Qué son los papeles de Epstein que Trump no quiere divulgar y cuánto material queda por salir
El Congreso votará la semana que viene para liberar los archivos inéditos del millonario pederasta. Los diputados confían en que sirvan para desenmarañar su red de tráfico sexual de menores y sus conexiones con el poder
Además de la terrible memoria de las centenares de víctimas de sus delitos, Jeffrey Epstein dejó a su muerte en 2019 ―un suicidio, según el forense― una ingente cantidad de material documental y un escándalo político y judicial que, más de seis años después, no cesa para el que una vez ...
Además de la terrible memoria de las centenares de víctimas de sus delitos, Jeffrey Epstein dejó a su muerte en 2019 ―un suicidio, según el forense― una ingente cantidad de material documental y un escándalo político y judicial que, más de seis años después, no cesa para el que una vez fue su amigo: Donald Trump.
El nombre del multimillonario pederasta también sobrevive en los sintagmas “los papeles de Epstein” y “la lista Epstein”, dos de esas expresiones que se emplean mucho pero se definen y acotan menos.
La primera se refiere a una suma de, entre otros, documentos procesales, correos electrónicos, registros bancarios, entradas de agendas diarias, transcripciones de comunicaciones y materiales personales que forman un archivo monumental cuya publicación exigen estos días los demócratas y un buen puñado de republicanos en la Cámara de Representantes. Está previsto que juntos voten en favor de su divulgación el próximo martes en el Congreso.
La segunda habla de una supuesta lista de nombres de amigos ricos y famosos que el turbio financiero llevaba presuntamente para dejar constancia, y tal vez con vistas al chantaje, de quienes participaban en la red de tráfico sexual que tejió con impunidad durante años y en la que quedaron atrapadas centenares de menores.
Las reclutaba a menudo con la ayuda de su expareja Ghislaine Maxwell, hoy condenada a 20 años de prisión, para que le dieran masajes a cambio de dinero que acababan en agresiones sexuales en sus muchas casas: de Palm Beach (Florida), a Nueva York, París, Ohio o Nuevo México. También, en sus dos jets o en sus islas privadas del Caribe, siniestros escenarios que los lugareños conocían como “las islas de los pedófilos”.
Allí montaba regularmente orgías, según los testigos, en compañía de hombres cuya identidad ha dado origen a teorías de la conspiración. Cada vez que, como esta semana, se conocen nuevos papeles, un variado muestrario de nombres sale a relucir en contextos dañinos para su reputación pero casi siempre no constitutivos de delito por sí solos.
Epstein era un hombre extraordinariamente bien conectado en la sociedad de Nueva York ―gracias a sus negocios y sobre todo al principio, a Maxwell, socialité británica con un proverbial don de gentes―, pero también en mundos tan dispares como la política, las finanzas o la ciencia. Salir en esos papeles no significa en principio ser culpable. De momento, junto a la conseguidora del pederasta, ha caído un gran nombre: el del entonces príncipe Andrés, al que derribaron la tenacidad y las evidencias de las acusaciones de la que tal vez sea la víctima más famosa, Virginia Giuffre, que se suicidó en abril tras un atropello en Australia, donde residía. En octubre, Carlos III despojó a su hermano de sus títulos.
El miércoles, el Congreso de Estados Unidos publicó unos 20.000 documentos ―correos electrónicos privados en su mayoría― que sirvieron para comprobar lo que ya le había dicho la fiscal general, Pam Bondi, a Trump: que su nombre está por todas partes en los papeles de Epstein. En este lote, sale mencionado centenares de veces, pero, sobre todo, dos: una en la que el financiero dice en 2011 que el entonces magnate inmobiliario “pasó horas” en su casa con una de las víctimas y otra, en la que en 2019 le cuenta a un periodista que Trump “sabía lo de las chicas”.
