Carolina del Norte, votar entre bulos después de la hecatombe
El peor huracán en dos décadas en EE UU devastó una cuarta parte del Estado y ha creado graves complicaciones logísticas en una reñidísima campaña electoral, mientras proliferan las noticias falsas en la zona afectada
El hombre alto y nervudo que supervisa las operaciones en un centro de asistencia improvisado en el condado de Rutherford, una zona rural al pie de los montes Apalaches (oeste de Carolina del Norte), se presenta como Lewis Arthur, periodista y ahora voluntario desinteresado. Va de un lado a otro, saludando, preguntando, repartiendo mantas y cajas de pañales a los damnificados por el paso del ...
El hombre alto y nervudo que supervisa las operaciones en un centro de asistencia improvisado en el condado de Rutherford, una zona rural al pie de los montes Apalaches (oeste de Carolina del Norte), se presenta como Lewis Arthur, periodista y ahora voluntario desinteresado. Va de un lado a otro, saludando, preguntando, repartiendo mantas y cajas de pañales a los damnificados por el paso del huracán Helene, el peor desastre natural en Estados Unidos en casi dos décadas. Pero su discurso, salpicado de arengas contra el Gobierno estadounidense y teorías de la conspiración, no es el de un mero voluntario altruista.
“Es una pena. Si el Gobierno aportase todo lo que le extorsiona a la gente mediante impuestos, y dieran los servicios y los equipos que pueden aportar, en vez de mandar dinero para todas esas guerras, podríamos tenerlo todo resuelto mucho más rápido”, dice parlanchín y empático. Y, sin venir muy a cuento, precisa sobre las tareas de asistencia que encabeza: “Sí, tenemos una milicia que nos ayuda. Tenemos gente armada, pero no es para atacar al Gobierno... Es para proteger los suministros que estamos dando a la gente: vea que tenemos generadores que cuestan miles de dólares”.
El “nosotros” al que Arthur se refiere es el grupo Veterans on Patrol, descrito por Southern Poverty Law Center —una ONG contra los crímenes de odio— como “una milicia nacida en Arizona, que promociona iniciativas basadas en ideas antiinmigrante y antigobierno”.
Arthur —su nombre completo, revela Google, es Michael Lewis Arthur Meyer— es su fundador. Un “nacionalista cristiano que galvaniza a radicales de la extrema derecha y seguidores de las teorías de la conspiración en torno a la cuestión de la inmigración y alienta las patrullas de espontáneos” contra los migrantes, también según SPLC. Cuenta con antecedentes penales en Tucson (Arizona) por allanamiento y atacar a otros. También ha sido detenido en otras ocasiones por robo y daños contra tanques de agua para migrantes en el desierto, entre otros delitos. En 2018 acusó falsamente a un campamento de sin techo de ocultar una red de pederastia.
Arthur habla sin interrupción. Se hace eco de uno de los numerosos bulos que circulan por la zonau contra las operaciones de ayuda oficial tras el desastre: que el huracán fue creado por el Gobierno de EE UU para despoblar la zona y horadar una gran mina de litio en los Apalaches. Una teoría desmontada una y otra vez pero que él eleva al nivel de “controversia”.
“Lo que nosotros vamos a hacer es construir casas para la gente pobre de aquí que lo ha perdido todo. Casas que serán mejores que las que tenían. Para que se queden”, relata. “Así, el Gobierno no podrá decir que esto es un desastre ecológico y que la gente no puede volver a vivir aquí... Pues sí va a poder, porque les vamos a dar de todo. No van a tener que aceptar cualquier oferta. No van a tener que vender. No van a tener que ver una mina operando en estas montañas, estos paisajes inmaculados, si eso es lo que quiere hacer el Gobierno”.
“Territorio Donald Trump”
Bulos como este que repite Arthur circulan desde el impacto de Helene, hace casi tres semanas. Encuentran terreno abonado entre una población damnificada, un clima político extremadamente polarizado y una mentalidad, especialmente en las zonas rurales, de histórica desconfianza hacia el poder federal. Sobre todo, si este es demócrata. Aquí, en condados como Rutherford, donde decenas de carteles proclaman por las carreteras que esto es “territorio Donald Trump”, el dicho de Ronald Reagan —“la frase más aterradora es ‘soy del Gobierno y estoy aquí para ayudarle”— no es un chascarrillo. Es un dogma de fe.
Esos bulos malintencionados tienen consecuencias. Ya perjudican las tareas de los servicios oficiales de asistencia, que encuentran cómo, en determinadas zonas, los ciudadanos recelosos rechazan la ayuda a la que tienen derecho. Con mejores o peores modos.
Esta misma semana, un hombre ha acabado imputado tras ser acusado de “sembrar el terror” a pocos kilómetros del centro de reparto donde opera Arthur, por haber proferido amenazas, armado, contra funcionarios de FEMA, la agencia federal responsable de responder a los desastres naturales. A este caso se refería el fundador de Veterans on Patrol cuando negaba que la milicia que les apoya pretendiera atacar a los trabajadores del Gobierno.
