Finlandia se acoraza frente al vecino ruso
Dos años después de su entrada acelerada en la OTAN, el país nórdico ahonda en su estrategia de defensa para conjurar una amenaza que nunca ha llegado a sacudirse del todo
Desde el puente de mando de la gigantesca patrullera Turva, Mikko Simola, el comandante al frente de la Guardia Costera que vela por la seguridad del golfo de Finlandia, apunta con el dedo —casi como un acto reflejo— hacia el este, hacia la única lengua de mar que, tras atravesar Helsinki y Tallin, desemboca en la ciudad rusa de San Petersburgo.
En esa zona, Simola y sus chicos llevan tres años viendo pasar por delante de sus ojos —y de sus radares— buques de guerra rusos. “Su presencia es mucho mayor”, constata. También lo es la de los llamados ...
Desde el puente de mando de la gigantesca patrullera Turva, Mikko Simola, el comandante al frente de la Guardia Costera que vela por la seguridad del golfo de Finlandia, apunta con el dedo —casi como un acto reflejo— hacia el este, hacia la única lengua de mar que, tras atravesar Helsinki y Tallin, desemboca en la ciudad rusa de San Petersburgo.
En esa zona, Simola y sus chicos llevan tres años viendo pasar por delante de sus ojos —y de sus radares— buques de guerra rusos. “Su presencia es mucho mayor”, constata. También lo es la de los llamados petroleros en la sombra, la vieja flota que el Kremlin utiliza para esquivar las sanciones occidentales y cuyo trasiego continúa —ajeno a esas cortapisas— a razón de “entre 30 y 50 por semana”.
En los casi cuatro años transcurridos desde los primeros bombardeos rusos sobre Ucrania, Simola ha visto de todo. La propia Turva, a su mando, interceptó la pasada Navidad uno de esos petroleros de la flota en la sombra, el Eagle S, acusado de romper un cable submarino de electricidad y cuatro de datos. Él intuye que no será la última vez que ocurra: pase lo que pase en Ucrania, el Kremlin nunca dejará de utilizar esta vía de agua clave.
Sin ser uno de los países directamente afectados por los enjambres de drones y ciberataques, que en las últimas semanas han puesto en jaque a prácticamente todos sus vecinos del norte y del este de la UE, Finlandia y sus casi seis millones de habitantes atraviesan un momento crítico. Un temor fundado en su propia historia y en un hecho objetivo: su linde con Rusia es, por mucho, la mayor de todo el Viejo Continente.
“Nosotros, junto con los bálticos y Polonia, estamos defendiendo a toda Europa. Es aquí donde necesitamos la solidaridad en aras de la seguridad [común]. Esto es algo que se debe entender en el resto de Europa”, defendía el viernes de la semana pasada el primer ministro finlandés, Petteri Orpo, durante la visita del comisario europeo de Defensa, Andrius Kubilius. “Si algo hemos aprendido es que con Rusia nada es imposible”, agregaba el martes el presidente, Alexander Stubb, en un encuentro con EL PAÍS y un pequeño grupo de medios europeos.
El miedo está ahí, latente pero evidente. La frontera terrestre de Finlandia con Rusia es la mayor de todos los Estados miembros: 1.300 kilómetros, el triple que la del gigante euroasiático con Estonia, el país que le va a la zaga. El suyo es, además, un pasado compartido con Rusia, de cuyo imperio formó parte hasta 1917 y con quien, hasta febrero de 2022, optó por mantener una actitud a caballo entre el diálogo y el apaciguamiento. Con más de lo segundo que de lo primero: lleva años, décadas, sufriendo en primera persona las mismas violaciones del espacio aéreo que ahora afectan a otros países del norte y el este de Europa. Pero los tiempos han cambiado: la invasión de Ucrania es vista como algo más que un aviso a navegantes.
Frente a la amenaza, Helsinki dio en 2023 un paso casi inimaginable: dejaba atrás su histórica neutralidad y decidía entrar en la OTAN. Se cobijaba, así, bajo un potente paraguas militar frente a un vecino del este cada vez más imprevisible y prácticamente duplicaba, de un plumazo, la longitud de la frontera de la Alianza con Rusia.
La adhesión a la Alianza Atlántica, casi anatema hasta poco antes, tuvo un apoyo del 70% de la población, según las encuestas. Y se mantiene prácticamente estable desde entonces, según Teemu Tallberg, profesor de Sociología Militar de la Academia Militar de Santahamina. Aporta un dato adicional: en las últimas encuestas, más de ocho de cada diez finlandeses dice que, si el país fuese atacado, tomarían las armas para defenderse. “Incluso si el resultado final de la contienda fuese incierto”, apostilla.
La razón detrás de ese respaldo social es meridiana: tras más de ocho décadas sin sentir el aliento de Moscú en la nuca —desde la Guerra de Invierno, cuando las tropas soviéticas invadieron el país nórdico, en un episodio en el que algunos creen ver paralelismos con la situación actual en Ucrania—, la zozobra ha vuelto a escena.
Las razones saltan a la vista. En mayo, varias imágenes satelitales confirmaban el despliegue de miles de militares rusos al otro lado de la frontera. Quizá para replegar —cuando se alcance la paz— a las tropas hoy desplegadas en Ucrania, quizá con otros objetivos. Unas maniobras que, en todo caso, el jefe de estrategia del ejército finlandés, Sami Nurmi, llamó a “seguir muy de cerca”. Su trabajo, decía en una expresión que se repite en la decena larga de fuentes oficiales consultadas por EL PAÍS, es “estar preparado para lo peor”. Sus últimos cálculos apuntan a que el número de soldados rusos destacados al otro lado de la frontera es hoy entre el doble y el triple que antes de la invasión de Ucrania.
