David Remnick: “Estados Unidos ha sido una democracia imperfecta desde que se fundó”
El director de la revista ‘The New Yorker’ charla con EL PAÍS sobre los desafíos que encara su país en estas elecciones
La noche en la que Donald Trump ganó la presidencia en 2016, el director de la prestigiosa revista The New Yorker redactó una columna impulsiva que se volvió viral en segundos. "La elección de Donald Trump a la presidencia es una tragedia para la república americana'', escribió. “Es un triunfo para las fuerzas, internas y externas, del nativismo, el autoritarismo, la misoginia, y el racismo… El fascismo...
La noche en la que Donald Trump ganó la presidencia en 2016, el director de la prestigiosa revista The New Yorker redactó una columna impulsiva que se volvió viral en segundos. "La elección de Donald Trump a la presidencia es una tragedia para la república americana'', escribió. “Es un triunfo para las fuerzas, internas y externas, del nativismo, el autoritarismo, la misoginia, y el racismo… El fascismo no es nuestro futuro –no puede serlo, no podemos dejarlo ser– pero esta es la forma en la que el fascismo puede comenzar.” Cuatro años después, David Remnick no cambiaría ni una coma de ese texto.
Remnick, nacido en Nueva Jersey hace 61 años y director de la revista desde 1998, es un cronista del poder internacional. Su libro La Tumba de Lenin, sobre la caída de la Unión Soviética, ganó el premio Pulitzer en 1994. Desde entonces ha escrito múltiples libros y perfiles sobre los hombres más poderosos de la política mundial, como Barack Obama, Bill Clinton y Benjamin Netanyahu. Durante los últimos cuatro años, Remnick escribió decenas de columnas sobre la personalidad autoritaria del actual presidente de Estados Unidos. “Si Trump tuviera un alma, una pizca de conciencia o carácter, renunciaría a la presidencia. No va a renunciar a la presidencia,” escribió en una de las últimas.
Remnick habla con El PAÍS desde su apartamento en Manhattan, días antes de que la revista decidiera abiertamente apoyar la candidatura de Joe Biden. Estados Unidos tiene "instituciones amenazadas, pero no aún derrotadas'', dice el editorial.
Pregunta. Hace cuatro años los periodistas no supimos ver que Trump iba a ganar la presidencia. ¿Qué lecciones trajo ese momento al periodismo?
Respuesta. Nunca estuve bajo la ilusión de que The New Yorker trabajara como una encuestadora, pero, por supuesto, admito que nos sorprendió mucho el resultado, a pesar de saber que las sorpresas suceden recurrentemente en las elecciones de Estados Unidos. En la noche de la elección, nuestro equipo web tenía poco o nada preparado en caso de una victoria de Trump. Teníamos, eso sí, muchas cosas preparadas sobre la primera mujer presidente. Artículos que estaban listos y solo había que pulsar un botón. Me fui a una fiesta a ver los resultados, y me imaginaba que estarían listos hacia las 10 de la noche. Hillary llevaría la delantera, pulsaríamos el botón, y hasta ahí nuestro trabajo. Pero no. Empezamos a ver, con mucha incredulidad, unos patrones. El más sobresaliente fue que Trump estaba ganando en áreas republicanas con un margen mucho mayor al que esperábamos. Pensamos que iba a ganar en lugares como la Pensilvania rural o la Florida no urbana. Pero estaba ganando con un margen mucho mayor.
Hacia las 10 de la noche yo había cometido el error de tomarme solo un trago, demasiado saludable. Normalmente no llevo mi computadora conmigo, pero en este caso sí la tenía, y me dirigí a la cocina del apartamento para escribir un artículo corto llamado Una tragedia americana. Básicamente quería ser un buen jugador de equipo, para que tuviéramos un artículo para el día siguiente. Fue un artículo lleno de rabia, que pronosticaba un periodo terrible de la historia de Estados Unidos.
Así que sí, las encuestas se equivocaron, las sorpresas suceden, pero la pregunta profunda sigue siendo: ¿por qué sucedió eso? Creo que aún estamos intentando descubrirlo. No creo que haya una única respuesta. Claramente, el anterior era un presidente negro, Barack Obama, y hubo una reacción. Es muy cierto cuando se dice que ignorar el racismo de Donald Trump fue un factor enorme. ¿Fue el único factor? No creo. No creo que haya habido una única explicación. Pero fue importante.
