Crónica de cierre de unas elecciones gigantes desde la sagrada Benarés, el gran feudo de Modi
El primer ministro indio se juega su asiento parlamentario en la ciudad a orillas del Ganges. Las primeras encuestas a pie de urna dan a su partido una gran ventaja para seguir al frente del gobierno de la India
Benarés, la ciudad sagrada de la India, amanecía este sábado azotada por el enésimo día de ola de calor. Un bochorno inclemente envolvía la última jornada del mayor proceso electoral del planeta, un gigantesco acto de democracia que arrancó seis semanas atrás. Uno suda sin quererlo, incluso a cubierto y bajo los ventiladores, solo con respirar, de modo que los ciudadanos acuden a las urnas como recién salidos de una piscina, ...
Benarés, la ciudad sagrada de la India, amanecía este sábado azotada por el enésimo día de ola de calor. Un bochorno inclemente envolvía la última jornada del mayor proceso electoral del planeta, un gigantesco acto de democracia que arrancó seis semanas atrás. Uno suda sin quererlo, incluso a cubierto y bajo los ventiladores, solo con respirar, de modo que los ciudadanos acuden a las urnas como recién salidos de una piscina, los hilos de sudor resbalan por el rostro; llevan las camisas y los saris empapados; los policías, a la puerta de los colegios electorales, manchan de humedad sus uniformes color caqui, mientras se ventilan con la boina. Es 1 de junio y en esta circunscripción a orillas del Ganges, el río santo del hinduismo, el primer ministro Narendra Modi se juega su asiento en la Lok Sabha, la Cámara baja del Parlamento, que será la encargada de investir al Gobierno. En realidad, su victoria en Benarés está casi fuera de toda duda: los electores solo debaten aquí el margen de su dominio; si arrasará, como ya hizo en 2019, con casi medio millón de papeletas sobre su rival; o si la oposición logrará arañar algo.
En Nadesar, una ruidosa intersección atestada de rickshaws y bocinazos, dos puestos de atención al público de los principales partidos contendientes funcionan casi a modo de barómetro electoral. Uno es de la agrupación de Modi, el Bharatiya Janata Party (BJP, Partido Popular Indio); otro, del opositor Partido del Congreso (PdC), que lidera una coalición bautizada con el acrónimo India. Los tenderetes están a 20 metros el uno del otro, les separa un abismo de autoestima.
El del BJP, decorado con globos, bulle de gente, todos sonríen, lanzan cánticos cuando aparece una reportera extranjera con una cámara; uno de los militantes locales, Ratan Narayan Singh, de 52 años, da un parte de la situación: “Ya ha votado en torno al 50% del censo; esta vez Modi ganará por un millón de votos”. Otro de los militantes, miembro activo de Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), una organización extremista vinculada al BJP, da órdenes a un tercero para que vaya a llamar puerta a puerta y convenza a la gente a ir a votar por Modi, una práctica de dudosa legalidad. No le ven tachas a los 10 años de su Gobierno. Si uno les pregunta por la economía: “Ha tenido un repunte”. Las críticas de la oposición: “Son bulos”. Son de un nacionalismo fervoroso. En uno de los palos que sujeta el dosel que les cobija del sol han colgado un póster de Modi rezando en el polémico templo de Ram, inaugurado por el primer ministro en enero, y uno de los símbolos de su poder electoral. Narayan Singh considera a Modi, más que un líder, “un sacerdote”.
Los votantes acuden al puesto a consultar dudas, les ayudan a preparar el documento del censo electoral, y a identificar el botón que han de pulsar en la máquina de votación electrónica: Modi es el número 3. Les entregan también un panfleto en el que el líder se dirige al votante: “Solo con vuestro inmenso amor y vuestras bendiciones podré cumplir todos los propósitos con los que sueña todo compatriota”.
En el tenderete del PdC, el estado de ánimo es átono. Los voluntarios se funden al sol, el dosel apenas proporciona sombra, reciben escasos votantes y no tienen ni agua. La falta de medios refleja el bloqueo de las cuentas del partido por un supuesto caso de impago de impuestos, protesta uno de los presentes, cubierto de gotitas de sudor. Esta ha sido una de las denuncias de sus líderes durante la campaña: el presunto uso partidista de los órganos del Estado por parte del BJP para laminar la oposición. En el puesto han recibido en la primera mitad del día unas 250 quejas de vecinos, en su mayoría musulmanes, a los que se ha denegado el derecho a votar al no figurar en las listas del censo. Sospechan que podría tratarse de un caso de manipulación, aunque no aportan pruebas. “El desempleo es muy alto”, protesta una votante. Reclama un “cambio en las instituciones”. Mohammed Faizzuddin Khan, un abogado de 32 años simpatizante del PdC, lamenta la precariedad en el mercado laboral: “No hay estabilidad”.
