Niños malos comedores o cómo lograr que tu hijo se coma toda la fruta
Los malos hábitos a la mesa y la falta de normas contribuyen a un problema que se agrava y a la que pueden ayudar desde edades muy tempranas la familia y, después, los comedores escolares
Lleva minutos reclinado sobre la mesa de la cocina, con la comida intacta en el plato. De vez en cuando, sujeta el tenedor y mueve, escarba, rebusca y esparce cada uno de los ingredientes que forman parte de la receta, sin acercárselo a la boca. Solo deja pasar el tiempo. La de este niño, y la de tantos, es una actitud que poseen algunos a la hora de sentarse a comer y que genera en las familias tensión y preocupación. Son los menores llamados malos comedores.
Un niño es un mal comedor cuando presenta incapacidad o rechazo a ingerir ciertas cantidades de comida y/o de determinados alime...
Lleva minutos reclinado sobre la mesa de la cocina, con la comida intacta en el plato. De vez en cuando, sujeta el tenedor y mueve, escarba, rebusca y esparce cada uno de los ingredientes que forman parte de la receta, sin acercárselo a la boca. Solo deja pasar el tiempo. La de este niño, y la de tantos, es una actitud que poseen algunos a la hora de sentarse a comer y que genera en las familias tensión y preocupación. Son los menores llamados malos comedores.
Un niño es un mal comedor cuando presenta incapacidad o rechazo a ingerir ciertas cantidades de comida y/o de determinados alimentos, adquiriendo actitudes y hábitos de alimentación inadecuados. “Es importante detectar el problema asociado a esa inapetencia mediante la realización de una encuesta dietética que ponga de manifiesto las principales transgresiones para encontrar la posible causa y facilitar las indicaciones adecuadas a la familia”, cuenta Rosaura Leis, profesora titular de Pediatría de la Universidad de Santiago de Compostela y coordinadora del Comité de Nutrición y Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
Enric Sánchez, endocrino del Hospital Universitari Santa María de Lleida y uno de los coordinadores del Grupo de Dietoterapia en la Obesidad de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), asocia estos comportamientos de rechazo a la comida al término neofobia alimentaria, es decir, aquella tendencia por la que rechaza o se muestra reacio a probar alimentos nuevos y desconocidos. “Este tipo de comportamientos se manifiestan en la primera infancia, de dos a seis años, y puede afectar significativamente a la elección de los alimentos, ajustándose a las preferencias de sabor, un hecho que influye significativamente en la calidad de su dieta”, explica.
Enric Sánchez enumera como causantes del rechazo de la comida distintos factores: “La falta de hambre, los menús cerrados, el hecho de no colaborar con la compra ni con la preparación; también los platos muy llenos o únicos, sin posibilidad de variedad, y las experiencias negativas previas que disminuyen la predisposición a probar nuevos alimentos”.
A esas causas también pueden añadirse desde una patología aguda que puede condicionar una disminución de la ingesta hasta una enfermedad crónica que provoque rechazo a largo plazo o una preocupación excesiva de los padres por la ingesta. “En este contexto, la adquisición de hábitos alimentarios erróneos desde el momento de la incorporación del niño a la mesa familiar y/o la falta de normas o concesiones excesivas durante las comidas por parte de los progenitores pueden estar implicados en este proceso”, informa Leis.
La alimentación durante los primeros 1.000 días de vida juega un papel importante, siendo una ventana de oportunidad para la prevención de estos problemas, según sostiene esta experta. Una buena alimentación de la madre durante la gestación y la lactancia, dar el pecho en exclusiva al bebé durante seis meses, la introducción de una alimentación complementaria reglada según las recomendaciones pediátricas y la incorporación a la mesa familiar saludable al año de vida son estrategias recomendables: “Los hábitos alimentarios de los padres, de la familia, son transmitidos a sus hijos y deben constituir un seguro para su salud a corto, medio y largo plazo”.
Las frutas y verduras son los alimentos que más rechazan los niños, escogiendo, en cambio, aquellos en los que sobresale el sabor dulce y salado. “Por ejemplo, galletas, bollería, gominolas, y zumos, dulces; o embutidos, patés, bolsas de patatas y palomitas, alimentos salados. Todos ellos relacionados con una dieta menos saludable”, asegura Sánchez.
En la adquisición de una vida saludable desde edades muy tempranas, es necesario que la familia potencie su papel. La educación alimentaria resulta fundamental. Leis explica que, si se trata de un niño inapetente, se debe intentar realizar una programación de las comidas del día (cuatro o cinco comidas con un tiempo máximo de 30 minutos), “sin permitir transgresiones entre las mismas y potenciando el papel de la mesa familiar, que aumenta la capacidad de aprendizaje por imitación en edades tempranas”. “Evitar distracciones (televisión, canciones, informática)”, recomienda, “e intentar permanecer en la mesa durante el tiempo de la comida”. En aquellos casos en los que el niño se muestra caprichoso con la comida, Leis incide en que debe ofrecérsele probar los alimentos que rechaza repetidamente: “Algunos deben probarse entre nueve y diez veces antes ser aceptados. Compartir estos alimentos en la mesa familiar y hacer de la comida un momento de placer ayudará a su aceptación”.
Sánchez también apuesta por la incorporación del método baby-led weaning (BLW) o alimentación complementaria a demanda. Este experto sostiene que la idea principal de ese método es ofrecer alimento sólido al niño y darle la posibilidad de elegirlo y comerlo por sí mismo: “También vale la pena permitir que los niños participen en la preparación de las comidas, ya que esto influye, entre otras cosas, en su preferencia por los productos, reduce su sensación de ansiedad y construye relaciones positivas con sus cuidadores”.
El comedor escolar es el otro importante pilar a tener en cuenta para la buena adquisición de hábitos alimentarios. Al compartir mesa con otros compañeros, el efecto imitación potencia dicha adquisición. Para Leis se trata de una estrategia que puede ayudar a la instauración de conductas de alimentación saludables en la mesa familiar, permitiendo perpetuar en el tiempo los hábitos adquiridos en el colegio, lo que sería beneficioso para todos los miembros de la familia.
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