AfD estrecha lazos con EE UU, y con éxito: hoy es un peón clave para Trump en Europa
La extrema derecha alemana, líder en varios sondeos, abandona la marginalidad con el apoyo del nuevo documento estratégico de Washington
Había en Alemania un partido al que los demás consideraban apestado. Sus posiciones eran marginales y para muchos, antidemocráticas, manchadas por las ideologías totalitarias del siglo XX. La historia es alemana, pero ...
Había en Alemania un partido al que los demás consideraban apestado. Sus posiciones eran marginales y para muchos, antidemocráticas, manchadas por las ideologías totalitarias del siglo XX. La historia es alemana, pero sucede en otros países de Europa.
Ahora este partido, Alternativa para Alemania (AfD), lidera buena parte de los sondeos. Acaba de recibir el aval de Estados Unidos, el país que enseñó a los alemanes occidentales lo que era la democracia después de la caída de Hitler. Cree contar con el presidente Donald Trump para romper el cordón sanitario que le aísla en su país y combatir los organismos constitucionales que podrían llevar a su prohibición.
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional, el documento en el que las administraciones estadounidenses presentan su visión del mundo y sus prioridades, alerta sobre el riesgo de la que “desaparición” de lo que llama civilización europea. Acusa a los gobernantes de la UE de “subversión del proceso democrático”. Promete “cultivar, en el interior de las naciones europeas, la resistencia a la actual trayectoria de Europa”.
Esa “resistencia” la conforman, para Estados Unidos, partidos como Vox en España y el Reagrupamiento Nacional (RN) en Francia, o AfD en Alemania.
La extrema derecha alemana es un caso singular. Ya contó con el apoyo del magnate trumpista Elon Musk y el del vicepresidente J. D. Vance en la campaña para las elecciones generales del pasado febrero y se convirtió en la segunda fuerza parlamentaria. Es un partido más radical que el RN, hasta el punto de que los servicios de inteligencia alemanes han calificado a AfD de partido “extremista” y con postulados contrarios al orden democrático.
En Alemania, el partido natural del atlantismo —el que después de la II Guerra Mundial ancló en Occidente a la República Federal— era la democracia cristiana. Ya no.
El cultivo, por parte de AfD, de los lazos con el movimiento MAGA (acrónimo inglés del eslogan trumpista “hacer América grande de nuevo”) puede desconcertar. En la extrema derecha alemana coexistían corrientes prorrusas y antiestadounidenses, que hacían difícil imaginar esta íntima alianza con Washington.
Pero hoy el rival de Washington no es Moscú. Es Bruselas, las “élites” occidentales. Igual que, durante la Guerra Fría, los líderes comunistas peregrinaban a Moscú, ahora los cuadros de AfD visitan Washington y Nueva York, donde tejen contactos con la nueva élite política estadounidense.
“Hasta ahora, AfD se consideraba un partido extremista, fuera del espectro democrático”, explica la politóloga Paula Diehl. “Desde el momento en que EE UU lo apoya, automáticamente se vuelve aceptable socialmente”. Diehl, profesora en la Universidad Christian Albrecht de Kiel, usa una palabra alemana muy expresiva, salonfähig, que significa literalmente que se acepta su presencia en los salones de la sociedad.
Normalidad a través de la radicalidad
Otros, como el RN francés, han salido de la marginalidad suavizando sus posiciones. AfD se normaliza radicalizándose.
No en un salón, sino en su despacho del Bundestag, recibe a este diario Beatriz von Storch, vicepresidenta del grupo parlamentario de AfD y buena conocedora de EE UU. A finales de los años noventa, Von Storch hizo unas prácticas en Washington, con un congresista demócrata. El pasado enero asistió a la segunda investidura de Trump. Ella es uno de los contactos alemanes con el universo trumpista. En las paredes del despacho tiene enmarcadas frases de Juan Pablo II y Ronald Reagan, y cuelga una imagen del conde Claus Schenk von Stauffenberg, el militar que atentó contra Hitler en julio de 1944,
“Vemos la Estrategia de Seguridad Nacional como una oferta para la cooperación transatlántica en temas de libertad de opinión y migración”, dice Von Storch. Un punto común entre el movimiento MAGA y sus socios europeos es la denuncia de la supuesta limitación de la libertad de expresión. O la agitación del miedo a una Europa con mayoría musulmana. “No es sorprendente que, con su estrategia de seguridad, y AfD con su estrategia política, lleguemos a conclusiones parecidas”, añade la diputada, y al ser así, que mantengamos un diálogo”.
El problema, para AfD, es que se le acabe viendo no solo como un apéndice de Moscú, sino también de Washington: doblemente el estigma del partido del extranjero. La semana pasada, diputados de AfD viajaron a EE UU para participar en reuniones en Washington y después en una gala republicana en Nueva York. Según denunciaron otros partidos, el viaje se financió con dinero público. “Es más que preocupante que un grupo parlamentario aproveche la posibilidad de viajar al extranjero para agitar contra Alemania”, dijo al semanario Der Spiegel Alexander Hoffmann, del grupo conservador del canciller Friedrich Merz.
Lo significativo es que, hasta hace poco, las acusaciones contra la extrema derecha alemana eran por sus contactos con Rusia. La existencia de una corriente prorrusa y otra más proestadounidense provocaba tensiones internas. “Desde el momento en que EE UU ya no ve a Rusia como rival”, observa la politóloga Diehl, “las contradicciones se resuelven”.
“Estamos en un punto en el que Occidente se divide en dos campos, y tarde o temprano cada partido deberá elegir uno”, dice Von Storch, señalando, sin citarlos, a los democristianos de Merz, que imponen un cordón sanitario a la extrema derecha. “Nosotros estamos del lado de los que quieren mantener la soberanía de las democracias nacionales. Estamos a favor del Occidente cristiano, de nuestra cultura e identidad”.
Otro diputado de AfD, Maximilian Krah, propuso en las redes sociales una analogía histórica desconcertante. Según él, para Merz o la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la Estrategia de Seguridad Nacional es el equivalente a lo que la perestroika de Mijaíl Gorbachov fue en 1989 para Erich Honecker, el ortodoxo líder de la Alemania comunista. Como entonces, según esta analogía, la potencia tutelar —entonces la URSS, hoy EE UU— se desentiende de sus satélites y sus líderes, avasallados por la historia. “¡El final!“, celebró Krah. Entonces cayó el bloque soviético; hoy estaría cayendo el bloque liberal.
Pero el documento de Washington no tiene por qué significar la ruptura del vínculo transatlántico, según coincidieron hace unos días varios expertos —atlantistas, y preocupados por la deriva— en un coloquio del laboratorio de ideas DGAP (Sociedad alemana de relaciones exteriores). Lo que prevén es que la naturaleza de este vínculo se vaya a transformar.
“La cuestión es si será una alianza unida por valores democráticos y liberales, o si será una alianza unida por valores iliberales”, intervino Amanda Sloat, profesora de IE University en Madrid, y veterana de la Administración Biden. “Están esperando [en Washington] que el Reagrupamiento Nacional y otros partidos como AfD lleguen al poder, y tienen estrategias para ayudar a que esto suceda”, dijo Thomas Kleine-Brockhoff, de la DGAP. “Es lo que están haciendo”.