La UE afronta la tarea de afianzar la integración tras la guerra y la covid
La Comisión quiere promover un fondo soberano que financie inversiones a los socios
A la Unión Europea le han sentado bien las últimas crisis. Su respuesta sanitaria, económica, energética e, incluso, militar a los dramas provocados por la pandemia y la invasión de Ucrania han catapultado la integración entre sus Estados miembro. Casi puede decirse que se ha convertido en un manual de una célebre frase de uno de sus creadores, Jean Monnet: “La gente solo acepta cambios cuando es necesario y solo ven la necesidad si hay crisis”. El r...
A la Unión Europea le han sentado bien las últimas crisis. Su respuesta sanitaria, económica, energética e, incluso, militar a los dramas provocados por la pandemia y la invasión de Ucrania han catapultado la integración entre sus Estados miembro. Casi puede decirse que se ha convertido en un manual de una célebre frase de uno de sus creadores, Jean Monnet: “La gente solo acepta cambios cuando es necesario y solo ven la necesidad si hay crisis”. El reto ahora es afianzar esos avances en la integración logrados con la vacunación simultánea que ha permitido afrontar con cierta calma la ola de contagios de covid en China; la respuesta integral al abismo económico que provocó la pandemia; las duras sanciones conjuntas a Rusia por su agresión a Ucrania, y la ayuda militar y económica coordinada a Kiev frente a la invasión.
“Los últimos años han demostrado que las grandes crisis no pueden ser abordadas por los Estados miembro en solitario. Hay retos que no conocen fronteras. En ámbitos como la sanidad, la energía o la defensa tenemos que avanzar rápidamente hacia una mayor integración de nuestras políticas”, apunta a EL PAÍS, mirando al futuro inmediato, la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola.
En una línea similar apunta el comisario francés de Mercado Interior, Thierry Breton: “La lenta reacción al principio de la pandemia puso de manifiesto la necesidad de adaptar los mecanismos europeos de cooperación y toma de decisiones en tiempos de crisis. En lugar de confiar en soluciones improvisadas, necesitamos herramientas estructurales para anticipar y gestionar futuras crisis […]. Por eso la UE está poniendo en marcha estos mecanismos en los ámbitos de la salud, la energía y la libre circulación de bienes, servicios y personas”.
La tarea no significa solo consolidar los logros concretos, busca también hacerlo en una coyuntura en la que varias crisis siguen todavía abiertas y con un alto grado de incertidumbre sobre lo que depara la siguiente curva: ¿cómo evolucionará la pandemia tras lo que sucede ahora en China?; ¿a qué velocidad caerá la inflación y hasta dónde subirán los tipos de interés?; ¿habrá recesión en toda Europa o solo en un parte?; ¿Estados Unidos se avendrá a modificar sus subsidios proteccionistas?; ¿cuánto aumentará la llegada de inmigrantes y refugiados?
“No se trata de algo estático, sino dinámico”, aclaran rápido fuentes diplomáticas, “la UE se está reordenando a sí misma”. Y esa reordenación, después de tres años de montaña rusa, se produce cuando solo queda un año efectivo de legislatura. En mayo de 2024 toca elecciones a la Eurocámara. Esto convierte 2023 en una sala de espera abarrotada de proyectos legislativos en la que España, con elecciones antes incluso, tendrá un papel muy destacado: sucederá a Suecia en la presidencia semestral del Consejo de la UE en la segunda mitad del año. Suecia y España, dos países casi opuestos. Lo geográfico: lo nórdico y lo mediterráneo. Lo político: el Gobierno más a la izquierda de la UE y el de centro derecha liberal apoyado por los ultras desde fuera.
Lo que no puede descartarse tampoco es que se den pasos hacia detrás, aunque no sea lo normal: “La historia no tiene una sola dirección”, recuerda Luuk van Middelaar, autor de varios libros sobre el proyecto europeo, el último de ellos, Pandemonium, sobre la reacción de la UE a la pandemia. “Pero en la práctica es muy raro: un ejemplo, con las sanciones a Rusia, una vez se ha decidido unánimemente imponerlas, es difícil pararlas, porque también se necesita unanimidad”.