Esa remesa de documentos, como los últimos lotes en ver la luz, los están proporcionando al Comité de Supervisión de la Cámara, por orden judicial y a regañadientes, los herederos del financiero, que manejan la fortuna de 600 millones de dólares que este blindó antes de morir para, en un último golpe de sadismo, evitar que las víctimas pudieran ser indemnizadas. Los republicanos de ese comité los difundieron depositándolos sin filtrar en un repositorio digital que se antoja inagotable, pero es solo la punta del iceberg de los papeles de Epstein que obran en poder del Departamento de Justicia. ¿Cuánto material queda por conocer? He ahí otra de las incógnitas del caso.
Hace unos meses, Bondi declaró, en sentido figurado y con un orgullo que acabó convirtiéndose en una trampa para ella, que ese archivo inmanejable estaba encima de su mesa y que el departamento que dirige se encontraba investigándolo para su próxima difusión. En un comunicado firmado junto al director del FBI, Kash Patel, la fiscal general dijo en julio que ya no estaba en sus planes arrojar luz sobre un enigma que prometieron que resolverían en nombre del pueblo estadounidense. A nadie pasó por alto la ironía de que Patel fuera una de las personas que, como podcaster, más hizo por inflar las teorías de la conspiración en torno al caso.
La “primera fase” de la desclasificación
En febrero, Bondi ya se había metido en líos a cuenta del financiero con el anuncio de la “primera fase de la desclasificación de los papeles de Epstein”. Lo quiso hacer teatralmente, a través de un grupo de influencers de extrema derecha, abonados, como Patel, a las conspiranoias. Fueron a la Casa Blanca en busca de una carpeta de 341 páginas y se llevaron una decepción.
Un total de 118 páginas estaban repetidas, y casi todo el material ya se había conocido previamente, gracias a la publicación de partes de los sumarios de los juicios penales o demandas civiles contra Epstein y Maxwell. Entre ellas, había una versión muy censurada de la famosa “libreta negra” con contactos y una lista de siete páginas con nombres, en su mayor parte tachados, de “masajistas”.
Aquel lote también incluía un índice de tres páginas redactado por el FBI. Detallaba material aún por salir: 40 ordenadores y dispositivos electrónicos, 26 discos duros, más de 70 CD y seis grabadoras. El total, 300 gigabytes de datos, según el Departamento de Justicia. También, entre otras muchas cosas, listaba fotografías, registros de viaje, juguetes sexuales, nóminas de empleados, más de 17.000 dólares en efectivo, cinco camillas de masaje, planos de la isla de Epstein y de su casa en Manhattan, cuatro bustos de partes del cuerpo femenino, un par de botas vaqueras de mujer o un perro disecado.
Dar a conocer todo ese material significaría para Ro Khanna, representante demócrata por California, “deshacer la madeja de un misterio”. “No podemos seguir viviendo con la sospecha de que ese caso salpica a personajes influyentes de ambos partidos; porque esto no puede ser algo partidista“, declaró este viernes el diputado después de que Trump pidiera a Bondi que pusiera a un fiscal ―“y a los patriotas del FBI”― a investigar a demócratas cuyos nombres han sonado repetidamente asociados a la lista Epstein. El presidente citó a tres: el expresidente Bill Clinton, Larry Summers, exrector de Harvard, y el megadonante Reid Hoffman, además del banco en el que el financiero tuvo el dinero durante años: JP Morgan Chase.
Los materiales del juicio de 2015
En las sucesivas liberaciones a cuentagotas de archivos, Clinton es un habitual. Su nombre salía, por ejemplo, en la que ordenó en febrero de 2024 Loretta Preska, la jueza que se hizo cargo de la demanda por difamación que presentó en 2015 Giuffre contra Maxwell. Se soltaron en dos partes, y contienen materiales como una declaración de 179 páginas de otra víctima, Johanna Sjoberg, menciones no incriminatorias a personajes como Stephen Hawking o Michael Jackson o el atestado policial de Palm Beach (Florida) de 2005 de la primera detención del pedófilo, después de que una madre descubriera que un hombre rico del exclusivo vecindario había pagado a su hija de 14 años por mantener relaciones sexuales.
