Elon Musk y todos los hombres del presidente Trump
El hombre más rico del mundo se perfila, junto a Robert F. Kennedy o el ultra antiinmigración Stephen Miller, como uno de los colaboradores del nuevo inquilino de la Casa Blanca
En la madrugada del miércoles todo estaba listo en el centro de convenciones de West Palm Beach para venerar a un solo hombre. Donald Trump llegó para cantar su histórica victoria ante miles de sus simpatizantes. Subió al escenario, con decenas de banderas estadounidenses de fondo, junto a su familia, algunos de sus más estrechos colaboradores y J. D. Vance, que será su vicepresidente y tomó la palabra para brindarle el mayor halago de la noche: “Es...
En la madrugada del miércoles todo estaba listo en el centro de convenciones de West Palm Beach para venerar a un solo hombre. Donald Trump llegó para cantar su histórica victoria ante miles de sus simpatizantes. Subió al escenario, con decenas de banderas estadounidenses de fondo, junto a su familia, algunos de sus más estrechos colaboradores y J. D. Vance, que será su vicepresidente y tomó la palabra para brindarle el mayor halago de la noche: “Este es el regreso político más grande de la historia de Estados Unidos”. Trump también tuvo palabras de reconocimiento, además de para los suyos y sus seguidores ―fieles, dijo en su característico tono hiperbólico, al “movimiento político más grande de la historia de la Humanidad”―, para cinco personas: los arquitectos de su exitosa campaña presidencial (el agresivo Chris LaCivita y Susan Wiles, siempre temible y siempre en la sombra), el promotor de artes marciales mixtas Dana White ―quien afirmó: “Nadie se lo merece [el triunfo] más que él y su familia”―, Robert F. Kennedy Jr., tal vez el más famoso antivacunas de Estados Unidos, y, sobre todo, Elon Musk, el hombre más rico del mundo. “¡Ha nacido una estrella!”, exclamó Trump. “¡Elon!”.
El multimillonario ―dueño, entre otras grandes compañías, de la firma de coches eléctricos Tesla, la astronáutica SpaceX y la red social X― se ha convertido en un gran aliado del flamante presidente, a cuya reelección ha aportado al menos 130 millones de dólares y un considerable esfuerzo de proselitismo concentrado en el muy decisivo Estado de Pensilvania, donde dio varios mítines cargados de bulos, tocó puertas en busca de electores y regó de dinero a futuros votantes en unas rifas diarias que flirtearon con el delito electoral.
En agradecimiento por los servicios prestados, Trump ha prometido que lo tendrá cerca de su Casa Blanca, no necesariamente con un puesto en su gabinete, pero sí como asesor en materia de recorte de gasto público: adelgazar la estructura del Gobierno federal es una de las grandes promesas del nuevo presidente, que definió a Musk en la noche electoral como “un supergenio”. “Es todo un personaje. Tenemos que proteger a nuestros genios. No abundan”. Al día siguiente de esos halagos, Musk posteó en X un gráfico que mostraba un uso récord de la red social, mientras las acciones de Tesla subieron hasta un 15%. El día de la votación, tras depositar su papeleta en Texas (tiene la residencia fijada en la costa oriental del Estado, en Boca Chica, desde donde lanza algunos de sus cohetes), el empresario voló en su avión privado para seguir el escrutinio de votos en la mansión de Trump, en Mar-a-Lago (Florida).
El futuro presidente ya bautizó el cargo que piensa dar a su nuevo y más ferviente aliado: Secretario de Recorte de Gasto, y ha hablado de una comisión que estaría “encargada de llevar a cabo una auditoría financiera y de rendimiento completa de todo el Gobierno federal para hacer recomendaciones de reformas drásticas”. “Estoy deseando servir a Estados Unidos si se presenta la oportunidad. No necesito sueldo, ni título, ni reconocimiento”, tuiteó Musk, que promete que será capaz de darle un tajo al aparato del Estado de dos billones de dólares. También es de esperar que a sus negocios ―que, en especial SpaceX, dependen en buena medida de su relación con la Administración― les vaya especialmente bien durante los próximos cuatro años.