Son varios los políticos republicanos que han amplificado algunos de los rumores más descabellados que proliferan, como el que el huracán fue provocado por el Gobierno o —en el caso del propio Trump— que los fondos de ayuda se están entregando a inmigrantes ilegales. Las autoridades, desde concejales de distrito hasta el presidente Joe Biden, han tratado de salir al paso de esas noticias falsas. FEMA ha creado una página específica para desmontar los rumores. Esta semana, el gobernador del Estado, el demócrata Roy Cooper, alertaba sobre “el persistente y peligroso flujo de desinformación” crítica hacia los trabajos de ayuda, que desmoraliza a los rescatistas y perjudica a los damnificados. “Si usted está participando en propalar esto, pare ya”, instaba Cooper. “Sea cual sea su objetivo, a quien está haciendo daño es a la gente del oeste de Carolina del Norte que necesita ayuda”.
A dos semanas de las elecciones, y con el plazo ya abierto para la votación anticipada, su propagación puede dejar un efecto en las urnas en un Estado profundamente dividido entre demócratas y republicanos. A partes casi exactamente iguales: este es uno de los siete territorios bisagras —junto con Arizona, Nevada, Georgia, Pensilvania, Wisconsin y Míchigan— que el 5 de noviembre decidirán el nombre del próximo presidente o presidenta de EE UU. Con los candidatos prácticamente empatados, un puñado de votos acabará decantando la balanza del lado de Kamala Harris o de Donald Trump. Cada papeleta cuenta: aquí, los agregadores de encuestas indican que el republicano apenas saca unas décimas de ventaja a su rival demócrata.
16 votos electorales, fundamentales
Los 16 votos electorales de Carolina del Norte, los mismos que Georgia, y solo por detrás de Pensilvania (19) entre los siete Estados decisivos, se antojan fundamentales sobre un total de 538 en el Colegio Electoral, donde el ganador será quien alcance los 270 votos. Así como para Harris el camino hacia la Casa Blanca pasa casi obligatoriamente por imponerse en Pensilvania, “Trump necesita ganar en Carolina del Norte”, en palabras de Justin Gest, profesor de la Universidad George Mason en Virginia. “Si alguno de los dos perdiese en estos Estados que necesitan ganar, no solo es que sus perspectivas de triunfo en el colegio electoral disminuirían, que lo harían. Sobre todo, es que podría ser el preludio de otras derrotas. Si Trump pierde Carolina del Norte, esa misma dinámica podría afectar a sus resultados en Georgia”, añade Gest.
Unos pocos que cambien su intención de voto, o que se abstengan, pueden resultar cruciales en el resultado final. “Carolina del Norte no es tanto un Estado púrpura [como se denomina en EE UU a los Estados bisagra, por su supuesta mezcla del rojo de los republicanos y el azul de los demócratas], sino dos Estados: uno muy rojo, bermellón, y el otro azul marino intenso, sin apenas nada de púrpura entre medias, casi sin votantes indecisos”, apunta Lightning Czabovsky, profesor en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Gana, por tanto, “el partido que es más capaz de movilizar a los suyos”.
Mayores daños del huracán en las zonas republicanas
Los rumores suman una dificultad añadida más a un proceso electoral que, tras Helene, ha presentado graves desafíos logísticos. Tras tocar tierra el 29 de septiembre en Florida, el huracán de categoría 4 se abatió con una virulencia sin precedentes en un área eminentemente rural y de inclinaciones muy republicanas, que abarca 28 condados, el 25% del territorio del Estado y el 16% de su población.
Las inundaciones y el vendaval destruyeron y se llevaron río abajo casas y carreteras. Localidades enteras dejaron de existir. Murieron 95 personas solo en Carolina del Norte, según los cálculos oficiales. Casi otras tantas continúan desaparecidas y, en privado, miembros de los equipos de rescate admiten que es difícil que se llegue a encontrar algún día a todas. Tres semanas después, decenas de miles de residentes continúan sin agua o sin electricidad. Casi 200.000 han solicitado ayuda federal.
“Me preocupa el efecto que todo esto pueda tener en el voto, que haya gente que no pueda ir a votar”, admite Heidi, propietaria de una tienda de regalos en el centro de Asheville, la mayor ciudad de esta zona montañosa de espectaculares colores otoñales y un bastión progresista en medio de una región profundamente republicana. “Aquí en la ciudad se hará un gran esfuerzo para que todo el mundo pueda, pero en las zonas rurales más afectadas y más remotas puede ser difícil”. En Asheville, Trump es persona non grata. Los carteles en el jardín de las casas proclaman su apoyo a la fórmula demócrata: “Harris-Walz, naturalmente”, se lee en ellos.
