¿Nos libramos ya de la mascarilla infantil?: adiós al ‘fantasma de la ópera’

De aquí al verano, está coexistencia de niños y padres con y sin ella, traerá conflictos y muchas dudas

¿Los niños se asustan más cuando vamos con mascarilla o cuando nos ven la cara?

En muchas historias de superhéroes o de terror, los villanos siempre se desviven por arrancarle la máscara al héroe y ver su auténtica cara, y los espectadores quieren ver cómo de horroroso y desfigurado es el rostro maligno.

Siempre es mucho más creativo lo que nuestra mente imagina a partir de pequeñas ...

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En muchas historias de superhéroes o de terror, los villanos siempre se desviven por arrancarle la máscara al héroe y ver su auténtica cara, y los espectadores quieren ver cómo de horroroso y desfigurado es el rostro maligno.

Siempre es mucho más creativo lo que nuestra mente imagina a partir de pequeñas pistas que lo que se acaba enseñando. ¿O cómo os quedasteis al ver que el terrible Darth Vader era un mejillón podrido?

En el terreno paternal, habréis experimentado lo mismo en las últimas semanas. Desde que en el cole ya no es obligatoria la mascarilla, se han producido varios fenómenos reveladores.

El más extendido ha sido la sorpresa o la decepción. Hay profesores, personal del centro y padres de los alumnos a los que quizá nunca les habíamos visto la cara. Y de repente no cuadra nada.

Hay mitades inferiores que no pegan con la parte de arriba o narices que no te esperabas o fantasmas de la ópera cuyo talento para la música te los hacía imaginar angelicales y resulta que son muy mundanos.

Si para nosotros ha sido un shock, imaginaos para los bebés. Nuestro pequeño lleva casi un año en la escuela infantil rodeado de profesoras amorosas… que ahora tienen una cara nueva. No sé cómo se adaptarán, porque el nuestro a los abuelos les saludaba o no, dependiendo de si llevaban mascarilla y los conocía, aunque la voz y los ojos fueran los mismos.

Otra consecuencia son los dos bandos paternales: los padres nudistas de cara, que te sueltan el aliento como si hiciéramos pruebas de alcoholemia, y los que irían con escafandra si fuera posible.

Según a quién escuchemos estamos en la séptima ola o en la libertad del veranito, la cervecita y el “total, si al final lo pillaremos todos”. Yo prefiero seguir con la prudencia, pero nuestra hija mayor, como tantos otros niños, no quiere volver a ver una mascarilla en su vida.

Eso es práctico en su clase con el grupo burbuja, pero luego en el patio no les dejan mezclarse con los amigos de otras clases. Y ahora nunca se acuerda de llevar la mascarilla, con lo que cuando la necesitamos, o llevamos nosotros varios recambios, o le tenemos que poner una de adultos cuando tenemos que ir en autobús o metro.

De aquí al verano, está coexistencia de los dos modelos traerá conflictos y muchas dudas.

¿Cuánto tardaremos en poder ir todos sin mascarilla y sin preocupaciones? ¿Cuándo una tos volverá a no inquietarnos? ¿Cuándo recuperaremos ese anhelo de comer en un restaurante porque está lleno y debe ser bueno en vez de verlo como una ratonera mortal? ¿Cuántos críos y adolescentes tendrán complejos de mostrar su verdadera cara tras años de enseñar solo unos ojos bonitos?

Este panorama únicamente tiene un claro ganador: los dentistas. Ahora vendrán las prisas para intentar recuperar el carisma de la mascarilla con una sonrisa perfecta.

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