Miriam Toews: “Desde pequeña mi papel en casa fue el de ser casi un payaso”
La escritora canadiense, que narra el suicidio de su hermana en ‘Pequeñas desgracias sin importancia’, defiende la muerte asistida y critica la estigmatización de las enfermedades mentales
En 2010, la hermana de la escritora Miriam Toews se suicidó. La novelista canadiense decidió entonces que ya no iba a volver a escribir. Diez años antes su padre también se había arrojado a las vías del tren y ella se sentía “congelada y llena de dolor”. Pero “el tiempo pasó y pasó y pasó”. “Entonces me di cuenta de que necesitaba escribir”, dice a EL PAÍS durante el Hay Festival de Querétaro, a principios de septiembre. Toews empezó a escribir en ese mome...
En 2010, la hermana de la escritora Miriam Toews se suicidó. La novelista canadiense decidió entonces que ya no iba a volver a escribir. Diez años antes su padre también se había arrojado a las vías del tren y ella se sentía “congelada y llena de dolor”. Pero “el tiempo pasó y pasó y pasó”. “Entonces me di cuenta de que necesitaba escribir”, dice a EL PAÍS durante el Hay Festival de Querétaro, a principios de septiembre. Toews empezó a escribir en ese momento Pequeñas desgracias sin importancia, la novela sobre la muerte de su hermana que publicó en 2014 en inglés y que Sexto Piso acaba de editar en español con la traducción de Julia Osuna Aguilar.
Toews (Steinbach, 58 años) es una de las autoras canadienses más relevantes de su generación. La novelista creció dentro de una estricta comunidad menonita que abandonó a los 18 años –ha escrito sobre ello en Complicada bondad, Irma Voth o Ellas hablan–. Tras la muerte de su padre, su madre también se fue de la comunidad y ahora vive con Toews en Toronto.
Pequeñas desgracias sin importancia narra la tensión entre las hermanas Von Riesen. “Ella quería morir y yo quería que viviera. Y éramos enemigas que se amaban”, dice Yolandi, la narradora, de su hermana mayor. Están en el hospital y Yolandi no entiende que Elfrieda haya intentado suicidarse otra vez: “¿No puedes ser más como los demás, normal y triste y con tus mierdas, viva y con cargo de conciencia? Ponte gorda y fuma como si no hubiera un mañana y toca el piano como el culo. ¡A la mierda!”. Ahora es Toews la que habla: “Finalmente pude ver su dolor psíquico. Me rogaba que la ayudara a morir y no lo hice. Eso es muy difícil, y sin embargo hubiera sido lo correcto”.
Pregunta. En la novela, Elfrieda se quiere morir y su hermana, Yolandi, intenta evitarlo. Pero entonces la más joven empieza a aceptar la voluntad de la hermana mayor. ¿Qué cambia?
Respuesta. Esa toma de conciencia tiene un paralelismo con mi propia vida. Es lo que ocurrió. Durante mucho tiempo supimos que mi hermana quería morir y hacíamos todo lo posible para que estuviera viva, lo cual es imposible, pero lo intentamos. Me rogaba que la llevara a Suiza a una clínica para tener una muerte médicamente asistida. [Era] la alternativa a morir tan violentamente y sola, que es como funcionan la mayoría de los suicidios. Si la hubiera llevado a Suiza, habría podido estar rodeada de amor y paz. Y lo mismo ocurre con Yolandi en el libro, que después de uno de los muchos intentos de suicidio le dice a su hermana: “Ahora tienes que luchar”. Mi hermana me dijo a mí: “Miriam, sabes, he estado luchando durante 30 años”. En retrospectiva siento que debería haber tenido la compasión y la generosidad de dejarla ir.
P. Yolandi le reclama a su hermana que sea “normal y triste”, como “los demás”.
R. Creo que, por un lado, es cierto. Pero por otro es ignorante decir eso cuando alguien está sufriendo una enfermedad real. La angustia es parte de la condición humana, todos sufrimos, todos nos desesperamos. Pero ese sufrimiento también puede ser una patología.
P. ¿Por qué cree que cuesta tanto aceptar que la gente sufre?
R. No lo entiendo. Ser humano es sufrir y también es estar alegre. Estos días todo el mundo anda diciendo “toma esta píldora, haz esto o aquello”. Y no creo que sea posible alcanzar la felicidad total. Es una mentira pensar que alguna vez podamos lograr eso.
P. Con el título del libro, Pequeñas desgracias sin importancia, parece que rebaja su propio dolor.
R. El título viene de un poema de Samuel Coleridge. Él dice que, tras la muerte de su hermana, ya no le quedaba nadie a quien contarle sus “pequeñas desgracias sin importancia”. Quería usar una línea del poema porque mi hermana era una gran admiradora de Coleridge y de los poetas románticos. Pero, además, porque mis penas no son nada comparadas con el sufrimiento de la enfermedad mental, de la depresión clínica, de esa desesperación psíquica, de ese deseo de morir.
