Relatos de la peor mazmorra de Nicaragua: “Nos engrillaban para dormir o cuando nos llevaban al ‘túnel’. Allí te esperaban los golpes”

Los presos políticos expulsados de Nicaragua narran a EL PAÍS sus padecimientos en las terribles cárceles del régimen de Ortega, y cómo vivieron su salida por sorpresa del país

El preso político Félix Maradiaga, que fue precandidato presidencial en Nicaragua, con su esposa, la activista Berta Valle, y su hija Alejandra, en Herndon (Estado de Virginia).Foto: LENIN NOLLY | Vídeo: Reuters
Herndon (Virginia) -

“Hace 24 horas estaba en el Infiernillo. Y mírame ahora: en un hotel de Washington”, dice al atardecer Kevin Solís, uno de los 222 presos políticos excarcelados en la madrugada de este jueves y deportados a Estados Unidos por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

El Infiernillo carga la fama de ser la peor mazmorra de Managua. Allí, en esa cárcel de máxima seguridad, Solís, estudiante de Derecho, pasó tres años en ...

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“Hace 24 horas estaba en el Infiernillo. Y mírame ahora: en un hotel de Washington”, dice al atardecer Kevin Solís, uno de los 222 presos políticos excarcelados en la madrugada de este jueves y deportados a Estados Unidos por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

El Infiernillo carga la fama de ser la peor mazmorra de Managua. Allí, en esa cárcel de máxima seguridad, Solís, estudiante de Derecho, pasó tres años en régimen de aislamiento, en un “camarote sin luz solar, con la puerta siempre sellada”. “Una vez al día, los carceleros abrían los pernos y nos echaban la comida”, recuerda en una conversación con EL PAÍS frente al hotel sin lujos cerca del aeropuerto internacional de Dulles que el Departamento de Estado de EE UU ha convertido en un lugar de acogida urgente para los presos políticos.

“Nos engrillaban para dormir. Dormir con grilletes es complicado”, continúa con voz decidida el muchacho, de 24 años (”aunque parece que tengo 30 por lo que he sufrido”, añade). “Nos engrillaban también cuando venía personalmente el director [de la prisión] a buscarnos. Nos llevaba a un lugar al que le dicen ‘el túnel’. Un pasillo de unos 30 metros sin ventanas. Allí sabías que te esperaban los golpes. Donde nadie escucha ni mira. Como estás amarrado, te pegan en el estómago, nunca en la cara, para que las familias no lo noten”, recuerda Solís. Tenía derecho a una llamada al mes. Lo peor de todo, dice, era “el aislamiento” y, “más que las lesiones físicas, las psicológicas”.

En la noche del miércoles lo sacaron sin más explicaciones junto a otros cinco presos del Infiernillo. Los metieron en unos autobuses. El estudiante explica que muchos creían que los llevaban a otra prisión.

Eso pensó también el político y empresario Juan Sebastián Chamorro, según contó a las puertas del hotel de acogida. “Los que conocen Managua saben que la cárcel Modelo está muy cerca del aeropuerto. Así que pensábamos que íbamos allá, pero en ese momento los tres buses que transportaban a quienes veníamos de El Chipote [prisión en la que Chamorro cumplía condena], doblaron hacia la derecha, en la Fuerza Aérea, y ahí nos dimos cuenta de que salíamos volando del país. No sabíamos a dónde hasta que luego obviamente fuimos informados”.

Juan Sebastián Chamorro, uno de los rostros más conocidos entre los 222 presos deportados a Estados Unidos por la dictadura de Ortega, saluda a Nahiroby Olivas, que estuvo encarcelado en Nicaragua antes de partir al exilio en Washington. LENIN NOLLY

Los 222, cuenta Félix Maradiaga, uno de los deportados de mayor perfil político, cuyo vía crucis comenzó cuando decidió presentarse a las elecciones presidenciales contra Ortega, firmaron “un documento en el que en una sola línea” aceptaban salir del país. En ese papel no había ni palabra de lo que vendría después: la decisión de la Asamblea Nacional, reunida de urgencia, de reformar el artículo 21 de la Constitución Política, que regula la nacionalidad nicaragüense. A partir de ahora, según ese texto, son apátridas, por considerarlos “traidores a la patria”.

Como Solís, Maradiaga se enteró de esa desposesión al llegar al hotel. “Me da lo mismo lo que diga la Asamblea o el Gobierno. A mí nadie me quitará ser nicaragüense”, afirma Solís, desafiante, que ahora teme por “los que se quedaron allá, como el doctor [abogado] Urbina Lara o [el militar retirado] Jaime Navarrete”. “Lo peor es que los van a golpear porque nadie estará pendiente ahora de lo que va a pasar a ellos”, remata.

Entre los que quedaron atrás, está también el obispo Rolando Álvarez, que no quiso abordar el avión del destierro. Como consecuencia de esa negativa, el religioso más crítico con el régimen de Ortega fue trasladado de la casa en la que cumplía arresto domiciliario al penal de La Modelo.

