambriz se ha materializado en más de tres años de trabajo.

La manufactura de Cinema Fantasma busca homenajear a México, pero sin caer en clichés. Los guiños al país están insertos en las más de 200 marionetas, así como en los artes conceptuales pegados en las distintas paredes de los espacios. Están en los 50 platós y escenografías, algunas de hasta 10 metros cuadrados, que habitaron el polígono, creadas de cero, “todo a mano y sin pantallas verdes”, explica Arturo.

No será extraño para el ojo del espectador ver aluxes, figuras sagradas de la tradición maya que son guardianes de milpas y cenotes; o una entidad inspirada en la ceiba, un árbol gigante nativo de México, con huesos de mamut como los que se hallaron en el metro de Ciudad de México; hasta una representación monstruosa de Porfirio Díaz, el dictador que gobernó el país por tres décadas; o una sirena con cuerpo de ajolote.

Fue el mismo Del Toro quien los animó, a finales de agosto —faltando menos de dos meses para el estreno—, a agregar un par de secuencias a la película. Se encomendaron al director de El laberinto del fauno y lo tuvieron a diario supervisando su trabajo. Incluso invitó a sus pupilos a Londres cuando se grabó la música para su más reciente proyecto, Frankenstein, y también se los llevó a Canadá para que aprendan sobre la mezcla sonora para el mismo proyecto, recuerda Roy, frente a un set del mausoleo de la película de aproximadamente dos metros de escala. “Contar con Guillermo del Toro y su masterclass [clase magistral] privada, es un sueño hecho realidad”, agrega Arturo.

México, con proyección para el ‘stop motion’

Esos viajes sugestionaron un sueño en Roy. Uno sobre una secuencia en la que Frankelda, su personaje, llora viendo su reflejo. Al verse en el agua era Francisca, su contraparte humana y esta le preguntaba: “¿Aquí nos rendimos?”. A lo que ella misma, en su versión de espectro, le dice que no. Para el menor de los Ambriz, fue un recuerdo de todas las dificultades que pasó con su hermano, como cuando pensaron que su proyecto iba a ser nada más un piloto de un cortometraje para la cadena Cartoon Network. Cuando todavía el sueño de un largometraje era inimaginable.

“Se la conté a Del Toro y dijo: ‘Es buenísima. Si pueden, deberían hacerla’. Frankelda ronda nuestros sueños, definitivamente”, afirma Roy. Esa misma escena fue una de las que trabajaron a contrarreloj en agosto. Destinaron casi seis días para una secuencia de 22 segundos. Los animadores, parados al lado del plató diseñado para esa escena, probaban técnicas de movimiento, usando gel líquido, para generar un efecto de ondas de agua y generar un reflejo difuso de la protagonista.

“No hay un manual de animación que te diga cómo resolver cada situación”, reflexiona Arturo y agrega que la profesión de animador de stop motion tiene mucho de saber sacar “trucos de magia”, para decidir qué marioneta, así como qué toma y cámara usar.

Al igual que grandes estudios de stop motion como Laika, autores de reconocidas películas con esa técnica como Coraline o Kubo y las dos cuerdas mágicas; o Aardman Animations, creadores de la saga de Wallace y Gromit, han aprendido con los años a desarrollar su propio de sistema de trabajo. El mayor de los Ambriz augura que el país puede convertirse en un referente en esta técnica de animación, por el detalle y el arte “muy bonito” que se hace. En parte por el talento y gracias al surgimiento de otros estudios en Estados como Guadalajara, Monterrey, Puebla y Ciudad de México. Afirma que México puede ser reconocido como “el mejor sitio internacional” para hacer stop motion.

Los hermanos Ambriz comenzaron hace 12 años con esta travesía en la casa de sus padres, montando una carpa en la azotea. Ahora, con su ópera prima a punto de ver la luz en las principales salas del país, pueden presumir de haber creado un universo paralelo animado, donde sus sueños y pesadillas dan rienda suelta a su creatividad.

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