Bajo las bombas en Kupiansk: Rusia se ensaña con artillería y drones en el bastión de Járkov
Los militares ucranios avisan de que el invasor está replicando la estrategia de Bajmut para romper las defensas de esta ciudad y frenar la contraofensiva en el sur
Soldados, empleados del Ayuntamiento y algún que otro vecino aparecen intermitentemente en la plaza central de Kupiansk para contemplar el fuego de la guerra. Desde esta posición elevada, en una ciudad que es un bastión militar de la provincia de Járkov, en el este de Ucrania, se observa un paisaje del que se levantan columnas de humo cada pocos minutos. El horizonte desde allí es un mosaico de nubes de destrucción con todas las...
Soldados, empleados del Ayuntamiento y algún que otro vecino aparecen intermitentemente en la plaza central de Kupiansk para contemplar el fuego de la guerra. Desde esta posición elevada, en una ciudad que es un bastión militar de la provincia de Járkov, en el este de Ucrania, se observa un paisaje del que se levantan columnas de humo cada pocos minutos. El horizonte desde allí es un mosaico de nubes de destrucción con todas las tonalidades posibles del gris. Suena un cañonazo de la artillería rusa, a unos 15 kilómetros, y tres jardineros municipales que aprovechan una pausa en el trabajo intercambian unas palabras, expectantes, mientras rastrean con la mirada el espacio que ocupan las defensas ucranias. En cuestión de segundos aparece una gran humareda en las afueras de Petropavlivka, aldea a tres kilómetros y en la que el Ejército ucranio tiene su segunda línea de trincheras.
Rusia está presionando en el frente de Kupiansk con superioridad de artillería y de sus drones. Es el único enclave en Ucrania en el que las tropas del Kremlin han pasado a la ofensiva. Los militares de ocho unidades ucranias diferentes entrevistados la semana pasada por EL PAÍS aseguran que el invasor quiere aprovechar el esfuerzo ucranio para avanzar en el frente sureste, el de Zaporiyia. La finalidad es reconquistar este municipio que da acceso a la provincia de Járkov, y que es estratégico para cerrar una posible ofensiva ucrania hacia la provincia de Lugansk, controlada por Rusia. Las tropas del Kremlin también están apretando en Kupiansk para forzar a las Fuerzas Armadas Ucranias a reducir su potencial en Zaporiyia, indican los altos mandos de Kiev y los oficiales consultados en el campo de batalla.
El panorama desde la plaza central de Kupiansk parece el tablero de un juego de mesa de dimensiones gigantescas. El resultado del intercambio de la artillería se identifica a la perfección y los sonidos llegan nítidos: el del disparo de los obuses; el del impacto que destruye el objetivo o que no da en el blanco; las ráfagas de ametralladoras que intentan derribar drones de reconocimiento rusos; el rugir de algún blindado que cambia de posición a gran velocidad. Desde el lugar donde cae el fuego ruso, el juego de mesa se convierte en una realidad angustiosa, en una lotería que reparte sin cesar boletos que deciden entre la vida y la muerte.
La lotería se juega en el trayecto que recorre la unidad de lanzacohetes Grad comandada por Vladislav ―prefiere preservar su apellido―, de la 14ª Brigada Separada Mecanizada ucrania. Los obuses soviéticos del calibre 152 milímetros castigan día y noche la zona. El todoterreno de Vladislav cruza bosques calcinados y brasas todavía humeantes, para dirigirse al punto desde donde dispararán los Grad contra la infantería rusa. La operación durará solo 15 minutos y tras ella, el camión lanzadera y el resto de los vehículos saldrán escopeteados del lugar para evitar que la artillería enemiga identifique su posición.
Vladislav informa de que los rusos monitorizan todo el día este sector del frente con sus drones de reconocimiento Orlan. Si detectan que una unidad ucrania no cambia de posición en varios días, entonces disparan sus drones bomba Lancet. Este oficial subraya que necesitan más lanzacohetes portátiles tierra-aire, como los estadounidenses Stinger o los polacos Piorun.
En una arboleda de Podoli, una aldea colindante a Kupiansk, se esconde un camión militar ucranio. Carga, camuflada, una ametralladora antiaérea soviética ZSU-23, de los años sesenta del pasado siglo. Un soldado observa en todo momento el cielo con prismáticos. El comandante de la unidad que opera la ametralladora, que prefiere no aportar su nombre, confirma que este armamento es poco efectivo contra los Orlan, porque estos vuelan a una altitud muy superior (unos cinco kilómetros de altura) al alcance de la ZSU-23. El comandante cree que es imprescindible recibir más ametralladoras antiaéreas alemanas Gepard y baterías estadounidenses de misiles antiaéreos Patriot. “[Los rusos] Lo controlan todo y están disparando como locos”, afirma.