La exministra de Exteriores española Arancha González Laya advierte que “sí que es consolidables, otra cosa es que vaya a hacerse”. Ella ve tres vertientes de acción: uno es el sanitario, sin problemas graves: “Hay reflejos automáticos. Lo hemos visto ahora con la oleada de contagios y China. Italia, España y Francia reaccionaron, pero pronto la Comisión Europea se hizo cargo”. Las otras dos, geopolítica y geoeconomía, tienen más obstáculos.
Esta última ya tiene una cita muy pronto. El último Consejo Europeo encargó a la Comisión que presentara una propuesta “a más tardar al finalizar enero de 2023″ para reformar la regulación sobre ayudas de Estado y simplificar los trámites. Se trata, como explica el mismo texto, de “dar una respuesta coordinada para reforzar la resiliencia económica de Europa y su competitividad mundial preservando al mismo tiempo la integridad del mercado único”. No lo dice abiertamente, pero es, sobre todo, una reacción a los subsidios de Estados Unidos a su industria para el coche eléctrico, sus componentes y otros productos imprescindibles en la transición hacia las economías descarbonizadas. “Cómo lo hace es profundamente anticompetitivo”, resume González Laya, también decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de Sciences Po, en París. Europa, en esto, también recela de China.
La necesidad de una reforma que acelere los procedimientos de apoyo al sector privado levanta consenso. No lo hace, en cambio, la forma en que se preserva la “integridad del mercado único”. Si es más fácil dar ayudas públicas, las dará quien tenga más margen fiscal (Alemania, Países Bajos, Austria) y situará en ventaja a sus empresas.
“Para abordar la transformación ecológica y digital y reducir nuestra dependencia, necesitamos importantes inversiones públicas y privadas, especialmente en tecnología. Sin embargo, encontrar los fondos para estas inversiones puede ser una cuestión difícil y divisiva”, asume el comisario Breton en respuesta a este diario. “Debemos estar dispuestos a mantener un debate franco y abierto sobre todos los aspectos de la deuda, y considerar enfoques alternativos para las finanzas públicas sin crear división entre los llamados países frugales y el club mediterráneo”.
Suecia lo ha marcado como una de las prioridades de su presidencia, lo llama competitividad y transición verde y energética. El debate ya lleva tiempo abierto. Lo espoleó en otoño el anuncio de Alemania de que iba a lanzar un plan de ayudas para empresas y familias de 200.000 millones. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, lanzó en septiembre la idea de una especie de fondo soberano que financie inversiones. No hay propuesta todavía, pero las posturas se intuyen. Las resume un diplomático: “Los más reticentes dicen que no todo tiene que ser dinero nuevo, un nuevo fondo, que hay mucho dinero todavía por gastar”, una clara referencia al fondo de recuperación, del que hasta ahora se han desembolsado casi 140.000 millones de los 750.000 que deberán gastarse antes de empezar 2027.
“No será fácil repetirlo por la población alemana ni por el Constitucional de ese país. Pero habrá presión política para considerar el fondo como un precedente. Cuando se ha hecho una vez, puedes hacerlo otra. […] Creo que será un debate que nos consumirá buena parte del año”, analiza Van Middelaar, que acaba de fundar el centro de estudios europeos Brussels Institute for Geopolitics.
Igual de complicado lo ve el economista Charles Wyplosz: “Un nuevo acuerdo independiente inspirado en el fondo de recuperación tiene sentido, salvo que muchos países insistieron en que NextGenEU [nombre oficial del fondo] fuera excepcional y temporal. Romper esa promesa a estas alturas sería un terremoto”. Este profesor del Instituto Universitario de Ginebra apunta una salida propia de las instituciones comunitarias: “A medida que surjan nuevas urgencias, podría reajustarse para ocuparse de la política energética o de algunas iniciativas comunes de defensa. Pero para ello habría que renegociar los planes nacionales, lo que pondría en peligro los compromisos adquiridos a discreción por los Estados miembros bajo la presión de la Comisión”.