P. ¿Cómo evitar una omisión igual?
R. Creo que hemos sido más cautelosos con respecto a las encuestas. En este momento, tienen a Joe Biden por delante con seis, o siete, o ocho puntos, a nivel nacional, lo que es muchísimo. También lleva una delantera significativa en lugares como Pensilvania, Wisconsin, Michigan, donde antes ganó Trump. ¿Pero creo que Donald Trump aún puede salir reelegido? Absolutamente. Sería un idiota si no. La definición de un idiota es una persona que no aprende de la experiencia.
Creo que parte de esta tragedia es la profunda división en nuestra sociedad. Desde mi punto de vista, es la inhabilidad de miles de personas de reconocer que tenemos un presidente con un instinto antidemocrático, autoritario, y que juega con el racismo de forma tan abierta, y cuyo mayor trazo de personalidad es el desprecio. El desprecio por los hispanos, negros, las instituciones democráticas o la ciencia. Él no inventó estas tendencias en la vida de Estados Unidos, pero no ha hecho más que resaltarlas.
P. Justo después de que Trump ganara las elecciones, usted entrevistó a Barack Obama y él le dijo: “Trump entiende el nuevo ecosistema, en el que la verdad y los hechos no importan. Él atrae atención, mueve emociones, y sigue adelante.” Obama fue muy carismático y Trump también lo es también para sus seguidores. ¿Sigue ganando Trump en este ecosistema?
R. Trump tiene, como demagogo, muchos talentos. Puede ser divertido, de forma demoniaca, pero tiene un elemento que viene de un origen obvio: su pasado en la industria de la televisión. Tiene un pasado en el mundo del entretenimiento. Él está sintonizado. Mira nada más cómo dominó la televisión por cable en el 2016. ¿Por qué? Porque subía los ratings. Ahora vemos a CNN como un canal crítico, pero CNN le daba horas y horas de tiempo gratis porque los ratings subían cuando él hablaba.
El problema es que existe un ecosistema que parece ser impenetrable. Si vives en un ecosistema que creas en las redes sociales, psíquicamente o tecnológicamente, de Fox News, y Breitbart, y InfoWars, y QAnon, puedes crear un universo de información para ti mismo. Cuando yo era joven, había solo tres canales de televisión, leías un periódico y el margen ideológico era muy estrecho. Ahora, el margen es mucho más amplio, y puedes heredar solo un lado o el otro. Roger Ailes inventó algo brillante cuando se inventó Fox News. Hablaba a mucha gente, a pesar de que no tuvo escrúpulos en la forma en la que lo hizo, por su obvio desprecio por los hechos. Creo que es posible tener una visión conservadora del mundo sin vivir fuera de los hechos. Pero la tecnología cambió mucho esta ecuación.
P. A Joe Biden, por el contrario, le falta el carisma de Barack Obama o de Trump. ¿Cómo puede ganar a pesar de esto?
R. Obama fue una excepción. La mayoría de los políticos no tienen las habilidades que Obama tuvo, es muy inusual. Lyndon Johnson o Richard Nixon no las tenían. John Kennedy, obviamente, sí. Joe Biden tiene algo distinto, algo más. Y quizás es un buen momento para lo que él tiene. Uno de los grandes déficits de Trump es su falta de empatía. Es muy claro que a él nadie le importa una mierda. Nadie más que él mismo, y quizás algunas pocas personas. Es muy obvio. A la gente que él pretende amar también los desprecia. La idea de él como un líder de la clase trabajadora es absurda, en políticas públicas y en carácter. Pero es un demagogo fantástico.
La cualidad de Joe Biden quizás te parece cursi, y no intelectual, pero creo que cuando la gente lo escucha tiene la impresión de ver unas emociones muy genuinas. Ven sinceridad. Él habla de las tragedias que le han sucedido en su vida personal, la muerte de su esposa y su hijo pequeño hace muchos años, y luego la muerte de su hijo adulto más recientemente. Creo que la gente ve eso como algo genuino. Es el polo opuesto a la falta de empatía de Trump.
