Trump o la derecha reptiliana
El candidato republicano ha cancelado la derecha clásica y proclamado otra programada para sobrevivir y ganar en la permanente guerra cultural
La apoteosis de Trump es el triunfo de la voluntad de una derecha reptiliana que ha ejecutado ritualmente a la derecha mamífera que encarnó el centenario paquidermo republicano. Adiós al GOP (Grand Old Party). Algo aclamado por las multitudes en Milwaukee al hacer a Trump el nuevo César.
Una decisión que ha llevado al candidato a blandir el cetro de la motosierra ideológica de la derecha alternativa para despedazar al viejo ele...
La apoteosis de Trump es el triunfo de la voluntad de una derecha reptiliana que ha ejecutado ritualmente a la derecha mamífera que encarnó el centenario paquidermo republicano. Adiós al GOP (Grand Old Party). Algo aclamado por las multitudes en Milwaukee al hacer a Trump el nuevo César.
Una decisión que ha llevado al candidato a blandir el cetro de la motosierra ideológica de la derecha alternativa para despedazar al viejo elefante conservador. Una secuencia a cámara lenta en su discurso presidencial. En él, Trump ha cogido los trozos del gigantesco mamífero del pasado, para arrojarlos a los caimanes del MAGA (Make America Great Again). Con este festín a dentelladas, Trump ha cancelado la derecha clásica y proclamado otra que, como el cerebro reptiliano, está programada instintivamente para sobrevivir y ganar en la permanente guerra cultural que promete como castigo para sus enemigos si llega a la Casa Blanca.
La trascendencia del fenómeno se verá con el tiempo si no hay un milagro como en la segunda vuelta de las legislativas francesas. Algo que tendría que acontecer el 19 de agosto en la convención demócrata con la renuncia de Biden. Con todo, no sabemos si este giro de guion será suficiente para impedir la victoria de Trump. La tendencia de fondo es muy poderosa. A ella se suma el seísmo ideológico de Milwaukee, que opera como una poderosa bomba de racimo intuitiva que destruye la racionalidad liberal que legitima la democracia para mostrarla como un artificio caduco, intelectualoide, elitista, anti-intuitivo e ineficiente. Con su denuncia quiere atraer a la mayoría al orden y la seguridad de un liderazgo que emule a Washington para combatir a los chinos, expulsar a los migrantes sin papeles e impedir que la clase media blanca se proletarice.
La fortaleza de Trump está en ofrecer una democracia autoritaria a la que sobra la pesada carga formal del liberalismo. Quiere gobernar desde un ecosistema de alertas basado en la inmediatez de la intuición, el malestar emocional y la nostalgia del mando. Una política de supervivencia que no explique, sino que convenza; que fanatice y no dude; que decida y no delibere porque está en juego la supervivencia de Estados Unidos y la conservación de su espacio de hegemonía global. Para ello, Trump combatirá los miedos de la base electoral de la que es portavoz y gurú: el MAGA. Una confluencia sociológica que aglutina las clases medias blancas, cristianas, profesionales y trabajadoras del país. Principalmente del Medio Oeste y, más en concreto, del cinturón del óxido que cose ambas costas.
Una plataforma que actúa como el corazón que bombea la mentira a través de las redes y a la que ha mostrado a su heredero Vance como uno de ellos. Alguien que tuvo la decencia de caerse del caballo del viejo GOP para ser el delfín del MAGA.
¿Qué les ha dicho? Que es el líder indiscutido de las clases medias blancas. Que luchará para revertir los miedos que surgen de ganar cada vez menos y perder más y más influencia sin obtener nada a cambio, mientras padecen una hostilidad creciente del resto por haber sido en el pasado la base social que hizo grande a América.
Por eso, estorbaba el conservadurismo del GOP y había que acabar con él. Porque la guerra cultural no era contra la izquierda. Esta fue la excusa para hacer la guerra a la derecha que se vestía de centro al pactar consensos con una izquierda que hacía lo mismo desde el otro lado.
La guerra cultural ha sido la motosierra reptiliana que ha cortado la cabeza del mamífero que pensaba en la importancia de preservar la unidad de la nación y los consensos que trajeron la paz social desde Lincoln. Por eso, la derecha que encarna Trump no es compasiva. Tampoco cuida la unidad protegiendo a los desfavorecidos o corrigiendo la desigualdad. No es educada y menos aún tolerante para conversar. Quiere trabajar para que mande una minoría mayoritaria que desea bronca y ajuste de cuentas. Y para eso lo mejor es imitar al caimán y no al elefante. Ser reptil y no mamífero.
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