Cada colegio electoral, según el barrio, tiene su personalidad propia. La entrada del Cutting Memorial Intermediate College (”institución de la minoría católica establecida en 1841″, según el rótulo de la entrada) ha sido engalanada con globos y afiches de un jugador de cricket y un actor de Bollywood famosos que animan a votar; a la puerta hay un photocall donde los indios posan sonrientes alzando el dedo manchado de tinta azul que los identifica como ciudadanos que ya han ejercido su derecho al voto. “Votante orgulloso”, dice el decorado de cartón. Allí conversan Rahul Chaudhary, de 30 años, con un negocio de lavandería para hoteles, y Mohammed Nadeen, de 34 años, dueño de un café. El primero ha votado al BJP; el segundo al PdC. No están de acuerdo en casi nada, pero son amigos desde hace años. El del BJP loa el “progreso” de la ciudad, la “grandeza” de Modi, el “respeto” que se ha ganado la India en la escena internacional; el otro, que es musulmán, replica que los discursos del primer ministro son cada vez más “tendenciosos”. Esa política divisiva, añade, tiene consecuencias: su café va cada vez peor porque ha descendido la clientela hindú. “Yo aún voy”, subraya su amigo.
En la Universidad de Sánscrito, donde hay otra estación electoral, un motorista con una bandana de color azafrán —el tono del hinduismo y del BJP— enrollada en la cabeza irrumpe en la escena al grito de: “¡¿Has votado a Modi?!”. Se llama Vipin Mausam Seth, tiene 35 años. Él y su grupo de amigos motorizados se presentan como “Modi lovers”. Seth, vendedor en una tiendita de té, no considera al primer ministro un dios, pero sí cree que tiene conexión “directa” con la divinidad. Da un ejemplo: Modi, que desde que concluyó la campaña ha estado meditando en Kanniyakumari, una localidad sagrada, ha logrado que el clima sea “placentero” esta jornada electoral. Parece una guasa; la temperatura, en ese momento, ronda los 44 grados. “Ayer no te podías ni poner en pie”, replica Seth. Se despide: “¡Gloria al dios Ram!”.
Al lado, un grupo de funcionarias electorales se refugian bajo un árbol, a los pies de una estatua dedicada a Sidhartha Gautama. Se quejan de la falta de medios: están en la calle, sin mesas ni agua ni ventiladores. El periódico informa ese día de la muerte por golpe de calor de 10 empleados en las elecciones en el Estado norteño de Bihar. Se quejan también de sus bajos salarios, y de que Modi ha incumplido la promesa de subirlo. “He votado al Partido del Congreso”, confiesa Geeta Kumari, de 45 años, una de ellas. “Me da igual que gane o no gane. La oposición tiene que ser fuerte”.
Cierre de las urnas
Ya casi al borde del cierre, el caos reina un instante en la madrasa (escuela coránica) Jamia Farooqia, en un barrio de mayoría musulmana. Un votante, tocado con taqiyah (gorra de oración) y larga barba rojiza, denuncia que, tras apretar el botón en la máquina, no ha visto caer su voto en la urna. Llegan numerosos policías, cerca de 20, y dos miembros armados del Batallón Indio de Reserva; se agolpan los curiosos, una cabra ronda la escena. Pero todo queda en nada y finalmente, a las seis, concluye la séptima y última fase del gigantesco proceso electoral.
Cuando el sol declina, es hora de ir a la tetería Papu Ki Adhi, a un paso de la ribera sacra del Ganges. El local es un conocido punto de encuentro de tertulianos políticos. El tendero calienta el agua en dos teteras renegridas sobre ascuas de carbón, mientras los parroquianos siguen el minuto a minuto de las encuestas a pie de urna, que han empezado a salir. La mayoría proyecta una ventaja holgada de la coalición capitaneada por el BJP de Modi: lograrían entre 374 y 401 asientos de los 543 de la Lok Sabha, por encima del resultado de 2019; la oposición quedaría en 109-139 escaños, según India TV-CNX. Los resultados definitivos no se conocerán hasta el martes, cuando tendrá lugar el conteo. Los parroquianos se aprietan en las mesas corridas, sorben bajo los ventiladores y debaten sobre corrupción, inflación, educación. Están repartidos entre simpatizantes del BJP y del PdC, parece un twitter en el mundo real, de pronto elevan la voz: “¡La gente ha sido robada por el Gobierno!”, exclama uno. “¿Si les han robado cómo es que les siguen votando?”, contesta otro. Nadie cruza la línea: al terminar, se dan la mano y se despiden hasta el próximo día.
“Todas estas encuestas a pie de urna han sido diseñadas por el BJP”, protestaba ya este domingo de resaca electoral Ajay Rai, candidato del PdC que compite contra Modi por el escaño de la circunscripción de Varanasi. Recibe a EL PAÍS en su casa, donde asegura que saldrá elegido, lo que implicaría que Modi no. Cuesta creerlo. Las encuestas “son un movimiento psicológico para desmotivar a los miembros de nuestro partido”, añade. Tras el cierre de las urnas, el PdC ha asegurado que la coalición que lidera alcanzará los 295 escaños y estará en condiciones de formar Gobierno.
Hansraj Vishwakarma, presidente del BJP en Varanasi y miembro del Consejo Legislativo (la Cámara alta), asegura que las acusaciones sobre las encuestas son “infundadas”, y está convencido de que su partido obtendrá un tercer mandato. “Modi va a lograr una victoria de récord”, comenta a EL PAÍS. “Hemos trabajado realmente duro sobre el terreno durante la campaña. Ahora puedes ver los resultados”.
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