Michael Cohen, el fiel escudero de Trump que se revolvió contra su jefe

El abogado que cerró el pago en negro a la actriz porno Stormy Daniels ha dedicado sus últimos años a revelar todos los secretos que el expresidente republicano quiso mantener bajo la alfombra

Michael Cohen y Donald Trump, en un acto de la campaña electoral, en septiembre de 2016 en Cleveland Heights (Ohio).Jonathan Ernst (REUTERS)

De todos los personajes implicados en la imputación de Donald Trump, el más complejo desde el punto de vista dramático es Michael Cohen, que en apenas dos años pasó de aliado y escudero a principal testigo de cargo contra el republicano. Trump no se lo ha perdonado y le ha llamado soplón y cosas peores. La gran incógnita del caso es la razón por la que Cohen —...

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De todos los personajes implicados en la imputación de Donald Trump, el más complejo desde el punto de vista dramático es Michael Cohen, que en apenas dos años pasó de aliado y escudero a principal testigo de cargo contra el republicano. Trump no se lo ha perdonado y le ha llamado soplón y cosas peores. La gran incógnita del caso es la razón por la que Cohen —que idolatraba al magnate hasta el extremo de afirmar estar dispuesto a recibir cualquier bala dirigida a él— se volvió contra su jefe al decidir colaborar con la justicia. Puede que fuera la presión de la cárcel, donde pasó más de un año tras ser declarado culpable en 2018 del pago a la actriz porno Stormy Daniels para comprar su silencio, o el enfado de haberse dejado arrastrar al fango por un extraviado sentido de la lealtad: “Sentí que era mi deber encubrir sus sucias acciones”, dijo en 2018 ante los jueces.

Cohen, de 56 años e hijo de un superviviente del Holocausto, ha convertido casi en una misión exponer los hechos que Trump quiso mantener bajo la alfombra: ante los fiscales, ante el Congreso en 2019, cuando describió a Trump como un mentiroso y un tramposo acostumbrado a hacer comentarios racistas. O con el fiscal especial de la trama rusa, Robert S. Mueller. También con los fiscales federales de Manhattan, o con la fiscal de Nueva York sobre las prácticas comerciales de la Organización Trump, condenada parcialmente por fraude fiscal.

El principal testigo de cargo contra Trump, mucho más protagonista del caso que la propia Daniels, purgó 13 meses de cárcel y un año largo de reclusión domiciliaria tras decidirse a traicionar a su jefe. Un libro de memorias y un podcast titulado Mea Culpa le sacaron a flote tras su travesía carcelaria, hasta que la resolución del caso Stormy Daniels en la Fiscalía de Manhattan ha vuelto a atraer sobre él todos los focos. La imputación de Trump por un gran jurado, por cargos aún no revelados, aunque relacionados con el pago de 130.000 dólares a Daniels para tapar una aventura extramatrimonial, es el primer capítulo de otro drama por escribir, pero a cuyo argumento ha contribuido especialmente el abogado.

Michael Cohen llamó la atención de Trump en 2006 ―el mismo año del supuesto affaire con Daniels―, cuando defendió con ardor los intereses del magnate en una junta de una comunidad de propietarios de una de sus fincas. Fue contratado de inmediato por la Organización Trump, donde llegó a ejercer de ejecutivo de algunas de sus empresas. Según las fuentes, la fuerte personalidad de Cohen, a quien unos describen como un mentiroso confeso y otros como un oportunista, si no ambas cosas, impresionó al magnate tanto como ahora a los fiscales la consistencia de su testimonio, sin fisuras ni contradicciones. Candidato al Ayuntamiento de Nueva York en 2003, parte de su función consistía en anticiparse a los caprichos y deseos del republicano e interpretar las instrucciones que le daba en lo que Cohen describiría más tarde como “código”; es decir, lavar todos los trapos sucios del magnate, para lo cual Cohen no dudó en amedrentar a los críticos con modales poco ortodoxos.

