Los espías infiltrados con los que China engañó al mundo
Un libro profundiza en los métodos de inteligencia aplicados por Pekín desde los años ochenta para influir en políticos, diplomáticos o académicos, con el objetivo de moldear la percepción global del gigante asiático
Es abril de 2001. Lin Din, secretario general de una organización clave de intercambio cultural chino, ofrece una charla ante una selecta audiencia reunida en el National Press Club de Washington, uno de los principales centros de conferencias de Estados Unidos. Chas Freeman, un diplomático experto en el gigante asiático, lo presenta. Aunque Lin, una figura bien conocida entre la élite estadounidense en aquel momento, no necesitaba teloneros: en Pekín ya se había reunido con docenas de funcionarios, académicos y diplomáticos a los que había recibido con una calurosa bienvenida. “...
Es abril de 2001. Lin Din, secretario general de una organización clave de intercambio cultural chino, ofrece una charla ante una selecta audiencia reunida en el National Press Club de Washington, uno de los principales centros de conferencias de Estados Unidos. Chas Freeman, un diplomático experto en el gigante asiático, lo presenta. Aunque Lin, una figura bien conocida entre la élite estadounidense en aquel momento, no necesitaba teloneros: en Pekín ya se había reunido con docenas de funcionarios, académicos y diplomáticos a los que había recibido con una calurosa bienvenida. “China está profundizando en sus reformas para construir una nación más abierta, próspera, democrática y modernizada”, dijo Lin. Y expresó después su “más sincera esperanza” de que en aquel siglo que apenas estaba comenzando, China y Estados Unidos trabajasen “juntos para construir una relación sana y estable por la noble causa de la paz mundial y el progreso de la civilización humana”, clamó literalmente. Todo era mentira.
Lin era, en realidad, un espía, el “jefe de la Oficina de Investigación Social de la principal agencia de Inteligencia de China, el Ministerio de Seguridad del Estado (MSS, en su sigla en inglés)”, según concluye Alan Joske, experto del Instituto Australiano de Política Estratégica, en una investigación que ha plasmado en el libro Spies and lies: how China’s greatest operations fooled the world (Espías y mentiras: cómo las mayores operaciones de China engañaron al mundo, Hardie Grant Books, 2022). “En ese momento, su oficina era la principal unidad de operaciones en Estados Unidos dentro del MSS, y él personalmente supervisó una extensa red de activos clandestinos en todo el país”, cuenta Joske.
El miércoles, cuatro días antes de que comenzase el domingo el XX Congreso del Partido Comunista Chino, Joske presentó su estudio en un acto organizado por el laboratorio de ideas estadounidense CSIS (Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales), retransmitido por internet. Entre los contactos de Lin figuraba, junto a investigadores y diplomáticos, “una empleada del FBI que lo consideraba su principal fuente sobre China”.
El caso de Lin ejemplifica, según Joske, el modus operandi del espionaje de Pekín: el Ministerio de Seguridad del Estado del gigante asiático ha utilizado agentes dobles para influir en políticos, diplomáticos, funcionarios, académicos, organizaciones e incluso figuras religiosas con el objetivo de moldear la percepción que tienen de China las potencias extranjeras; esto es, un país que se esfuerza en caminar hacia los valores democráticos. Sin embargo, la realidad, afirma el experto, es que se ha dirigido hacia un mayor “autoritarismo”, una tendencia que se ha acentuado durante la era de Xi Jinping. El fin último de Pekín es, analiza este experto, “influir” en sus políticas internacionales y desorientarlas sobre la política china.
Joske, investigador australiano de origen chino, ha llegado a esta conclusión tras estudiar centenares de documentos, artículos, registros comerciales y libros publicados por el propio Ministerio de Seguridad del Estado. Pero también, después de rastrear grupos de influencia china, establecidos mayoritariamente durante los años ochenta, e integrados por funcionarios encubiertos, como la organización de intercambio cultural que dirigía el espía Lin Din en Estados Unidos. La magnitud de este espionaje es descomunal. Según sus cálculos, el número de funcionarios de inteligencia profesionales que trabajan para el Partido Comunista Chino, incluidas todas sus extensiones provinciales y municipales, “supera con creces los 100.000 empleados”.
Un método basado en “el largo plazo”
El Ministerio de Seguridad del Estado de China buscaba, según Joske, reclutas con un método basado “en el largo plazo”. “Entrevisté a un académico que había sido objetivo de los servicios de inteligencia chinos en tres ocasiones, y el Ministerio de Seguridad del Estado fue el más paciente y cauteloso”, explica el experto. Otras agencias intentaron engañarlo o sobornarlo, pero el MSS, según el investigador, “se centró en tratar de construir una relación con el académico de confianza mutua, de conveniencia, de beneficio; le ayudarían a tener acceso a personas del Gobierno chino, a personas a las que podría querer entrevistar”. “Es una forma de convertirlo en un activo de inteligencia extranjero, pero sin obligarlo”, considera.
Y aunque todos los países intentan controlar cómo son percibidos tanto por sus aliados como por sus rivales, Joske llega a la conclusión de que la política de China “involucra algún aspecto de interferencia y no solo de influencia”. “Todas las operaciones de las que hablo en el libro implican algún tipo de actividad encubierta: hay personas que se presentan como periodistas o como funcionarios de intercambio cultural, pero son realmente agentes de inteligencia”, relata el investigador. Estos espías “intentan sobornar y engañar”. Al académico al que entrevistó Joske “le llevaron a un salón de masajes, le ofrecieron dinero y le pidieron que llevara una información a Estados Unidos”. “Eso no es diplomacia porque socava e interfiere en el normal funcionamiento de la política”, estima el experto australiano.
Hay ejemplos muy recientes. El Departamento de Justicia de Estados Unidos denunció este año a un espía de Pekín por intentar difamar a un activista chino que se había postulado al Congreso por el Estado de Nueva York —no fue identificado, aunque su perfil encaja con el defensor de derechos humanos de origen chino Yan Xiong—. “[El MSS] envió un equipo para vigilarlo, luego tratarían de acceder a sus registros fiscales y lo acusarían de fraude; más tarde intentarían engañarlo y enviar a prostitutas para que lo persiguieran”, describe Joske.
Pero, ¿por qué los gobiernos no han reconocido antes la naturaleza de las operaciones de influencia China?, se pregunta Joske, una pregunta a la que trata de responder en su libro. Según considera, las agencias de inteligencia occidentales han estado centradas durante décadas en otros asuntos. En la Guerra Fría, Rusia fue el foco fundamental de los esfuerzos. “Más tarde, lo que realmente importaba era el contraterrorismo”, continúa Joske, que cree que no hubo “voluntad política” para investigar si China “era un problema real”. “Estaba creciendo pacíficamente a los ojos de muchas personas, iba a convertirse potencialmente en una democracia y estaba abriendo su economía”, relata el investigador, que asegura que “las operaciones de inteligencia en las comunidades chinas de otros países fueron muy profundas y extensas; dañaron los derechos y libertades de estas personas”.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.