Ahora mismo, ¿por qué está ganando Biden? No es por razones económicas. Es porque la pandemia ha resaltado, no solo el terrible administrador que es Donald Trump, sino también que no le importa realmente la gente. Hoy se anunció que 200.000 estadounidenses han muerto. No creo que Donald Trump se inventara el virus, no es responsable de ello. Pero uno es juzgado por cómo responde a estas cuestiones, y ha respondido con inmenso cinismo e incompetencia. Hay mucha gente que ha muerto en otros países, pero Estados Unidos lo ha hecho mucho peor que otros lugares a pesar de los avances en medicina en este país.
P. Y a pesar de todo esto, Trump aún tiene el apoyo del Partido Republicano. Usted ha cubierto este partido durante varias décadas, ¿cómo ha cambiado en los últimos cuatro años?
R. Creo que ahí el cinismo está en la raíz. Desde los años treinta hemos visto, de forma muy general, dos periodos épicos en la historia de Estados Unidos. El periodo del New Deal, caracterizado por las políticas democráticas de Roosevelt, que va relacionado a Lyndon Johnson y la Ley por los Derechos Civiles. Luego viene la llegada de Ronald Reagan al poder, elegido en 1980, y él influye no solo en su partido sino también en los demócratas. Fue un presidente demócrata el que dijo “la era del Gran Gobierno se acabó”. Fue Bill Clinton. Algunas personas llaman a eso neoliberalismo. Hay críticos de Obama que dicen, aunque a mí no me parece justo, que algunas de sus políticas también están influenciadas por lo que dejó el reaganismo.
Ahora en el Partido Demócrata hay un debate entre Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders contra el lado más de centro. Pero lo que es horrible del Partido Republicano es que, adicionalmente de lo que uno pueda objetar ideológicamente, hay un componente de cinismo inmenso. El hecho, por ejemplo, de que alguien como [el senador republicano] Lindsey Graham, en 2016, durante la campaña, llamara a Trump fanático y xenófobo, pero ahora son mejores amigos y van a jugar al golf juntos. Y no es el único. [El senador republicano] Mitch McConnell quiere dos cosas en la vida, ideológicamente: bajar los impuestos, y más jueces de derecha en cualquier esquina de Estados Unidos. Yo no creo que le guste Donald Trump, pero lo ve como un idiota útil.
En el 2016, Mitch McConnell bloqueó la nominación de Barack Obama a la Corte Suprema de Merrick Garland, aunque este último fuera nominado ocho meses antes de las elecciones presidenciales. McConnell inventó que la razón era que ya había empezado la campaña presidencial. Lindsey Graham dijo que si eso volvía a pasar, mantendrían el mismo principio. Bueno, pura mierda. Lindsey Graham ahora busca cómo racionalizar lo contrario. El nivel de cinismo es difícil de entender. Y esto, en el mundo de la política, donde el cinismo es algo de todos los días. Así que lograr distinguirse por el alto nivel de cinismo en política es un “logro”.
P. Usted fue corresponsal en la Unión Soviética cuando implosionó. Ahora, fuera de Estados Unidos, se debate mucho si Trump implica el fin del poder hegemónico de este país, si va a implosionar también. ¿Qué opina de esos debates?
R. Rusia fue un país autoritario por miles de años, el comunismo fue un episodio de unos setenta años, y ahora es autoritario de nuevo. La ilusión que duró de 1989 hasta la mitad de los noventa, en la que Rusia iba a transformarse en una democracia constitucional, terminó.
Estados Unidos ha sido una democracia imperfecta desde que se fundó: estaba manchada, desde el principio, por eliminar a casi toda la población indígena, por la esclavitud, y luego por las leyes Jim Crow. Pero siempre ha habido también un Estados Unidos que está intentando alcanzar sus ideales democráticos, alcanzar una democracia constitucional, a pesar de todos sus defectos.
Lo que hemos visto, desde la noche de la elección en 2016, es una presión contra esa democracia imperfecta. Siempre hemos tenido presión, pero nunca de forma tan profunda y viniendo desde su comandante en jefe. Ese es el peligro ahora. En política exterior, por ejemplo, importa qué piensa el Secretario de Defensa o el Secretario de Estado, pero al final es una sola persona la que decide. Su poder es inmenso, y desafortunadamente también lo es su malevolencia e incompetencia. Ese es el drama. ¿Cuánto más de esta presión podemos aguantar?