En paralelo, y casi rozándose, corre la inflación disparada y la subida de tipos de interés por parte del BCE y la revisión de las reglas del pacto de estabilidad, que la Comisión pretende cerrar este año en un calendario que se antoja imposible. Sin fijarse en el plazo, Wyplosz ve necesaria esa revisión: “La disciplina fiscal es esencial para la supervivencia del euro. No podemos volver a fracasar con una nueva reforma chapucera que seguiría a un pacto chapucero y a anteriores reformas chapuceras. Sería otra vergüenza para Europa”. El recuerdo de lo sucedido en la crisis financiera en la pasada década está detrás de sus palabras.
Ucrania encabeza las preocupaciones
A comienzos de año, la edición europea de Politico ha hecho una encuesta entre personajes destacados de la burbuja bruselense. La mayoría ha apuntado a la invasión rusa de Ucrania como el gran asunto que dominará la geopolítica en lo inmediato. La presidenta Metsola lo ratifica: “Nuestra máxima prioridad es poner fin a la guerra en Ucrania, y que Ucrania gane esta guerra. Nuestro apoyo a Ucrania seguirá siendo fuerte y firme”.
De ese apoyo tampoco dudan varios de los expertos consultados para este reportaje. “Es enero, la invasión fue en febrero. A las dos semanas todo el mundo estaba impresionado con la respuesta. Entonces ―abril o mayo―, empezó a decirse que llegaría la fatiga por la guerra y la gente no mostraría más solidaridad. Por supuesto, esto puede cambiar, pero creo que el apoyo a Ucrania sigue siendo alto”, expone Van Middelaar.
“Lo estamos oyendo desde el primer día. Estamos dispuestos a ayudar, pero hacen falta instrumentos”, expone González Laya. Esas herramientas pasan por la energía, por asegurar el suministro de gas, por buscar otras fuentes de abastecimiento yendo a África o Latinoamérica, algo que puede reforzar el papel de España durante su presidencia y del Alto Representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, que ve en la reciente renovación del acuerdo comercial con Chile un paso hacia los que quedan pendientes (México y Mercosur).
También lo detalla desde Berlín Daniela Schwarzer, directora ejecutiva de Open Society para Europa: “La actual situación geopolítica da muchos argumentos para fortalecer la integración en el campo de la energía: compras conjuntas, redes de energía más integradas y expansión de energías renovables. Algunos Gobiernos creen que es mejor abordarlo desde la perspectiva nacional, la Unión Europea no debería volver atrás”.
Un momento para ver si este es el camino llegará cuando decaigan muchas de las medidas de urgencia aprobadas durante 2022 (objetivo de ahorro de gas, tope al precio de este combustible) que tienen un año de vigencia y cuando se plantee la reforma del mercado eléctrico, tan defendida por España y tan rechazada por Países Bajos. Los técnicos de la Comisión ya trabajan en incorporarlas a la estructura.
Pero la geopolítica no se agota en la frontera Este, la OTAN, de la que 24 de los 27 miembros de la UE forman parte, reclama un aumento sustancial de gasto en Defensa. También lo pide la Unión, en un giro histórico a su tradición política. Y eso lleva, otra vez, a la financiación de las inversiones y al margen fiscal de cada país. De ahí que a la hora de hablar de “autonomía estratégica”, en España opten por añadir el adjetivo “abierta”, como una forma de decir que la independencia en la Defensa pasa también por la industria, los presupuestos y la tecnología.
Mucho menos claro está que se vaya a aprovechar el impulso político de las últimas crisis para cerrar de una vez el pacto migratorio, encallado desde hace años. El nuevo Gobierno sueco no lo señala entre las prioridades de su presidencia y su discurso se ha endurecido. Además, la nueva primera ministra italiana, la ultra Giorgia Meloni, ha enseñado en la migración los dientes que no ha mostrado en otros asuntos.
Afianzar lo logrado mientras siguen vivos los desastres que lo provocaron es un reto que puede descarrilar en cualquier momento o acelerarse, porque como recuerda Van Middelaar: “Lo que vaya a pasar dependerá de lo que traiga el año. […] Trabajé cinco años cerca del presidente del Consejo Europeo, entre 2010 y 2015, y solo hubo un año tranquilo, 2013. Si hago memoria, solo un año sin una crisis política grande. De 2010 a 2012, la crisis del euro, en 2014 fue Crimea; en 2015 y 2016 la de refugiados, Brexit, Trump. Nunca paró”.
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