Resucitar la Ucrania ocupada tras seis meses de invasión, torturas y asesinatos
Las autoridades de Kiev calculan que con la contraofensiva actual han logrado liberar de la ocupación rusa en la región de Járkov a 150.000 personas
A sus 47 años, Artyom ha pasado 46 días en el infierno. Es el tiempo que ha permanecido encarcelado y recibiendo torturas a manos de los rusos en Balakliia, una de las localidades del noreste de Ucrania que han sido liberadas en los pasados días. Desde la ofensiva emprendida el pasado 6 de septiembre, en esta región de Járkov han sido desocupados de militares del Kremlin un total de 3.800 kilómetros cuadrados en los que vivían unas 150.000 personas, ...
A sus 47 años, Artyom ha pasado 46 días en el infierno. Es el tiempo que ha permanecido encarcelado y recibiendo torturas a manos de los rusos en Balakliia, una de las localidades del noreste de Ucrania que han sido liberadas en los pasados días. Desde la ofensiva emprendida el pasado 6 de septiembre, en esta región de Járkov han sido desocupados de militares del Kremlin un total de 3.800 kilómetros cuadrados en los que vivían unas 150.000 personas, según ha informado la viceministra de Defensa, Hanna Maliar. El presidente Volodímir Zelenski eleva el territorio recuperado a 6.000 kilómetros cuadrados entre los frentes este y sur.
El dolor de los habitantes de Verbivka, un pueblo a las afueras de Balakliia, lo representa de manera especial la escuela destruida por los rusos en su huida. “El enemigo no se ha ido de forma voluntaria”, ha explicado el gobernador de Járkov, Oleh Syehubov, sobre los cascotes del edificio durante un viaje organizado para periodistas locales y extranjeros este martes. Por delante tienen un doble objetivo. Primero el militar, para poder “seguir defendiendo nuestras ciudades” y, segundo, recuperar la “infraestructura crítica como agua y electricidad ante la llegada del invierno”. Syehubov espera poder recuperar pronto la gestión de las pensiones, los servicios médicos o reabrir las entidades bancarias. En definitiva, añade, “restaurar la vida normal”. Al mismo tiempo, la Policía y funcionarios del Ministerio del Interior ya están sobre el terreno para investigar posibles crímenes de guerra. Pero el gobernador reconoce que la normalización definitiva va a depender de cómo evolucione la situación militar en la región porque, recuerda, siguen “en guerra, siempre hay riesgos”.
En los alrededores de Balakliia se ven caravanas de vehículos militares de todo tipo, desde tanques a camiones cisterna o los que van cargados con municiones o provisiones. También se ven, aunque menos, coches con familias que regresan a casa con sus pertenencias cargadas una vez que los rusos han sido expulsados. Restos calcinados de vehículos blindados yacen de vez en cuando en las cunetas. En el casco urbano, la ciudad se muestra casi desierta y, aunque hay destrozos en algunos edificios, los combates no han sido tan intensos como en otros lugares de Ucrania.
La mayor aglomeración en la plaza se produce cuando una organización humanitaria llega con un camión para repartir ayuda a los habitantes. Un centenar de personas de todas las edades, aunque mayoritariamente mujeres, se agolpan y meten los codos y alzan las manos hacia arriba para no quedarse sin su paquete. Tres chavales de unos 10 o 12 años se apartan con los suyos y de inmediato los abren en un poyete para comprobar qué traen. Tatiana, de 53 años y trabajadora de un hospicio que ahora permanece cerrado, se da media vuelta al ver el tumulto.
Los vecinos entrevistados en la zona, como Lidia, de 83 años, o Helena, de 49, y el Gobierno de Kiev, denuncian que tras la ofensiva ucrania, la huida de los rusos ha estado plagada de abusos. “El comportamiento aquí ha sido muy similar al que desarrollaron en la región de Kiev (de donde salieron a finales de marzo). Se llevaron todo lo que podían y dejaron el territorio minado”, denuncia la viceministra de Defensa en Balakliia.
Cuesta abajo, en una calle que sale desde la plaza, se llega a una explanada junto a las casas donde los vecinos enterraron a los que fueron los dos últimos muertos durante la ocupación. Petro Shepel, nacido en 1973, y Vasiliy Chernov, en 1963, iban en un coche cuando se toparon con un control de militares rusos, que dispararon contra ellos. Fue el martes de la semana pasada, 6 de septiembre. Los vecinos los encontraron en el vehículo al día siguiente y les dieron sepultura en el lugar donde ahora han sido desenterrados por los investigadores de los crímenes de guerra que ya trabajan en las zonas liberadas. Los dos cuerpos presentan disparos, según fuentes policiales. Sacados de la fosa y ya en sacos de plástico negro, son introducidos en una furgoneta.
Descargas eléctricas y comida putrefacta
Poco a poco se van destapando los abusos cometidos a lo largo de estos seis meses. El cuartel general de las tropas rusas en Balakliia tenía su sede en la comisaría central de Policía. Allí sigue todo patas arriba, con restos incluso de excrementos, colchones quemados y comida putrefacta. En el pasillo de las celdas, con puertas de hierro con una ventanita superior a la altura del rostro, hay par de camastros y un espacio aproximado de dos por tres metros en cada estancia en donde se amoldaban como podían siete internos. Lo recuerda con dolor Artyom, que fue detenido por ser hermano de un militar. “Nos interrogaban con descargas eléctricas durante mucho tiempo. Como una hora y media torturaban a la gente. También había un gran ventilador que estaba encendido la mayor parte del tiempo, pero lo apagaban mientras estaban torturando, para que en todas las celdas se pudieran escuchar los gritos. Era fácil que perdieras la cabeza todo el tiempo entre cuatro paredes escuchando todo esto”, relata delante de la comisaría.
La visita a Balakliia, la primera de este tipo en territorio abandonado estos días por los rusos, ha estado organizada por las autoridades ucranias. A esa zona liberada, los reporteros, oficialmente, no pueden acceder por sus propios medios. Con la excusa de mantener la seguridad de los informadores, se les lleva y se les trae atados en corto. Por momentos, el tour era un verdadero safari con los periodistas, más de un centenar, tratando de grabar y fotografiar a través de los cristales aquello que consideraban interesante. “¡Esto no se graba, esto no se graba!”, gritaba a media mañana uno de los responsables con todos los cámaras prestos en el arcén al ver venir tres tanques. Al paso de la comitiva, grupos de militares ucranios levantaban los puños en señal de la victoria buscando, sin embargo, los objetivos de los reporteros.
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