Un año de tripartito alemán: la guerra, la crisis energética y la inflación hunden la popularidad de Scholz

Las peleas públicas entre los socios de Gobierno hacen perder apoyos a socialdemócratas y liberales. Solo Los Verdes resisten

Olaf Scholz, tras una reunión con dirigentes regionales el pasado 8 de diciembre en Berlín.CLEMENS BILAN (EFE)

Se llamaron a sí mismos “la coalición de progreso”. Un inédito tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales se disponía a emprender las grandes reformas de corte progresista que necesitaba Alemania. El nuevo canciller, Olaf Scholz, quería dejar atrás los años de estancamiento de la gran coalición de la que él mismo había formado parte como vicecanciller de Angela Merkel. Casi se palpaba la euforia por haber conseguido ...

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Se llamaron a sí mismos “la coalición de progreso”. Un inédito tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales se disponía a emprender las grandes reformas de corte progresista que necesitaba Alemania. El nuevo canciller, Olaf Scholz, quería dejar atrás los años de estancamiento de la gran coalición de la que él mismo había formado parte como vicecanciller de Angela Merkel. Casi se palpaba la euforia por haber conseguido un acuerdo entre tres socios tan distintos que permitía que un canciller socialdemócrata volviera a liderar el país después de 16 años de dominio democristiano.

El incremento de los precios del gas, la electricidad y los alimentos han hecho mella en los bolsillos de los alemanes, que cada vez ven con peores ojos a la coalición de Gobierno. La valoración en las encuestas ha ido cayendo a la par que crece la inflación, que al superar el 10% se ha situado en el nivel más alto de los últimos 70 años. “Ahora mismo el tripartito ya no tendría mayoría en el Parlamento”, apunta Peter Matuschek, investigador del instituto demoscópico Forsa. Tanto socialdemócratas como liberales han perdido apoyos y solo Los Verdes aguantan. “Tienen visiones ideológicas muy distintas y con cada nueva crisis hay conflicto: la entrega de armas a Ucrania, la energía nuclear... Llegan a acuerdos de mínimos y sus peleas públicas no inspiran confianza”, ilustra el experto.

Aquel diciembre de 2021, hace un año, la salida de la pandemia era el mayor desafío. El Ejecutivo estaba aún asentándose cuando todo dio un vuelco. El 24 de febrero, las tropas de Vladímir Putin entraron en Ucrania. Y, antes de que Scholz pudiera demostrar qué tipo de líder iba a ser, se convirtió a la fuerza en el canciller de la guerra.

El comienzo de la invasión, a escasos 700 kilómetros de su frontera este, ha obligado a Alemania a dar un giro radical a sus políticas. Lo que antes parecía inconcebible de repente se hizo posible. Imprescindible, incluso. Un Scholz con gesto todavía más adusto del acostumbrado anunció en el Bundestag (Parlamento) un zeitenwende, un cambio de época, tres días después, el 27 de febrero: “Estamos viviendo un punto de inflexión. Y eso significa que el mundo ya no es el mismo de antes”. El papel de Alemania en el mundo tenía que cambiar. El canciller anunció un fondo especial de 100.000 millones de euros para el ejército y el cumplimiento del objetivo del 2% del PIB en gasto militar, una demanda de la OTAN que Berlín llevaba décadas ignorando. Alemania estaba ante su mayor operación de rearme desde la Segunda Guerra Mundial.

Un día antes, Scholz ya había borrado de un plumazo décadas de restrictiva política exportadora de armas al autorizar el envío de misiles a una zona de guerra. Uno de los muchos tabúes que han ido cayendo, uno tras otro, desde que la invasión rusa de Ucrania puso del revés la política exterior y de defensa de la mayor economía europea. Virajes de ese calibre no estaban previstos en el acuerdo de coalición, un contrato de 177 páginas que obviamente atendía a otras urgencias: la descarbonización de la economía, la digitalización, la protección social. Los roces entre los socios de Gobierno no tardaron en asomar. No iba a ser fácil ponerse de acuerdo en las recetas ante la peor crisis energética en décadas.

Los alemanes no están entendiendo bien las medidas con las que el tripartito lucha contra la crisis energética. Los grandes anuncios, como un paquete de ayudas de 200.000 millones de euros a ciudadanos y empresas, siguen en la nebulosa de lo abstracto; todavía no se han concretado en la factura del gas. La comunicación, dice Matuschek, está fallando. Y eso afecta a la valoración como líder de Scholz. Tras el discurso del zeitenwende, su popularidad subió. Un 60% estaba satisfecho con su gestión en febrero. “Esta semana hemos vuelto a preguntar y ha caído al 36%”, señala el investigador. Y lo curioso es que la oposición no se está beneficiando, como sería lo normal: “Tampoco creen que un Gobierno liderado por Friedrich Merz [líder de los democristianos] lo haría mejor”.