P. ¿Cómo consiguió tratar un tema tan triste con humor?
R. No es algo que me propongo hacer intencionalmente. Es solo la forma en la que veo el mundo, que es un lugar ridículo y absurdo, pero también es un lugar trágico. Las dos cosas están entrelazadas, no se puede tener una sin la otra. Y esa es mi visión de la vida. También quería escribir algo que… Obviamente mi hermana no podrá leerlo porque ya no está aquí, pero que si ella lo leyera dijera “Vale, buenos chistes”. Ella siempre ha sido una especie de musa para mí, tenía un nivel de exigencia muy alto y yo siempre quería hacerla reír.
P. ¿Qué tan importante es el humor para usted?
R. Es esencial. Diría que lo es todo. En mi familia bromeamos mucho. Mi padre, que también se quitó la vida, y mi hermana sufrieron mucho, y el papel que se me dio desde una edad muy temprana, desde el primer día, fue el de ser casi un payaso. El gran reto era hacerlos sonreír, era casi como un concurso en nuestra familia. Lo que no quiere decir que yo no caiga en lugares realmente bajos, horribles, simplemente despreciables. Es muy difícil durante esos momentos también encontrar la luz y encontrar la broma, la comedia, el humor, pero siempre es tan necesario.
P. ¿Pone algún límite entre su vida y la ficción? ¿Es algo sobre lo que piensa, hasta dónde contar?
R. Creo que he conseguido distinguir entre ficción y realidad. Espero que sí, de lo contrario, necesitaría atención psiquiátrica con toda seguridad. Pero sí, absolutamente, pienso en eso todo el tiempo. Hay muchas cosas que me guardo. Pero, por otro lado, hace tiempo que me di cuenta de que utilizaría mi vida, mis experiencias para mi trabajo, para mi arte, y eso conlleva riesgos. Para mí, es necesario escribir para vivir y para mantener la cordura. Estoy dispuesta a compartir mi vida con la esperanza de poder establecer una conexión con otros seres humanos. De esa manera me siento menos sola y espero que mis lectores también.
P. ¿Se habla más de salud mental en Canadá desde que escribió el libro en 2014?
R. Definitivamente es algo de lo que se habla. Las corporaciones, las escuelas, la sociedad en general dicen: “Vale, hablemos de esto, prestemos atención a la salud mental de nuestros empleados, de nuestros alumnos, de nuestros ciudadanos”. Pero hay mucha palabrería. En realidad, no veo un gran cambio. Creo que todavía hay una falta de educación en torno a ello, una falta de tolerancia y una rapidez para juzgar, ¿sabes? Esta persona está loca, esta persona es una enferma mental y por lo tanto es violenta, y por lo tanto está desempleada, y por lo tanto no tiene hogar… Son estereotipos y conceptos erróneos. La investigación y la financiación para la salud mental, simplemente, no existen. Acceder a la atención psiquiátrica, por ejemplo, es imposible. Hay que esperar uno o dos años y además no está cubierta por el sistema público, así que tienes que pagar de tu bolsillo y la mayoría de la gente no puede permitírselo.
P. En la novela describe una atención muy hostil.
R. Por supuesto que hay grandes psiquiatras y grandes enfermeras, pero existe una especie de infantilización de los pacientes que están allí porque están sufriendo, porque necesitan atención. A menudo se les hace sentir responsables de su propia enfermedad, no se les toma en serio, no se les trata con respeto y eso es bastante desgarrador.
P. ¿No le incomoda hablar con extraños sobre temas tan personales?
R. No. Siento la obligación de no esconderlo bajo la alfombra y fingir que no pasó. Porque eso no ayuda a nadie y lo mantiene en la oscuridad y lo hace algo aterrador. La gente no quiere pensarlo, y lo entiendo y lo respeto. Pero personalmente quiero hablar de ello tanto como sea posible con quien quiera escuchar y con la esperanza de que cuanto más hablemos de ello mejor podremos abordarlo y, con suerte, evitar que ocurra. El suicidio siempre ha estado con nosotros, siempre existirá. Afortunadamente, hay todo tipo de personas que hablan de ello y tratan de que no esté tan estigmatizado o sea considerado inmoral, un pecado. Las iglesias condenan el acto del suicidio y eso es horrible. Debemos sentir compasión y tratar de entender cómo la gente puede llegar al punto de creer que eso es lo mejor que pueden hacer.
P. Los medios de comunicación no hablan casi del suicidio.
R. Porque piensan que va haber imitadores. Lo he visto muchas veces. No quieren decir la causa de la muerte porque piensan que eso abrirá la puerta a que otras personas tengan ideas [similares], lo que me parece un poco ridículo. No creo que sea una buena idea. La gente está sufriendo sola, los supervivientes de suicidio, la gente que ha intentado suicidarse y no puede hablar de ello porque, ya sabes, la gente no quiere oírlo...
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