En 2015, con Barack Obama a punto de abandonar la Casa Blanca, el magnate redobló sus aspiraciones políticas, esbozadas desde 2011, para lo que necesitaba un historial inmaculado. De ello se encargaron dos hombres, Cohen y David Pecker, editor del tabloide The National Enquirer y amigo personal de Trump. Para preparar la campaña los aleccionó a los dos. El Enquirer empezó a blanquear su imagen, publicando historias positivas sobre él y negativas sobre sus rivales.

Un pacto de silencio sellado en un ‘parking’

En octubre de 2016, mientras visitaba a su hija en Londres, Cohen recibió una llamada del tabloide informándole de que una actriz de cine porno les había ofrecido una exclusiva de su encuentro con Trump. A los tres días, 12 antes de las elecciones que llevaron al republicano a la Casa Blanca, Cohen cerró un acuerdo con el abogado de Daniels en el aparcamiento del plató donde se rodaba una película porno en Calabasas (California). Pero las demoras en el pago, por las dudas que planteaba su registro, inquietaron a la actriz y Cohen adelantó el dinero de su bolsillo, a través de una empresa pantalla en Delaware, desde la que se transfirió al abogado de Daniels. Ya en la Casa Blanca, Trump firmó varios cheques para reembolsar a Cohen el dinero, que fue consignado por la Organización Trump dentro de la partida de gastos legales. Este asiento contable es el meollo de la imputación, la primera de un mandatario estadounidense en la historia.

Cuando Trump ganó las elecciones, Cohen permaneció en Nueva York, en un prestigioso bufete de abogados, con una reseñable cartera de clientes corporativos cosechada por su cercanía a Trump. Entonces, Cohen siguió presentándose como el abogado personal del presidente.

Hasta enero de 2018, cuando, a raíz de una denuncia de un grupo pro-rendición de cuentas llamado Common Cause a la junta electoral federal por el pago realizado a Daniels, y que supuestamente violó las normas de financiación de la campaña de 2016, tuvo que empezar a dar explicaciones: al principio, protegiendo a Trump y asegurando que lo había hecho por su cuenta, llegando a mentir incluso ante el Congreso y ante Mueller, el fiscal de la trama rusa. Este entregó a la Fiscalía de Manhattan la documentación sobre el soborno recabada durante sus pesquisas. En abril de 2018, agentes del FBI registraron el domicilio de Cohen, y estalló la bomba política. Esos días, Trump le llamó y le pidió que se mantuviera fuerte. Pero a medida que las facturas de abogados de Cohen aumentaban, la Organización Trump se negó a costear más su defensa, y se precipitó la ruptura.

Cohen contrató a un conocido demócrata para defenderlo, quien le aconsejó decir la verdad. En agosto, los fiscales de Manhattan prepararon cargos contra él por el pago a Daniels y Cohen se declaró culpable, señalando con el dedo a Trump. Fue condenado a tres años de prisión. Mientras aguardaba el ingreso, su abogado le pidió que contara su historia para redimir su imagen. En febrero de 2019 compareció ante un comité especial del Congreso, ante el que denunció el comportamiento “mafioso” de Trump y aventuró el mal perder de su expatrón en las siguientes elecciones, las de 2020: “Dada mi experiencia trabajando para el señor Trump, me temo que si pierde las elecciones en 2020, nunca habrá una transición pacífica del poder”. Un mes después de perder ante el demócrata Joe Biden, el republicano instigó el asalto al Capitolio por no asumir su derrota en las urnas.

Ya en la cárcel, Cohen empezó a reunirse con los abogados de la Fiscalía de Manhattan. Y una vez en libertad, acudía casi semanalmente a su oficina, en el Bajo Manhattan. Aunque la oficina del fiscal deplora su presencia mediática, con frecuentes intervenciones en programas por cable para “defenderse públicamente”, los abogados le consideran un testigo que dice la verdad.

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