Es Netanyahu, no Hamás
El primer ministro israelí es responsable de la cadena de errores que permitieron la matanza de la milicia el 7 de octubre con sus decisiones en favor del oportunismo político
La máxima responsabilidad es de quien tiene el poder máximo, especialmente cuando el poder que tiene es el de una superpotencia regional, que cuenta con el arma nuclear, una industria de armamento de alta tecnología, un ejército caracterizado por su excelencia y su eficacia —incluyendo sus exigentes códigos de conducta militar y la moral cívica que lo anima— y, finalmente, todo el apoyo militar, financiero y diplomático de la primera superpotencia. Tratándose además de un Estado democrático y de ...
La máxima responsabilidad es de quien tiene el poder máximo, especialmente cuando el poder que tiene es el de una superpotencia regional, que cuenta con el arma nuclear, una industria de armamento de alta tecnología, un ejército caracterizado por su excelencia y su eficacia —incluyendo sus exigentes códigos de conducta militar y la moral cívica que lo anima— y, finalmente, todo el apoyo militar, financiero y diplomático de la primera superpotencia. Tratándose además de un Estado democrático y de derecho, con división de poderes todavía, la política es, por tanto, el plano donde deben establecerse las responsabilidades del desastre al que se enfrenta Israel, no sus fuerzas armadas y de seguridad o los servicios de inteligencia interior y exterior que están a sus órdenes.
La cadena de errores colosales que permitieron la repugnante matanza perpetrada por Hamás en territorio israelí y la respuesta desproporcionada, y probablemente ilegal bajo el derecho humanitario internacional posterior, no se debe a fallos de los mandos de los servicios inteligencia, ni de las Fuerzas de Defensa de Israel, como aseguró vergonzosamente en un mensaje el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, sino precisamente a las decisiones políticas, las suyas, que permitieron el ataque terrorista y la respuesta militar que le ha seguido. En Israel las Fuerzas Armadas se hallan a las órdenes del poder civil y ha sido el máximo poder civil, en manos de Netanyahu los últimos 14 años, el que ha cometido los errores que han conducido a la actual catástrofe, no tanto por un error estratégico, sino precisamente por la falta de estrategia en favor del tacticismo electoral y el oportunismo político.
Más de dos millones de personas acorraladas en 365 kilómetros cuadrados durante 56 años son un tóxico campo de cultivo de las peores pulsiones terroristas que solo la ceguera o el desprecio o incluso el odio por los palestinos puede ignorar. Este es el primer y fundamental error cometido por la derecha israelí desde los Acuerdos de Oslo de 1993, perversamente perfeccionado por Netanyahu, con su estrategia, primero divisiva, hasta favorecer el crecimiento de Hamás, y luego ninguneadora de la Autoridad Palestina, hasta intentar con los Acuerdos de Abraham que Israel tuviera sus fronteras reconocidas sin que los palestinos recibieran satisfacción alguna a sus reivindicaciones nacionales, antes al contrario, siguieran sometidos al acoso y a la depredación de sus territorios en Cisjordania.
El segundo error, aunque asociado a la inteligencia, también es político. Netanyahu se ha dedicado a Cisjordania y Jerusalén, para satisfacer los instintos depredadores y expansionistas de los colonos y de los ultraortodoxos que le garantizan la mayoría de Gobierno y le sitúan lejos del alcance de los tribunales que quieren juzgarle por corrupción. En torno al territorio todavía bajo jurisdicción de la Autoridad Palestina, en vez de la franja de Gaza, es donde Netanyahu tenía concentrada toda la atención y la mayor parte de las Fuerzas Armadas. Pecó también de arrogancia tecnológica, confiando en la capacidad de vigilancia de la valla de Gaza, y de desprecio hacia la determinación y la fuerza de su enemigo, Hamás. Es la clásica hibris que está en el origen de todas las grandes derrotas.
El último error de la cadena de errores es su respuesta despiadada, guiada por la popularidad de los sentimientos de venganza y no por el objetivo político claro y alcanzable que debe presidir cualquier declaración de guerra. Que Hamás desaparezca de la tierra es un propósito que se entiende, pero de difícil cumplimiento. Que Gaza se convierta en un territorio pacífico y gobernado, donde nadie prepare ataques a Israel, la auténtica solución al problema, en cambio, es algo que difícilmente se consigue a bombazos y sembrando la ciudad de cadáveres civiles. Al contrario, el uso indiscriminado y masivo de la fuerza suele amplificar el enconamiento y producir el efecto opuesto, sin contar los rebotes desestabilizadores en la región y el daño irreparable que produce en las instituciones y en las relaciones internacionales.
Para eliminar a Hamás se requiere muchos esfuerzos, militares algunos, por supuesto, pero sobre todo diplomáticos y políticos. Y el primero de todos, tal como muchos demandan ya en Israel, es echar a Netanyahu del Gobierno, expulsar del ejecutivo a los peligrosos ministros extremistas con los que ha podido mantenerse en el poder y formar un auténtico gabinete de guerra unitario, capaz de recuperar a los rehenes cuanto antes, neutralizar a Hamás como peligro para la seguridad de Israel y, finalmente, abrir de nuevo la pista hacia la paz. O, en palabras de Ami Ayallon, ex jefe de los servicios secretos, devolver la esperanza a los palestinos, porque si ellos no tienen esperanza no habrá seguridad para nadie.
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