Maradiaga pertenece al grupo de los desterrados a los que esperaba una familia en Estados Unidos. Su esposa, Berta Valle, y la hija de ambos, Alejandra, de nueve años, se montaron por la mañana en otro avión, procedente de Florida. La familia se reagrupó frente al hotel, tras más de tres años sin verse, y la pequeña, que tenía seis años la última vez que lo vio, pidió al padre que “nunca más” se separaran. “Ha sido un día de muchas emociones. En el avión cantamos el himno de Nicaragua”, explicó Maradiaga. “Es una situación agridulce, porque salir en estas condiciones de la nación que amamos con toda nuestra alma es como cuando a un hijo lo arrancan del vientre de su madre. Se mezcla el sentimiento y la felicidad de poder abrazar a mi esposa y a mi hija con la dura noticia de que probablemente estaré fuera de Nicaragua por un tiempo”.

Solís, como su “amigo” Denis Antonio García Jirón, que acudió a abrazarse con él, pertenece al grupo de los que no tienen quién lo espere en Estados Unidos. En auxilio de esos hombres solos llegó por la tarde Ligia Gómez, exsecretaria política del FSLN hasta aquel 12 de septiembre de 2018 en que tuvo que exiliarse de Nicaragua. Se fue a Washington, donde no ha desistido de alzar la voz contra Ortega, ante el Congreso de Estados Unidos o el Parlamento Europeo. El teléfono de Gómez no paraba de sonar. Algunas de esas llamadas llegaban de Nicaragua, donde los familiares de los deportados pasaron el día en busca de respuestas.

El Departamento de Estado garantiza a unos y a otros cobijo en el hotel hasta el domingo. Un alto funcionario de EE UU explica que “durante dos años estarán en un régimen especial”. “Aún es pronto para dar detalles sobre cómo se materializará su nueva situación, pero la Administración de Biden está decidida a prestarles ayuda”, añade el funcionario, que subraya que la decisión de Nicaragua fue “unilateral”. El secretario de Estado, Antony Blinken, consideró en un comunicado que el gesto, “producto de la diplomacia”, “abre la posibilidad de que continúe el diálogo entre Estados Unidos y Nicaragua”.

Kevin Solís (izquierda) y Denis Antonio García Jirón, 'El Veterinario', dos de los presos excarcelados por el régimen de Ortega. LENIN NOLLY

El avión aterrizó en Dulles, el aeropuerto que da servicio a la capital federal, pasadas las 11:30 hora local (las 17.30 en la España peninsular). En la terminal de llegadas internacionales, decenas de nicaragüenses los estaban esperando en vano. Nunca salieron por la puerta en la que hacían guardia. Tras varias horas cumpliendo los trámites de inmigración, fueron saliendo por grupos rumbo al hotel, donde los trabajadores del Departamento de Estado impedían la entrada a los periodistas, veto que se relajó después, una vez caída la noche.

En el hotel, los recién llegados pasaban por un proceso de registro, durante el que les brindaban los servicios de psicólogos o traductores. Los familiares y amigos, reunidos en una sala de conferencias, tenían que cursar la solicitud por cada una de las personas a las que habían venido a recibir. Solo cuando aquellos aprobaban la visita, esta se permitía.

Los pasillos del hotel se convirtieron en un quién es quién de la resistencia a la dictadura de Ortega. Todos buscaban a la legendaria heroína del sandinismo, la Comandante Dos de la revolución Dora María Téllez, que se dejó ver brevemente antes de retirarse a su habitación. Cristiana, deshecha en lágrimas, y Fernando Chamorro se fundían en un abrazo entre los aplausos de los presentes. Estaban también, entre muchos otros, Suyén Barahona, presidenta del Movimiento Renovador Sandinista, Arturo Cruz, antiguo embajador de Ortega en Washington, Víctor Hugo Tinoco, exministro de Asuntos Exteriores, los periodistas Juan Lorenzo Hollmann y Miguel Mora o Franciso Xavier Sacasa, canciller de la presidencia de Arnoldo Alemán (1997-2002), que llegaba al vestíbulo en una silla de ruedas, y hacía la señal de la victoria a los periodistas apostados fuera del perímetro delimitado por el derecho de propiedad del hotel.

Algunos, como Lesther Alemán, el bravo estudiante que llamó “asesino” a Ortega durante una mesa de negociación en 2018 en un momento que recogió un vídeo que se hizo viral, parecían sobrepasados por la emoción y las muestras de cariño y pedían tiempo antes de atender una entrevista con EL PAÍS. Al final de la jornada, Alemán, como otros de los deportados, fue recolocado en otro hotel cercano al aeropuerto, a la espera de que llegaran sus familiares, residentes en California.

A todos ellos les espera a partir de este viernes una nueva vida como apátridas. No la eligieron, pero al menos transcurrirá, lejos de Nicaragua, en libertad.

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