Aquello se resolvió con una condena en 2008 a 13 meses de prisión tras un polémico acuerdo con la Fiscalía, lo que le dio a quien en uno de los juicios fue definido como el “depredador sexual más peligroso de la historia de Estados Unidos” una década más para seguir actuando. Finalmente, lo detuvieron en 2019 en un aeropuerto para aviones privados de Nueva Jersey, y fue procesado por los mismos hechos del primer juicio, sucedidos entre 2002 y 2005.
En julio de este año, junto con el documento en el que Patel y Bondi decían que las autoridades no tienen pruebas de que Epstein chantajeara a figuras poderosas, que mantuviera una “lista de clientes” o que fuera asesinado, se publicaron dos vídeos, uno “mejorado” y el otro, en bruto, para probar que nadie entró en la celda de Epstein la noche en la que murió. Ambos ofrecen pocas diferencias entre sí de un mismo material: un plano cenital fijo de casi 11 horas en el que la cámara de seguridad enfoca la puerta de una celda que no abre ni cruza nadie. En ambos también se echa en falta un minuto, alrededor de la medianoche, y esa laguna hizo disparar nuevas sospechas.
Aquel anuncio de que la Administración de Trump se apeaba de sus planes de publicar los secretos sobre los que tanto habían hecho campaña provocó una revuelta en el mundo MAGA (Make America Great Again), un ambiente propicio para los bulos sobre Epstein. Para sofocarla, Trump ideó una pantomima: pedir la publicación de los materiales relativos a los procedimientos del gran jurado en los diferentes procesos. Los jueces encargados se negaron a participar en ese simulacro. Uno de ellos, con el siguiente argumento: “La presente petición parece solo una maniobra de distracción de la amplitud y el alcance de los archivos de Epstein que obran en poder del Gobierno”.
Los papeles del Comité de Supervisión
Tras esa decepción, el Comité de Supervisión de la Cámara se puso en marcha. De momento, sus miembros han tenido acceso a 33.000 documentos, muchos ya conocidos, que difundieron en agosto; a un libro que Maxwell armó con la ayuda de los amigos de Epstein (el presidente incluido, que aportó un procaz dibujo que asegura que es falso) para felicitarle por su 50 cumpleaños; y al testamento del pederasta.
También han publicado un puñado de páginas de sus agendas diarias, en las que salen nombrados Elon Musk, como posible viajero a su isla, Peter Thiel, fundador de PayPal y estrecho aliado del vicepresidente J. D. Vance, que comió con Epstein en 2017, y el ideólogo trumpista Steve Bannon, que desayunó con él dos años después. De nuevo, esas revelaciones no sirven por sí solas para otra cosa que para probar las robustas y tupidas conexiones del financiero con el poder.
La biblioteca del horror
A todos esos materiales hay que añadir las miles de páginas de la creciente biblioteca sobre el caso, que incluye libros de supervivientes, abogados o agentes de la ley, trabajos de investigación de periodistas esenciales a la hora de destapar los delitos de Epstein y biografías sobre Maxwell o el expríncipe Andrés.
Lo último en sumarse a la lista son las memorias póstumas de Giuffre, publicadas en octubre. En ellas, escribe: “A pesar de todo lo que se ha hecho para denunciar los crímenes de Epstein y Maxwell, se necesitan más acciones. Porque algunos todavía creen que Epstein fue una anomalía, un caso aislado. Y se equivocan. (...) [Tampoco] se dejen engañar por quienes, dentro del círculo de Epstein, dicen que no sabían lo que hacía. Epstein no solo no ocultó lo que sucedía, sino que disfrutaba provocando que la gente lo viera. Y la gente lo vio: científicos, recaudadores de fondos de la Ivy League y otras instituciones prestigiosas, magnates de la industria. Lo vieron y no les importó”.
Solo la difusión de los papeles aún inéditos que Trump lleva meses bloqueando servirá para probar si esas palabras de Giuffre se traducen en nuevas condenas. Tal vez de esos documentos emerja también, seis años después, la imagen completa de la telaraña de abusos sexuales y relaciones de poder de Epstein.