P. Entonces, sí le preocupa que la reelección de Donald Trump sea una herida demasiado profunda para las instituciones democráticas de Estados Unidos
R. Por supuesto que me preocupa. El fiscal general ha demostrado que puede, de forma repetida, violar el sentido de lo que es la ley. Cuando lo oigo decir la palabra “sedición” para describir las protestas, que están protegidas bajo la primera enmienda de la Constitución, o cuando veo que el presidente describe a la prensa como enemigos del pueblo –que es una frase que usaron los jacobinos después de la Revolución francesa, y luego Stalin– pues, por supuesto que tengo una profunda preocupación.
Incluso si eligen a Biden, todavía tenemos por delante una crisis que hace que la pandemia se vea como un juego de niños. No hay una vacuna contra el cambio climático. El grado de transformación –económica, de política pública, de cooperación internacional– que se necesita en el tema del cambio climático, para que grandes partes del mundo no estén pronto en la ruina absoluta, es enorme. ¿Pero cómo puede eso avanzar si el presidente actual cree que el tema del cambio climático es una mentira de China? No se puede.
No creo que Estados Unidos sea el único país problemático en el mundo. La autocracia se ha tomado varios lugares en formas que nunca me hubiera imaginado. En 1989 fue la primera vez que se habló, seriamente, sobre cambio climático. Las democracias parecían florecer en muchas partes del mundo, en Europa del Este, en Europa central, en América Latina. Pero lo que un periodo muy corto de tiempo demostró es lo frágil que son estas cosas. Estados Unidos tiene la ventaja de llevar, en el juego de la democracia constitucional, más de dos siglos. Eso importa. Pero las cosas son frágiles, las instituciones son frágiles, y las publicaciones son frágiles.
P. A pesar de esos peligros para la democracia, la sociedad civil ha estado más despierta que nunca en estos últimos cuatro años: protestas en los aeropuertos por las nuevas políticas de migración o, más recientemente, las protestas de Black Lives Matter. ¿Qué rol juegan esos movimientos en este momento?
R. Creo que deberíamos dejarnos inspirar mucho por ellos. Lo que fue más alentador de las protestas de Black Lives Matter, que persisten a día de hoy, no fue solo la escala de las protestas. No fue solo una protesta en las calles de Washington, Minneapolis o Nueva York. Esto fue en todas partes, incluso en pueblos pequeños al norte de Nueva York, que muchas veces no tenían gente negra. También que las protestas fueron increíblemente diversas. Incluyeron gente blanca, negra, morena, asiática. Al final, lo que fue muy alentador, en las encuestas –aunque sabemos que debemos ser cuidadosos con las encuestas– es que mostraban que la mayoría de las personas en Estados Unidos, personas que nunca saldrían probablemente a las calles, estaban a favor de este movimiento. Eso es alentador.
Mira a una persona como Alexandria Ocasio-Cortez, que es una política talentosa y muy joven. Pero una persona con sus políticas no necesariamente va a ganar en cada distrito de este país. Ella es de Nueva York, y Nueva York está, generalmente, mucho más a la izquierda que un lugar como Kansas, o como el Missouri rural. Por eso ver un momento así, tan amplio, fue muy alentador.
Así que hay algo de esperanza a pesar de que acaba de fallecer Ruth Bader Ginsburg, que tenía 87 años. O [el activista y congresistas afro-americano] John Lewis, a quien yo conocía muy bien. Vivieron largas y buenas vidas. Podemos honrar su memoria, aprender de ellos, valorar lo que lograron.
No soy un hombre que reza, pero si hay una cosa que sé de la Biblia, es que el único pecado imperdonable es la desesperanza. Sé que la gente tiene ansiedad, que está baja de moral. Pero mucho de lo que he visto me da también mucha esperanza sobre la resistencia y el coraje de muchas personas, y la determinación no solo de que las cosas vuelvan a la normalidad, sino de que este país se sobrepase a sí mismo.
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