Refugios y mili
Las autoridades finlandesas llevan décadas obsesionadas con una palabra: resiliencia. La versión moderna —y ligeramente aderezada— de la resistencia de toda la vida. Se preparan, en fin, para un escenario de emergencia que por fortuna aún no se ha dado. Solo así puede explicarse que el país tenga —atención— un refugio listo para todos los finlandeses: 50.000 albergues en total, en su mayoría subterráneos, con lo necesario para cubrir, al menos, las primeras 72 horas de una hipotética invasión, las más críticas.
“Rusia siempre ha estado ahí y, aunque la probabilidad de una guerra sigue siendo baja, es mucho mayor que en 2022”. Quien habla es Tomi Rask, oficial de emergencias de Helsinki. Lo hace desde las entrañas de uno de estos refugios, en pleno centro de la ciudad y cinco pisos bajo tierra y bajo un entramado de escaleras metálicas. Rodeado de roca casi por los cuatro costados —bien podría ser una mina—, sus palabras resuenan con un eco especial: “Cuando vino a visitarnos una delegación ucrania, nos dio una recomendación: estad preparados”. En buena medida, ya lo estaban: empezaron décadas atrás, en plena Guerra Fría.
El segundo pilar de la estrategia de seguridad finlandesa —que se precia de ser la más avanzada de los Veintisiete— es el servicio militar. Nunca dejó de ser obligatorio para los hombres, una rareza en el entorno comunitario pero que, en los últimos tiempos, no ha dejado de ganar tracción en el resto de Europa.
El escaso número de efectivos profesionales —poco más de 20.000, frente al millón largo de Rusia— se compensa en gran medida con jóvenes que, tras medio año de entrenamiento en los cuarteles, pasan a la reserva de por vida. Suman, así, otros 230.000 efectivos listos para ser activados si las cosas se ponen feas. Un millón si se añade a quienes han recibido algún tipo de adiestramiento militar, a veces de unos pocos días o semanas.
“Ojalá nunca ocurra, pero tenemos que estar preparados para todo“, reconoce Holmström, un joven recluta de poco más de 20 años que hace el servicio militar en la isla Santahamina, a un paso de Helsinki. Apoya en el suelo el rifle de prácticas, a la sombra de las enormes coníferas que configuran uno de los paisajes más clásicos de este rincón septentrional de Europa. Pasará aquí casi un año, como ”el 90%" de sus amigos de la escuela que han optado por el servicio militar y no por el civil, la otra opción posible.
Frontera cerrada
Casi todas las miradas se dirigen, sin embargo, a unos 200 kilómetros al este, a la frontera física con Rusia. Allí, el Gobierno finlandés trabaja desde hace un par de años en la construcción de una valla que cubrirá la séptima parte de la linde. Sus 4,5 metros de altura no impedirán, claro, indeseadas intromisiones aéreas, una novedad en Polonia o Rumania pero una incómoda realidad aquí desde hace años. Sí aspira, sin embargo, a frenar el paso de migrantes procedentes de terceros países (como Siria o Somalia), que se disparó en el verano de 2023 y del que Helsinki acusa directamente a Moscú.
Las consecuencias económicas del cerrojazo fronterizo son evidentes, sobre todo en dos planos. En el micro, porque con los pasos entre ambos países cerrados hasta nueva orden las localidades fronterizas son las que están llevándose el mayor golpe, con cuantiosas pérdidas económicas y una tasa de paro que no para de crecer: vivían del dinero que dejaban quienes pasaban de un lado a otro, y nadie volverá a franquear esos límites en mucho tiempo.
En el macro, porque tras ese cerrojazo prácticamente todas las importaciones finlandesas —que son muchas— tienen el mar como única vía de entrada. Ha nacido, como quien dice, una isla comercial en el extremo norte de Europa.
Cañones o mantequilla
En menos de un lustro, Finlandia prácticamente ha duplicado su gasto en defensa: del 1,4% del PIB de 2021 al 2,8% previsto para este año. Lejos aún del exigente objetivo del 5% fijado por la OTAN para 2035, pero ya por encima de la media de la Alianza a pesar de sus recientes estrecheces económicas y su sempiterna inclinación por la austeridad fiscal. El peso de la inversión en equipamiento es, además, el tercero más alto de los países aliados, lo que le ha valido el aplauso de la organización. A costa, eso sí, del gasto social.
“Los presupuestos son un juego de suma cero: si aumentas el gasto en defensa, tienes que bajarlo en otras partidas“, reconoce Stubb en conversación con este diario. La célebre dicotomía: cañones o mantequilla. Bandera de la austeridad —para el resto, eso sí— desde tiempos inmemoriales, Finlandia empieza a aplicarse el librillo a sí mismo. Con consecuencias que empiezan a intuirse ya: el descontento crece y el paro está desbocado: alcanza el 10%, a un paso de superar a España. Y la actual coalición conservadora sufre revés tras revés en las encuestas. Pero todo sea, concluyen las autoridades, por la tranquilidad de los casi seis millones de finlandeses que viven bajo la afilada daga rusa.