Política miope

“El tripartito todavía no es una coalición de progreso. No le está dando tiempo a aplicar los avances porque está constantemente reaccionando a los acontecimientos”, asegura la politóloga Ursula Münch, directora de la Academia de Educación Política de Tutzing. La coalición “apacigua a la población durante la crisis con medidas como el billete de transporte de nueve euros, pero le falta dinero para reparar las infraestructuras y modernizar el transporte ferroviario”, pone como ejemplo de lo que considera “una política miope”.

Sin embargo, y pese a las dificultades y la amenaza de una recesión inminente, Scholz ha podido sacar adelante políticas sociales que considera claves para el país. La subida del salario mínimo, su principal promesa durante la campaña electoral, se materializó en junio, cuando con sus socios aprobó en el Parlamento un aumento del 25%, de los 9,6 euros la hora de entonces hasta los 12 actuales. Más de seis millones de trabajadores se han beneficiado de una subida histórica de los sueldos más bajos, habituales en hostelería y comercio.

La reforma de los subsidios de desempleo de larga duración y las ayudas sociales, el sistema conocido como Hartz IV, era otra de las prioridades de Scholz. Los socialdemócratas querían borrar el polémico legado de su último canciller, Gerhard Schröder, y lo consiguieron este noviembre, pero a costa de rebajar expectativas para que los democristianos no bloquearan la ley en el Senado. El nuevo Bürgergeld (literalmente, dinero ciudadano) entrará en vigor en enero con ayudas más generosas, menos burocracia y medidas para facilitar la búsqueda de trabajo.

Cesiones de los tres partidos

Por el camino de estos 12 meses de Gobierno en modo crisis, los tres partidos han tenido que hacer renuncias. Los Verdes han desistido del apagón nuclear previsto para este 31 de diciembre. La descarbonización de la economía alemana de momento está aparcada ante la necesidad de buscar alternativas al gas ruso barato. El ministro de Economía y Clima, el verde Robert Habeck, ha tenido que reabrir centrales de carbón ya jubiladas y visitar países a los que su partido siempre ha sido alérgico, como Qatar, en busca de acuerdos energéticos.

Por su parte, los liberales han conseguido no subir impuestos, pero su ministro de Finanzas, el muy ortodoxo Christian Lindner, ha seguido suscribiendo miles de millones de euros de nueva deuda con los que hacer frente a las consecuencias de la pandemia, primero, y de la crisis energética, después. Soportar el apodo de “el rey de la deuda” que le ha puesto la oposición conservadora no ha debido de ser fácil para un defensor a ultranza de la disciplina fiscal.

El ataque ruso a Ucrania “pilló a Alemania con el pie cambiado” en el plano internacional, asegura Sudha David-Wilp, directora de la oficina de Berlín del centro de estudios estadounidense German Marshall Fund. La “potencia reticente” tuvo que reaccionar y convertirse en un país decidido a mejorar su defensa y a cortar lazos con Rusia, de la que era extremadamente dependiente en materia energética. Esto último lo ha conseguido: las reservas de gas están a tope y Scholz asegura que el país superará el invierno sin problemas de suministro.

La cuestión de la defensa, en cambio, hace arquear las cejas con incredulidad a sus socios. “Las palabras del canciller no necesariamente se corresponden con sus actos y hay quien se cuestiona si es un aliado fiable a largo plazo”, señala la experta. El mejor ejemplo es que las compras de material para modernizar el ejército no se han materializado 10 meses después de anunciarlas, embarradas en burocracia y falta de agilidad en la toma de decisiones. David-Wilp no cree que se pueda juzgar a Scholz como estadista todavía, especialmente como sustituto de Merkel en su papel de jefa de Europa. Aunque la excanciller también vivió sus crisis, “el campo de juego ahora es completamente distinto”, sostiene.

En su balance del primer año al frente de Alemania, Scholz se ve fuerte, a sí mismo y al tripartito, con el que quiere volver a presentarse en 2025. “Quiero que a esta coalición de Gobierno le vaya tan bien que vuelva a recibir el mandato”, ha dicho en una entrevista reciente. Después de las críticas a Berlín por parte de aliados como Ucrania, Polonia y Estados Unidos por su gasto en defensa, su reticencia a enviar armas ofensivas a Kiev o proyectos fallidos como el gasoducto Nord Stream 2, el canciller asegura que Alemania ocupará el lugar que le corresponde en el mundo. En un artículo reciente en la revista Foreign Policy escribe: “Los alemanes estamos decididos a convertirnos en el garante de la seguridad europea que nuestros aliados esperan que seamos”.

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