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El significado geopolítico de dos años de violencia israelí impune

La crisis de Gaza ha producido temblores en varios frentes, alterando cálculos estratégicos en la región y sacudiendo el orden internacional

La franja de Gaza tiene una extensión equivalente a la del término municipal español de Orihuela. A pesar de su tamaño diminuto, la tragedia ocurrida ahí en los últimos dos años ha producido consecuencias a escala planetaria.

En el primer plano, ineludible, se yergue el sufrimiento de los civiles. Pero el ataque de Hamás del 7 de octubre d...

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La franja de Gaza tiene una extensión equivalente a la del término municipal español de Orihuela. A pesar de su tamaño diminuto, la tragedia ocurrida ahí en los últimos dos años ha producido consecuencias a escala planetaria.

En el primer plano, ineludible, se yergue el sufrimiento de los civiles. Pero el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la respuesta israelí han detonado un auténtico temblor en el plano geopolítico, en la región, y más allá.

A punto de cumplirse el segundo aniversario de la crisis, se acumulan las señales de que la misma está entrando en una fase diferente con el llamado plan de paz de Donald Trump. Un grave error de cálculo geopolítico de Netanyahu ha precipitado el viraje. Su fallido ataque contra negociadores de Hamás en Qatar a principios de septiembre ha desatado la ira de los países de la región y la exasperación del propio Trump, que a partir de ahí modificó su posición, aceptando algunos de los requerimientos de los árabes e incrementando la presión sobre el líder israelí para que aceptara un plan que implica parar la acción militar, que no admite limpieza étnica, ocupación o anexión, y menciona la perspectiva de los dos Estados. Los europeos también se han alineado detrás del plan.

La iniciativa no contiene garantías reales para que los derechos de los palestinos se vean satisfechos. Pero encarna una presión sustancial y un freno con elementos insatisfactorios para Netanyahu después de dos años en los cuales no tuvo que afrontar ningún requerimiento significativo. El tiempo dirá en qué quedará la iniciativa diplomática. A continuación, una radiografía del significado geopolítico de lo ocurrido hasta ahora.

El Eje de resistencia

La primera evidencia es la derrota del conocido como Eje de resistencia, el frente capitaneado por Irán y que incluye —o incluía— actores afines como Hezbolá en el Líbano, el régimen de Bachar el Asad en Siria, milicias chiíes en Irak, los hutíes en Yemen o el propio Hamás.

El Gobierno de Netanyahu ha aprovechado la agitación para golpear a sus enemigos regionales, demostrando una arrolladora superioridad militar —gracias al respaldo de EE UU— que le ha permitido descabezar a Hezbolá o dejar en evidencia la inferioridad de Teherán. Asimismo, aprovechando la coyuntura turbulenta, los rebeldes sirios lanzaron una ofensiva relámpago que hizo caer a El Asad, dejando en evidencia la incapacidad de sus aliados —Irán y Rusia— de sostenerle en el poder. Ahora, Hamás está mostrando disposición a aceptar —con algunos peros— un ultimátum que se parece mucho a una capitulación.

El éxito militar, la demostración de superioridad, es rotundo. No obstante, ello no equivale a una victoria política duradera.

Los regímenes suníes

Más allá del golpe al Eje de resistencia, un segundo círculo de consecuencias es el que concierne a los regímenes autoritarios árabes suníes. Para estos, los dos años de violencia desatada israelí han sido un periodo de grave dificultad y de reconfiguración de los cálculos.

La masacre de civiles en Gaza ha convertido en insostenible el proyecto de normalización de relaciones de estos países con Israel iniciado con los acuerdos de Abraham de 2020, hacia el final del primer mandato de Trump.

Esta normalización convenía a los intereses de Arabia Saudí y otros tanto para consolidar un frente geopolítico anti-iraní como para asentar condiciones de estabilidad regional favorables para la transición económica, desde el monocultivo energético a un sistema más diversificado, en el cual tenía un papel el corredor económico desde la India hasta el Mediterráneo. La brutalidad israelí y el rechazo de las sociedades civiles árabes han complicado extremadamente la realización de ese proyecto y está por ver si y cuándo, incluso de arraigar la iniciativa diplomática que frena la violencia, los regímenes árabes sentirán que pueden reanudar el camino de la normalización pese a la indignación con Israel de sus ciudadanos.