Las heridas que ha dejado este apocalipsis aún sangran en esta ciudad que, hasta el paso del huracán, era un foco turístico, hogar de una vibrante colonia artística y bohemia. Ahora, sin embargo, su famoso distrito cultural, a la orilla del río French Broad, ha quedado pulverizado por la violencia de la crecida y el ciclón. La corriente se ha llevado los el trabajo de varios años de decenas de artistas. Bolsas de escombros y montones de maderas y cristal es todo lo que queda de sus modernas galerías y coquetos restaurantes. Donde hubo un paseo ajardinado solo se ve un lodazal de árboles derribados. En una calle, el pavimento se ha hundido; en otras se apilan los troncos caídos. Alguien trata de rescatar, con un palo, algún último recuerdo.
“Van a hacer falta años para reconstruir todo esto. Hay gente que lo ha perdido absolutamente todo”, se lamenta Heidi. El suyo es uno de los escasos establecimientos en funcionamiento. Ha reabierto un día antes, cuando recuperó el agua corriente. En el interior, sus productos de belleza y decoración se mezclan con objetos publicitarios a favor de Kamala Harris. Fuera ha colgado una hilera multicolor de farolillos y colgantes, como antes del huracán. “Queremos mandar un mensaje de ánimo, de que volveremos a ser lo que éramos y de que esto no va a poder con nosotros”, explica.
En el exterior, las calles están desiertas, salvo por grupos de sin techo y, de tanto en tanto, equipos de operarios que retiran algún árbol o reparan un tendido eléctrico. El puñado de establecimientos abiertos lo está, en su mayoría, para donar productos de primera necesidad a los damnificados. Sobre todo, comidas calientes, algo que estos días se ha convertido en un lujo hasta para los más acomodados.
Pese a todo, el plazo para el voto anticipado ha podido iniciarse casi con normalidad esta semana. Solo cuatro de los 400 centros en todo el Estado para depositar la papeleta con antelación no han podido abrir. Los cuatro están en Buncombe County, donde está ubicada Asheville, según ha precisado la directora del Comité Electoral de Carolina del Norte, Karen Brinson Bell. La funcionaria ha reconocido, pese a todo, que ejercer el derecho al voto “puede parecer un poco diferente” en los centros de votación sin electricidad o agua corriente. Todavía no se conoce cuántos colegios electorales estarán en condiciones adecuadas el 5 de noviembre, el día de los comicios.
En todo el territorio, la participación en el primer día del voto anticipado —353.000 papeletas y colas de más de una hora en algunos centros— batía por varios miles las marcas de hace cuatro años, cuando la pandemia de covid disparó la popularidad del sufragio a distancia o por correo.
Entre ellos estaba el reverendo afroamericano Marcel Bush, que votaba junto a su familia en Charlotte, la mayor ciudad del Estado. Lo hacía por Kamala Harris. “La democracia está en juego y necesitamos votar por candidatos interesados en respetar la Constitución”, explicaba tras haber depositado su papeleta. En Wellons, un barrio de clase trabajadora en Durham, Sarah, una mujer desempleada, afroamericana como Bush, aseguraba que había votado por Trump. “Lo prefiero a él. No hay más razón que esa”.
Gran interés por votar
La alta participación inicial apunta a un gran interés entre los 10,8 millones de residentes de este antiguo Estado confederado, donde la antigua economía tabaquera va dejando paso al desembarco de empresas tecnológicas y sanitarias, muy especialmente en el llamado Triángulo, formado en el norte por las ciudades de Durham, Chapel Hill, Greensboro y Raleigh, la capital. Es la gran bolsa de votos demócrata. En el Estado, la población afroamericana —un grupo que tradicionalmente se inclina por ese partido— se va reduciendo mientras crece la latina. También han llegado jubilados blancos en busca de los aires de mar y temperaturas balsámicas de su costa, así como ejecutivos y trabajadores en ese sector en auge de la innovación. “Es un Estado que tiene mucho crecimiento, pero ese crecimiento se reparte entre demócratas y republicanos”, apunta el profesor Czabovsky.
Un factor que puede acabar inclinando la balanza en estas elecciones en este Estado es la batalla por el puesto de gobernador, que el actual fiscal general, el demócrata Josh Stein, disputa al republicano Mark Robinson, hoy vicegobernador. Robinson marcha por detrás en las encuestas, salpicado por los escándalos. En septiembre, la cadena de televisión CNN publicaba una serie de mensajes antiguos en una web de pornografía en los que este político afroamericano se definía como “un nazi negro” y partidario de que regresara la esclavitud.
“El hecho de que Carolina del Norte [que ha votado republicano en las tres últimas elecciones] esté en juego es una buena señal para la campaña de Harris y Walz. La demografía cada vez más diversa étnicamente y más educada del Estado ha producido una evolución política similar a la transformación de Georgia en un Estado bisagra. Pero lo que ha dado alas a las esperanzas demócratas en esta campaña es la candidatura de Robinson, que puede pesar en el entusiasmo de los republicanos y movilizar a los demócratas”, sentencia el profesor Gest.