Sensei es el nombre en código de un veterano oficial del Ejército de infantería ucranio, combatiendo desde 2016 en la guerra de Donbás. Sus hombres están apostados en Petropavlivka, moviéndose permanentemente. Están muy nerviosos y recomiendan al periodista que salga de allí cuanto antes, los rusos se encuentran a dos kilómetros, es la línea cero. 15 minutos antes, un dron de observación ruso, de corta distancia, un Mavik, había sobrevolado el lugar y a los pocos minutos cayó un obús. Sensei constata que la prioridad son más armas contra drones.
El general al mando del Ejército de Tierra ucranio, Oleksander Sirski, centró sus principales declaraciones del mes de agosto en advertir de la creciente presión en el frente de 50 kilómetros entre Kupiansk y Svatove, municipio de la provincia de Lugansk fronterizo con la de Járkov. Sirski confirmó que se estaban reforzando las defensas ucranias porque habían identificado la incorporación de ocho nuevos batallones de asalto rusos en este sector. Los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas Ucranias han asegurado que el Kremlin prepara la llegada a este frente de 100.000 nuevos soldados movilizados.
Críticas desde Estados Unidos
Pese a estas advertencias, la cúpula militar de Estados Unidos, principal aliado bélico de Ucrania, ha hecho saber a través de medios como The Washington Post y The New York Times que está disconforme con la estrategia ucrania. Para el Pentágono, el ejército ucranio debe poner toda la carne en el asador en el frente de Zaporiyia, para avanzar lo suficiente en dirección a la costa del mar de Azov y, así, romper las líneas de suministro a las tropas rusas en el frente sur y en la península de Crimea, anexionada de forma ilegal por Rusia en 2014.
Las autoridades ucranias han reaccionado de forma airada a estas críticas. El ministro de Exteriores, Dmitro Kuleba, pidió el 31 de agosto “callar” a las voces discrepantes con la estrategia ucrania: “Criticar el lento progreso de nuestra contraofensiva es como escupir en la cara de los soldados ucranios que sacrifican sus vidas cada día”. El ministerio de Defensa compartió el pasado jueves un video mensaje en el que apuntaba en el mismo sentido: “Ahora todo el mundo es un experto sobre cómo hemos de luchar”. “Si hubiéramos hecho caso a lo que nos decían los no ucranios en febrero de 2022 [cuando empezó la invasión a gran escala], ya no existiríamos”, recalcaba Defensa en su mensaje, que terminaba pidiendo “munición y no consejos”.
Sensei resume la complejidad de la situación desde su experiencia, desde las calles bombardeadas de Petropavlivka mientras sus hombres otean el cielo: “Tenemos que cuidar todas líneas del frente, pero es verdad que el punto débil de los rusos está en el sur, en Zaporiyia. Lo que están haciendo aquí es distraernos, pero una cosa es segura, abandonar o perder una posición es fácil, recuperarla es muchísimo más difícil”.
Misha es un alto mando del batallón de las Fuerzas de Defensa Territorial de Kupiansk. 20 minutos después de la entrevista con Sensei, un obús ruso cayó sobre las trincheras a las afueras del pueblo, en las que sus hombres protegen la periferia. La explosión hirió a un soldado. Tras la evacuación, Misha atiende a este diario junto a su coche, una furgoneta que tiene el lateral derecho lleno de agujeros de bala. “Es un recuerdo de Bajmut”, dice con humor negro este militar. Misha corrobora las palabras de Sirskyi: los rusos están concentrando a su infantería, “están preparando algo gordo”.
Mientras concentran y preparan a su infantería, la intensidad ofensiva rusa se basa en artillería y en el trabajo de los drones para golpear a las fuerzas ucranias y a sus infraestructuras logísticas y de comunicaciones, indican Misha y otras fuentes consultadas. Este militar no tiene dudas de que Kiev debe apostar lo necesario para mantener el bastión de Kupiansk, por tres razones: si cayera de nuevo [la ciudad ya estuvo en manos rusas entre febrero y septiembre de 2022], volverían a abrirse las puertas para avanzar sobre la provincia de Járkov; si Ucrania quiere liberar la provincia de Lugansk, Kupiansk es una plataforma de ataque imprescindible; si Kupiansk pasara a manos rusas, concluye, “sería prácticamente imposible recuperarla”. A diferencia de 2022, los rusos han levantado una red de defensas que hacen de cualquier contraofensiva una gesta titánica.