Pero, además, lo ocurrido tiene serias consecuencias de carácter militar y geopolítico. El ataque israelí contra objetivos en Qatar, la constatación de la brutalidad sin límites de Netanyahu, de su disposición a cruzar líneas rojas en toda la región para su mero interés personal y político disponiendo de arsenal nuclear y con el consentimiento de EE UU, han generado una profunda revisión de los cálculos estratégicos.

El emblema de ello es el acuerdo de Arabia Saudí con Pakistán como para que este último extienda sobre el Reino del Desierto su paraguas nuclear, un pacto explicitado un par de semanas después del ataque en Qatar. Es solo el símbolo más evidente de una reconfiguración más amplia, con diversificación de compras de armamento —por ejemplo, la adquisición de Eurofighters por parte de Qatar o el interés por aviones surcoreanos por parte de Emiratos Árabes Unidos— y otras medidas.

La centralidad de EE UU

Los equilibrios de poder mundial se están alterando a pasos acelerados. China ha ganado mucha fuerza en las últimas décadas y ahora es en muchos sentidos un rival temible para EE UU. Pero la crisis en Gaza y Oriente Próximo ha demostrado la persistente centralidad de Washington.

Esta era obvia por su condición de valedor de Israel, país al cual suministra desde hace décadas la ayuda militar que le permite actuar como actúa. Pero se ha manifestado también en otros sentidos, siendo sin duda su peso un factor relevante en la tibieza de países árabes y europeos a la hora de oponerse a Israel —y a la hora de secundar una iniciativa diplomática muy discutible—.

EEUU, pese a signos de declive y a un liderazgo actual muy denostado en gran parte del mundo, retiene activos militares, tecnológicos y económico que le hacen temible y, por esa vía, influyente y respetado en modo muy significativo. Los ejemplos abundan, entre ellos, la aparente disposición de Pakistán —estrecho socio de China— a ofrecer opciones para la construcción de un puerto en su territorio gestionado por capital estadounidense, del cual ha informado el diario Financial Times.

La vergüenza de Europa

Nadie podía esperar que Europa tuviera ningún papel decisivo en estas vicisitudes. La UE es una estructura sustancialmente desdentada en este contexto, y las divergencias políticas entre sus miembros son grandes. No obstante, su inacción incluso en los ámbitos que estaban a su alcance —como la tempestiva suspensión del acuerdo especial con Israel— ha generado una fuerte ola de indignación en gran parte del Sur Global, que le reprocha hipocresía y doble rasero.

Este sentimiento no es portador de consecuencias geopolíticas inmediatas y tangibles, pero es sin duda un ingrediente de fondo que complica la proyección de los europeos en el mundo, en distintos ejes de interés, bien sea para granjear apoyos en defensa de Ucrania y contra Rusia, bien sea en la construcción de cooperaciones en un nuevo marco en el que a la UE le interesa tener socios en la defensa de un orden multilateral basado en reglas que está bajo asalto por parte de grandes potencias.

El odio y el desprecio

Otro elemento de impacto difícilmente medible —pero no por ello menos real— es el odio y el desprecio que la acción de Israel con el respaldo de EE UU han generado. La semilla de la venganza está plantada de la forma más brutal en el corazón de tantos palestinos. El desprecio hacia Israel es amplísimo en el mundo. La actuación de Washington —tanto con Biden como Trump— quedará impresa en la mente de muchos en el mundo.

La realidad de un mundo completamente a la deriva hacia un estado próximo a la ley de la jungla inhibe, en muchos, reacciones que exponen al riesgo de represalias por parte de actores poderosos, y además el cálculo de los intereses casi siempre se impone a las decisiones de principios, pero todo ello no equivale a decir que lo ocurrido en estos dos años sea indiferente. El desgaste moral de los dos actores —el primero como perpetrador, el segundo como cómplice necesario— es fortísimo.

La justicia

Nada podrá reparar el sufrimiento infligido a los civiles. Pero la capacidad de la justicia internacional de pronunciarse sobre lo ocurrido puede tener un valor crucial. En este plano también, estos dos años han supuesto una sacudida. Estados Unidos ha llegado a imponer sanciones a jueces y fiscales del Tribunal Penal Internacional por su papel en investigar a las autoridades israelíes. Pero, además, países europeos firmantes del Tratado de Roma han afirmado o dejado entender que no cumplirían con el mandato de arresto contra Netanyahu. Gaza es un elemento clave del asalto al orden internacional basado en reglas en muchos sentidos.

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