El extravagante empresario, que gusta de mirarse en el personaje de cómic Tony Stark (Iron Man), es el rostro más conocido entre los hombres del nuevo presidente, alguien que valora una virtud por encima del resto: la lealtad. El otro es Robert F. Kennedy Jr., que fue un candidato independiente hasta que decidió sumarse a la causa del republicano. La semana pasada anunció que este le había prometido que tendría un lugar destacado en la gestión de la sanidad estadounidense, en concreto, de agencias federales como la del medicamento (FDA) o el Instituto Nacional de Salud Pública (NIH).
Conspiración antivacunas
La sola idea provocó estupor en los estamentos médico y científico del país. El hijo del senador asesinado Bobby Kennedy, descendiente de una dinastía demócrata que lo ha repudiado, fue una de las voces que más alto se escuchó durante la pandemia contra las vacunas, aunque su cruzada se extiende en ese campo más allá del coronavirus. Es también autor de una famosa frase, de la que luego se disculpó, para referirse a la obligatoriedad de inocularse y de usar mascarillas: “Hasta en la Alemania de Hitler, uno podía cruzar los Alpes hasta Suiza. O esconderse en un ático como lo hizo Ana Frank”.
Este sábado pasado fue posible hacerse una idea de cómo será un sistema de salud con Kennedy sobrevolando. En X, este dijo que una de sus primeras decisiones como funcionario de la Administración de Trump sería recomendar “a todos los sistemas de Estados Unidos que eliminen el fluoruro del agua potable”. Eso supondría acabar con uno de los mayores logros de salud pública del siglo XX: añadir una pequeña cantidad de ese mineral en el suministro permitió mejorar la salud dental de millones de personas. Los supuestos efectos nocivos de una costumbre de salubridad que empezó a ponerse en práctica en los años cuarenta cuentan como una de las teorías de la conspiración más antiguas que se conocen.
Kennedy también considera que la FDA es una marioneta de las farmacéuticas. “Su guerra contra la salud pública está a punto de terminar”, ha dicho, en referencia a la “supresión agresiva de [tratamientos, algunos de ellos, pseudocientíficos, con] psicodélicos, péptidos, células madre, leche cruda, terapias hiperbáricas, agentes quelantes, ivermectina, hidroxicloroquina, vitaminas, alimentos limpios, luz solar, ejercicio, compuestos nutricionales y cualquier otra cosa que mejore la salud humana y no pueda ser patentada por las compañías farmacéuticas”. Los seguidores de Trump confían en él para que acabe con el poder de estas, y, como aseguró este lunes un simpatizante en un mitin en Reading (Pensilvania) que llevaba camiseta con el eslogan MAHA (por “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser saludable”), “mejore los hábitos alimenticios de los niños en los colegios”. “Nos están envenenando”, añadió.
En el horizonte de un regreso de Trump a Washington también asoma Stephen Miller, viejo conocido de su primera Administración. Miller fue, como asesor de la Casa Blanca, el arquitecto de las políticas de inmigración racistas de Trump, que incluyeron tácticas de separación de menores de sus familias en la frontera, el veto a los ciudadanos de siete países musulmanes y el fin del programa de DACA, que, desde 2012, permite a ciertos inmigrantes indocumentados que llegaron a los Estados Unidos de niños disfrutar de un período de dos años para evitar la deportación y tratar de obtener un permiso de trabajo. En el mitin, lleno de retórica xenófoba y violenta que la campaña de Trump dio en el Madison Square Garden hace un par de domingos, Miller, cuya oratoria comparan sus críticos con la de Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi, sentenció: “Estados Unidos es para los estadounidenses y solo para los estadounidenses”.
Entre otros nombres que suenan para la segunda Administración de Trump destacan algunos miembros fieles del partido (como el senador de Florida Marco Rubio, enemigo converso o la congresista ultra Elise Stefanik); el multimillonario John Paulson; el ex secretario de Estado Mike Pompeo, que renegó antes de volver al redil; o el gobernador de Dakota Don Burgum, de quien el futuro presidente admira tanto su fortuna personal como su atractivo físico. También abundan aquellos que participaron en la primera vuelta, se han mostrado leales en sus momentos más bajos y fueron capaces de sobrevivir en un ambiente de trabajo que visto desde fuera se parecía a una auténtica trituradora laboral. Algo que tal vez no sorprenda a nadie, teniendo en cuenta que el jefe se hizo famoso gracias a un programa de telerrealidad cuya frase estrella era: “¡Estás despedido!”.