Misha habla mientras consulta en su tableta electrónica una aplicación que informa en tiempo real de la localización de drones enemigos detectados en la zona. Las Fuerzas Armadas Ucranias trabajan con varios programas diseñados por ingenieros nacionales. Estas aplicaciones permiten compartir con todas las unidades del Ejército las coordenadas de cada pieza de maquinaria de guerra del invasor. Los principales responsables de la identificación de las fuerzas enemigas son unidades de drones como las de Gansk, nombre en código de un oficial de la unidad de drones Aquiles, perteneciente a la 92ª Brigada Mecanizada ucrania. Desde su puesto de control, Gansk y sus hombres pueden observar en directo las trincheras rusas. Sus drones y los de otras unidades como Aquiles se turnan durante el día para monitorizar cada kilómetro de trincheras rusas, a dos kilómetros de distancia.
Cuestionado por si los rusos tienen este mismo sistema de control, Gansk responde sin dudar que sí. Su ventaja es que ellos dependen enteramente del presupuesto del Estado, mientras que los ucranios basan gran parte de sus proyectos en desarrollo de drones en donaciones privadas, incluso en sus propios salarios. La desventaja rusa es que su Ejército es muy jerárquico y cualquier decisión debe pasar por Moscú, mientras ellos tienen autonomía para mejorar prototipos y explosivos. El representante de la unidad Aquiles explica estos detalles en un taller secreto bajo tierra, donde muestra cómo sus hombres adaptan piezas específicas para cargar explosivos adaptados a cada tipo de dron para ser lanzados como bombas, partes de las aeronaves producidas con impresoras 3D o prototipos de materiales indetectables por los radares.
Allí donde la unidad Aquiles identifica más actividad de drones enemigos, mediante antenas que detectan la señal de los drones, o visualmente las tropas en el terreno, saben que puede producirse un asalto. La situación, en cuanto a ataques de infantería, está ahora más calmada, posiblemente porque el invasor está acumulando fuerzas. Gansk confirma que la presencia de los drones Orlan y Lancet es más intensa en este frente por su proximidad a Rusia (a 30 kilómetros), les permite un suministro más fácil e incluso pilotar estas aeronaves fuera de Ucrania.
Gansk, a diferencia de buena parte de sus compañeros, que son ingenieros aeronáuticos o informáticos, también ha sido soldado de infantería. Su cuerpo conserva numerosas cicatrices por la explosión de una mina. Su experiencia de combate le da una capacidad de análisis clave en lo que ve desde el aire. Y lo que vio al inicio de la ofensiva sobre Kupiansk, hace un mes, son las mismas tácticas que utilizaron los mercenarios de Wagner para tomar Bajmut la pasada primavera: “Los soldados rusos aquí son movilizados, no son profesionales, y, hace un mes, en el momento de más actividad de infantería seguían las mismas operaciones que en Bajmut: tomar posiciones con oleadas de carne de cañón [en referencia a la infantería], sin suficiente protección ni preparación”. Recuerda Gansk una posición [un punto avanzado de una línea de trincheras] que asaltaron con 150 hombres, cuando una compañía ucrania, o una formada según los protocolos de la OTAN, no necesitaría más de 15 soldados.
Gansk no es el único de los entrevistados que ha visto patrones similares entre la actual ofensiva en Kupiansk y lo que sucedió en Bajmut. Nikola es un veterano militar búlgaro sirviendo en una unidad de reconocimiento de las líneas rusas al noroeste de Kupiansk. Desde febrero, indica Nikola, los rusos solo han avanzado cuatro kilómetros, y se han quedado frente a las aguas del río Oskil, el que protege este pueblo. “Para los oficiales rusos, la vida de sus hombres no vale. Es una mentalidad soviética. Las arboledas al otro lado del río están repletas de cadáveres pudriéndose, cadáveres suyos y nuestros. Los nuestros no nos los dejan evacuar, pero los suyos tampoco los recogen, imagino que para que no constaten como bajas”.
Nikola explica que, pese a todo esto, “los rusos no son estúpidos”: “Su objetivo es congelar el conflicto, parapetarse en zonas desde las que son más fuertes para defender su territorio. Avanzan 500 metros y cavan trincheras. Y pasado un tiempo, vuelta a lo mismo, pese a ser una estrategia muy lenta y pese a los muchos muertos que les supone”. Este militar de 48 años, entrenado por la OTAN, cree muy improbable que su enemigo tome Kupiansk, pero harán lo posible para cerrar cualquier opción de avance ucranio futuro sobre Lugansk.
Sentado bajo el peral de un huerto, en una aldea en los confines orientales de Járkov, Nikola tiene algo de monje guerrero, con una elevada formación intelectual. Concluye su disertación advirtiendo del riesgo que supone que los líderes de las potencias aliadas de Ucrania crean que hay otra salida fuera del campo de batalla: “Mi guerra con Rusia empezó en 1944, cuando los soviéticos vinieron a mi país y se lo cargaron por un siglo. Hay que convencer a los americanos y a los europeos de que en Ucrania no podrán matar dos pájaros de un tiro, no podrán tener a los rusos distraídos y al mismo tiempo detener la guerra. Los rusos siempre volverán”.
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