El verdadero peligro para Europa está dentro de sus fronteras
Los partidos ultraderechistas y la desunión representan mayores amenazas que Rusia y la política exterior de Donald Trump
Mary Beard explica en su maravilloso libro sobre el ...
Mary Beard explica en su maravilloso libro sobre el Partenón, tal vez el edificio más reconocible de Europa, que en realidad no se sabe para qué lo utilizaron los griegos: no se ha encontrado ningún documento que demuestre que fue un templo ni que aclare su uso cuando Atenas era el centro del mundo occidental en el siglo V antes de nuestra era. De hecho, la primera ceremonia religiosa de la que hay constancia fue una misa celebrada por un obispo bizantino en siglo XII. También fue una mezquita. La historia de Europa es siempre así: llena de giros inesperados y sorpresas. Y siempre se debe leer la letra pequeña.
En el mismo libro —El Partenón, traducción de Silvia Furió, Crítica, 2025—, Beard recuerda que fragmentos del famoso discurso fúnebre de Pericles, que Tucídides recoge (o se inventa, nunca lo sabremos) en el tomo II de su Historia de la guerra del Peloponeso, fueron reproducidos en los autobuses londinenses durante la Primera Guerra Mundial como símbolo de los valores que los soldados defendían en las enfangadas y mortíferas trincheras de Flandes. Palabras como “nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración de la república no está en pocos, sino en muchos” simbolizan unos valores que Europa se ha saltado muchas veces en muchos lugares; pero que, a la vez, encarnan sus aspiraciones y son el fundamento de la UE, actualmente el mayor espacio de libertad en el mundo.
Muchos de los partidos ultras que reivindican el mundo clásico y el cristianismo como las únicas herencias sobre las que se debe construir Europa —como si la Alhambra y la Mezquita de Córdoba las hubiesen construido los mismos marcianos que edificaron las pirámides de Egipto y el cero, el ajedrez y los sistemas de regadío hubiesen caído del cielo en la Edad Media— tienden a olvidar otro fragmento de aquel famoso discurso: “Nuestra ciudad está abierta a todo el mundo y en ningún caso recurrimos a expulsiones de extranjeros” (Traducción de Juan José Torres Esbarrancha para la edición de Gredos).
La defensa de la libertad frente a las amenazas externas —como la que ahora mismo representa Rusia, pero también Estados Unidos bajo la presidencia de Trump— es uno de los pilares de la UE, pero también, como recordaba ya Tucídides, la generosidad con los extranjeros. Europa, como Estados Unidos, se ha forjado a base de migraciones. Esa mezcla y esa diversidad es la que nos hace fuertes. Pero —y eso también forma parte de la historia europea— ha sido atacada por desgraciados brotes de xenofobia.
Las persecuciones que han sufrido los judíos durante siglos son la mayor prueba de ello, pero no la única: en otro gran libro de historia publicado este año, El renacimiento oscuro (Crítica, traducción de Yolanda Fontal), Stephen Greenblatt explica la fétida xenofobia contra los hugonotes, los protestantes que habían huido de Francia, que padecía Londres en el siglo XVI. “El objeto de antipatía más común era la pequeña comunidad de extranjeros residentes en Londres, los foráneos. Los refugiados solían ser personas pacíficas y trabajadoras, que pagaban obedientemente el impuesto especial gravado a los extranjeros”, explica Greenblatt en su biografía de Christopher Marlowe. En tiempos de crisis, los fanáticos siempre escogen los mismos objetivos. La historia se repite de una manera patética.
En el siglo XVI como ahora en el XXI, el peor enemigo de Europa estaba dentro de sus fronteras, no fuera de ellas. Por eso, la nueva estrategia de seguridad nacional de la Administración Trump asegura que “la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos es motivo de gran optimismo”. Saben que todos esos partidos ultras son la clave para que Europa emprenda un camino decidido hacia un abismo autoritario que ya conoció en los años treinta.
No es la primera vez que EE UU juega al “divide y vencerás” con la UE: la última gran crisis se produjo en 2003 durante la invasión de Irak, basada en mentiras y fabulaciones. La Administración de George W. Bush contó con el apoyo de los Gobiernos de Tony Blair en el Reino Unido y de José María Aznar en España —una complicidad que pagaron en las urnas, porque no escucharon a los ciudadanos—.
En la cumbre que se celebra el jueves y el viernes en Bruselas, Europa tiene una nueva oportunidad de perder una oportunidad, pero también puede demostrar que los valores sobre los que se funda Europa —la solidaridad, la generosidad con los extranjeros, la justicia, la defensa de los derechos humanos— importan y deben ser defendidos, por ejemplo, con el apoyo decidido a Ucrania. Tal vez no sepamos para qué se construyó el Partenón; pero sí que los principios que encarna son importantes y que son incompatibles con los que defienden Trump y sus funestos amigotes antidemocráticos.